¿Qué diría hoy Galileo si viera un móvil o un iPad y se pudiera hacer un selfie?

Se quedaría sorprendido y se haría muchos, estoy seguro. Galileo era muy social y fue el primer científico que consideró que era importante la divulgación a las masas además del primer laico que desafió al clero, con toda la razón. Los jesuitas y el papado le sometieron a un proceso judicial por haber escrito que el Sol está en el centro del universo. Hasta ese momento la ciencia, el conocimiento, pertenecía a la Iglesia, al clero. A sus enemigos intelectuales los llamaba pigmeos mentales, curiosamente la misma expresión con la que Zuckerberg (fundador de Facebook) insultaba a los abogados que le reclamaron derechos de patente de la red social cuando fue él quien creó el programa.

¿Y qué opinaría de la civilización digital?

Tendría las dos visiones que se reflejan en el libro. La de que la civilización digital es una avance porque nos permite, por ejemplo, algo impensable en los 60 como disponer de un ordenador personal capaz de gestionar un vuelo o hacer cálculos. Y la de que, en contraposición a ese proceso de observación minucioso y de empleo de las matemáticas en el que se sitúa hoy todo lo digital, esto mismo no te permite profundizar, algo que él rechazaría. En este sentido, hay muchos investigadores que sostienen que por culpa de la cultura digital está disminuyendo el pensamiento matemático profundo.

¿Qué coincidencias hay entre el entorno reaccionario que condenó a Galileo y el que acapara ahora la tecnología por razones políticas y económicas?

El conocimiento siempre es poder. A Galileo lo encarcelaron a perpetuidad por desvelar que no éramos el centro del universo. Eso significó un cambio brutal en el pensamiento europeo y el clero no quería que se supiera. Ahora es lo mismo. Es decir, la gente que tiene conocimiento informático, matemático, puede desmantelar cosas. Por ejemplo, en el libro se habla del bitcoin que puede acabar con la banca. Y eso no interesa. Los informáticos han acabado con las agencias de viajes o con editoriales tradicionales y el periodismo tradicional. Quienes detentan el poder lo mantendrán en tanto menos gente disponga de ese conocimiento. Personas como Aaron Swartz, un informático brillantísimo que se suicidó al no poder aguantar la presión del poder cuando liberó todos los papers, los artículos de revistas científicas, y los hizo de acceso abierto, hasta Snowden pasando por Assange, lo que han querido es desvelar cómo funciona el mundo.

Galileo creía que el mundo se expresa en lenguaje matemático. ¿Por qué salvo los matemáticos y los científicos el resto no le da esa relevancia? ¿No se enseña bien en la escuela?

La ciencia y las matemáticas, especialmente en España pero también en otros países, se enseñan como una técnica no como pensamiento. De hecho, una de las cosas que quería demostrar en el libro es que un teorema es más revolucionario que una idea política y que un científico o un ingeniero informático no es un técnico sino un pensador. Es pensamiento entero que implica que la materia es importante, que somos materia. Y eso no se da en la escuela y sí la técnica pues se necesita que la gente sepa informática para arreglar los ordenadores del banco, o química para tener controladas las condiciones del agua pero no para que eso se convierta en pensamiento que cambie el modelo.

O sea para convertirnos en ciudadanos consumidores más que en individuos con capacidad crítica.

Efectivamente. Está claro que un sistema educativo en el que haya más horas de religión que de informática es un sistema del siglo XVI, no del XXI. Se forma a consumidores de móviles, de iPod o de ordenadores pero no a los que crean esos dispositivos. Y en una sociedad eso no puede tener futuro.