Las denuncias falsas son pocas, pero se habla muchísimo de ellas.

Son pocas pero existen y también es cierto que la dificultad de ese tipo de delitos es demostrarlos.

¿Se puede detectar siempre?

Hay unos criterios empíricos para evaluar desde el punto de vista forense que se han puesto a prueba, siguiendo diferentes metodologías. En la Universidad de Santiago se desarrolló uno de los sistemas más fiables, que es el SEG (sistema de evaluación global) e incluye ítems que tienden a estar más presentes en relatos creíbles. Si alguien tiende a inventarse un relato, tiende a inventarlo de memoria, reproduce el patrón de respuesta y los detalles. Siempre es igual la respuesta en una segunda entrevista de la policía o el juez. Y siempre comienza y acaba del mismo modo. Mientras, si alguien ha vivido algo, lo mezcla con los sentimientos, le vienen recuerdos de forma inconexa o desordenada, aporta más detalles o reproduce conversaciones, recuerda olores... Todo este tipo de detalles dan una idea de que el relato es creíble y hay concordancia. Y además, hay una huella psicológica (secuelas) ya que le ha afectado a sus actividades: está triste, desanimada, no hace sus actividades diarias y tiene insomnio... No todas las víctimas presentan la misma sintomatología. A nivel clínico, no te planteas que te puedan estar engañando y solo piensas en ayudar a esa persona, pero sí a nivel jurídico, donde tienes que indagar.

Trabajan con víctima y agresor, pero siempre que ya se haya consumado el primer caso.

A veces, a la espera de que haya una resolución judicial o una orden de alejamiento, vamos a acompañar a la víctima, o hacer rondas por el barrio para ver si el agresor está merodeando. Cuando evaluamos el riesgo, usamos herramientas como las que usaba la Ertxantxa en el País Vasco para proteger a la víctima. A nivel máximo, se puede otorgar hasta un escolta para protegerla, ya que para actuar contra el agresor haría falta una actuación judicial.

¿Alguna vez le ha dicho a un agresor que es irrecuperable?

No, aunque a veces lo pienses. He visto en prisión a un agresor que cumplió 20 años por matar a una pareja y luego volvió a acumular una pena de 15 años por otra tentativa de homicidio con su nueva mujer. La idea es no decirle que es irrecuperable, porque si no, le das pie a que pierda cualquier vinculación con la sociedad. Dirá: «Si no esperan nada de mí, no tengo por qué responder de forma adecuada y puedo delinquir o cometer más delitos».

Muchos de los maltratadores están perfectamente en sus cabales.

Hay mucho patrón aprendido, de personas que se acostumbraron a comportarse de forma impulsiva a lo largo de su vida. Luego, en una interacción en una relación de pareja, ante cualquier fricción se comporta de forma agresiva o puede agredir. Luego, hay personas que tienen problemas de pensamiento, ideas distorsionadas y un índice alto de consumo de drogas: las personas con trastorno mental son muy pocas. Hay muchos agresores que son normales.

¿Hay varios tipos de agresores?

Por un lado están los sujetos normalizados, que llevan una vida normal, sin trastornos psicológicos, y con una menor prevalencia de consumo de drogas o alcohol. Suelen tener un perfil hipercontrolado: les cuesta estallar. Lo que pasa es que se van enfadando, acumulando la tensión hasta que explotan de forma desmesurada. El otro grupo sería el violento antisocial, que actúa no sólo en el ámbito familiar, sino también con personas desconocidas, que suele tener antecedentes penales. Tienen mayor nivel de distorsiones cognitivas y más parecido al cliché de maltratador.

¿Y hay mujeres con secuelas insuperables?

Eso va a depender de la gravedad del maltrato y del tiempo. Siempre pueden mejorar. Pero antes había más casos de mujeres que habían convivido 40 años con su agresor. Miedo, secuelas, temor a que salga el agresor... Ciertas fobias que va a costar despejar.