Ahora que tan de actualidad están los temas de la realeza y en España acabamos de cambiar de reina oficial (de la griega Sofía a la asturiana Letizia), hay una que sigue impertérrita e inmaculada, y a la que parecen no afectar los vaivenes políticos, las crisis económicas o las encuestas de aceptación del CIS. Ella siempre está ahí y es, por muy manida y tópica que sea la expresión, la reina de corazones de España: Isabel Preysler.

La filipina (Manila, 1951) vuelve, además, a estar en el candelero más que nunca (superado el mal trago de la enfermedad de su esposo), si es que alguna vez dejó de estarlo un poco. Son varias las portadas de revistas que ha protagonizado en los últimos meses y apenas hay photocalls (saraos con patrocinador) de renombre en los que no aparezca. Por estar, estuvo hasta en la final de la Champions en Lisboa el pasado 24 de mayo. «No faltó ni la Preysler», tituló alguna crónica de ambiente del partido entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid. Y por si fuera poco, ahora ha salido un nuevo libro, Isabel y Miguel. 50 años de historia de España, en el que el periodista y escritor Juan Luis Galiacho aborda el último matrimonio de la Preysler (sí, es vulgar, pero es el sobrenombre que le ha tocado en gracia en la tómbola de la prensa rosa) a modo de crónica del último medio siglo del país. El subtítulo de la obra (La Esfera de los Libros) lo resume todo: Amor, escándalo, política y alta sociedad. Todos estos ingredientes ha habido en la vida de Isabel Preysler desde que aterrizó en España con apenas 18 años, en 1969. Desde entonces ha sido espectadora en primera fila -cuando no protagonista- de algunos de los acontecimientos políticos, económicos o sociales que han marcado la historia reciente de España. Y por muy sucios o feos que estos hayan sido, ella siempre ha salido a flote, con su imagen impoluta y esa aura de perfección que nunca la abandona.

Su trayectoria es de sobra conocida por el gran público y fácil de resumir: se casó muy jovencita con Julio Iglesias, tuvo tres hijos y se divorció harta de las infidelidades de él; hubo un tiempo que se pegó la vida padre con Carmen Martínez-Bordiú y descubrió lo bien que se vive cuando se es joven, guapa, se tiene dinero y, además, no existe la atadura de los padres ni de un marido machista y celoso (es el sambenito que se cuelga a Julio Iglesias); se volvió a casar con Carlos Falcó, el marqués de Griñón, y disfrutó de una vida al lado de un hombre liberal y culto (la definición es de ella) que la adoraba y quien, además, le dio su cuarta hija (Tamara, apodada la heredera, por ser la que más se le parece); quiso a Falcó, pero pronto dejó de estar enamorada de él, y en éstas se le cruzó Miguel Boyer, el todopoderoso ministro socialista de Felipe González, quien se volvió loco por ella, empezaron una relación que culminó en boda en 1988 y tuvieron una hija (Ana, la quinta para Isabel); y ahí sigue, de consorte de un Boyer que se ha hecho mayor mientras su mujer parece que ha bebido de la fuente de la eterna juventud. Las malas lenguas, cargadas de envidia, dicen que es difícil distinguirla de sus hijas cuando se fotografían para el ¡Hola!

Pero el camino de la Preysler no ha sido de rosas. Tiene dinero, tiene belleza y una familia que la quiere, incluidos sus dos exmaridos, que sólo le dedican buenas palabras. La Preysler ha tenido que lidiar escándalos gordos. Por poner un ejemplo, el más sonado, las consecuencias que tuvo la expropiación de Rumasa, de Ruiz-Mateos, para su marido.

A Isabel el díscolo empresario (que sigue en el candelero por su estrambótico comportamiento y sus líos financieros) llegó a llenarle de retretes la entrada de su mansión en Puerta de Hierro, apodada Villa Meona por el alto número de baños que tiene, algo que se conoce gracias a que Ruiz-Mateos compró los planos y los filtró a la prensa. Se llenaron páginas y páginas con descalificaciones de Ruiz Mateos sobre la relación Preysler-Boyer y la mujer a punto estuvo de acabar un día con una tarta en la cara cuando iba por la calle y la asaltaron los hijos de Ruiz-Mateos. Por no hablar del famoso «Que te pego, leche» que le espetó el empresario al ya exministro en 1989, acompañado de un puño que iba dirigido a su cara, cuando tuvieron que verse las caras en el Juzgado. Ese día Isabel aguardaba en casa para comer. Apenas había móviles de aquélla. Y tuvo que esperar a localizar a Miguel en su despacho de Torre Picasso para saber de primera mano lo que ya corría por toda España.

A la amplia divulgación que tuvo el incidente contribuyó, recoge Galiacho, otro enemigo acérrimo del exministro: Alfonso Guerra. Años antes había logrado imponerse y lograr que Felipe González se decantase por él y no por el -a sus ojos- bon vivant del ministro de Economía, integrante indiscutible de esa beautiful people que tan poco gustó al ala más dura y puritana del PSOE. En 1989 Guerra seguía en guerra con Boyer e influyó, con sus contactos, para que TVE emitiese en múltiples ocasiones el «que te pego, leche». Una trifulca que radios y periódicos difundieron de forma insistente con una repercusión en la calle que nada tiene que envidiar a los twitter de hoy en día. Tal fue el impacto, que el propio Miguel Boyer se vio obligado a pronunciarse. Y lo hizo al día siguiente, en Oviedo, con motivo de su presencia en un jurado de los premios Príncipe de Asturias.

Lo de Ruiz-Mateos es un episodio, quizás el más sonado, de la biografía de la Preysler. Pero hay muchos más: a ella se le echa en cara la salida de Miguel Boyer del Gobierno de Felipe González, quien no supo, no pudo o no quiso asimilar la relación de su ministro con la reina de corazones; apareció en papeles, según Galiacho, de escándalos financieros, y hasta ETA se cruzó en su vida cuando secuestraron al padre de su primer marido e intentaron hacer lo mismo con su primogénita. Emparentó con la gauche divine de Barcelona gracias a la boda de Chábeli con Ricardo Bofill jr., hijo del afamado arquitecto. Fue considerada la más elegante en la boda que -se dice- marcó el antes y el después de Aznar y fue para muchos el inicio del declive de su imagen pública: el enlace en El Escorial entre su hija Ana Aznar y Alejandro Agag.

Superados los farragosos años ochenta, los noventa fueron más calmados para Isabel y los que contribuyeron a crear el mito. Pocos apostaban por su matrimonio con Boyer, pero ahí sigue. De ella se conoce mucho, pero justo lo que ella quiere que se conozca. Sus entrevistas siguen cotizando al alza, por mucho que se piense que poco más puede contar de una vida retratada hasta la saciedad en las páginas de la prensa rosa. Una prensa rosa que tiene mucho que agradecer a Isabel Preysler, ya que ella es más del papel cuché que de la tele. Nunca se la verá en fenómenos televisivos de los últimos tiempos como Tómbola o Sálvame, por mucho que algunos se empeñen en defender que son los que ahora marcan la actualidad rosa en España. Y donde está la reina de corazones, está su reinado.