Un caudal de novelas y libros sobre los Papas -especialmente los del Renacimiento o los del siglo XX y XXI-, o sobre su corte pontificia, hoy llamada curia, demuestran que no existen tramas de intriga y sorpresa tan densas como las del Vaticano (ni siquiera las del ala oeste de la Casa Blanca).

La combinación de un monarca absoluto -el propio Papa-, rodeado de una inmensa corte/curia que supuestamente ha de ejecutar sus directrices (aunque en ocasiones las ralentiza y anula, como le sucedió a Benedicto XVI), constituye la médula de los conflictos. Y un Pontífice decididamente reformador como Francisco, situado en medio del complejo mundo de la Santa Sede -la institución de la inercia por antonomasia-, favorece el entretejido de todas las tramas posibles.

Tan sólo en los últimos días y semanas se han producido en el Vaticano: A) arrestos y filtraciones (esta vez favorables a Francisco); B) una taquicardia atribuida al Pontífice a causa de la carta de los 13 cardenales que cuestionaron el Sínodo de la Familia, y C) la noticia de un supuesto tumor cerebral de Bergoglio que vendría a ser el comienzo del fin de este pontificado.

Semejante densidad de sucesos no se producía desde 2012, annus horribilis del Papa Benedicto XVI, asediado por las filtraciones del Vatileaks -documentos de la Santa Sede difundidos en el Wikileaks-, más el robo de unos doce documentos perpetrado por su mayordomo, Paolo Gabrielle, más la guerra interna de la curia entre el clan de los clérigos diplomáticos («que se creen los dueños del Vaticano», decía una fuente), y los nuevos ocupantes de la Secretaría de Estado, con el polémico cardenal Bertone al frente.

A raíz de todo ello, a Benedicto XVI se le calificó como «un pastor entre lobos», o con «cuervos» revoloteando a su alrededor. En efecto, Ratzinger era un teólogo finísimo, refractario a cualquier tipo de intrigas, pero, sobre todo, fue clarividente para comprender que, por su edad, no tenía las suficientes fuerzas físicas y mentales para desdentar a los lobos o alejar las aves de mal agüero. Su renuncia a la silla de Pedro hizo que el mundo reconociera por fin el gran Papa que había sido.

Fue precisamente esa injusta falta de popularidad de Benedicto XVI lo que le dejaba sin escudos frente a las turbulencias, pero con Francisco ha sucedido todo lo contrario. Mucho menos intelectual que Ratzinger (un flanco por el que le atacan sus detractores), Bergoglio es sin embargo un pontífice pastoral que ha tocado un inmenso número de corazones, hasta el punto de que la revista Forbes acaba de declararle el cuarto hombre más influyente del mundo, detrás de Putin, Merkel y Obama.

Francisco entró con buen pie en el Vaticano, realizó gestos y pronunció palabras que impresionaron al mundo. Antes de su reciente viaje a EEUU, la revista Newsweek destacaba de él: «Ha lavado los pies de presos, ha acariciando las plantas de los pies de musulmanes y mujeres. Ha rechazado las vestiduras resplandecientes de su cargo, ha elegido un Ford Focus de cinco años de antigüedad como su medio de transporte y una modesta casa para invitados como su hogar; ha hecho ruegos por los católicos divorciados e, incluso, ha sugerido que no le corresponde juzgar a las personas homosexuales; ha deplorado el calentamiento global y la desigualdad de ingresos». Dicho en terminología cristiana, Francisco se halla en estado de gracia ante la opinión pública y ello ha producido que los cuervos enemigos se hayan trocado en cuervos amigos.

Yendo a los sucesos concretos, el pasado dos de noviembre, el sacerdote español Lucio Ángel Vallejo Balda, secretario de la Prefectura de Asuntos Económicos de la Santa Sede, y la laica italiana Francesca Inmacolata Chaouqui, eran arrestados por la Gendarmería del Vaticano bajo la acusación de haber sustraído y divulgado documentos reservados.

Ese hecho ha disparado las conjeturas sobre nuevas y formidables tramas vaticanas. Hay para todos los paladares: 1) la función de Vallejo era inspeccionar las múltiples cuentas de diferentes dicasterios y, por tanto, pisó muchos callos, con lo que uno de los dolidos, solo o en compañía de otros, aprovecharon un descuido suyo para enterrarle; 2) Vallejo actuó así por venganza personal y frustración al no haber podido hacer carrera en el Vaticano; 3) Chaouqui, que es una yegua de Troya, dice una fuente, le ha utilizado para sus fines de divulgar las oscuridades económicas de la Santa Sede; 4) la Secretaría de Estado, dicasterio que controla todo el Vaticano, está quejosa porque las cuestiones económicas dependen ahora de esa Prefectura de Asuntos Económicos creada por Francisco; por tanto, se han cebado en la pieza de Vallejo.

Probablemente todas estas conjeturas sean falsas, o únicamente contengan algún fragmento de verdad, pero la pista principal la ha insinuado el portavoz del Vaticano, el jesuita Federico Lombardi: «La publicación de datos reservados no contribuye a establecer la claridad y la verdad, sino más bien a crear confusión y fomentar interpretaciones parciales y tendenciosas. Es un error el pensar que esto es una manera de ayudar a la misión del Papa».

¿Qué quería decir Lombardi? Que, en efecto, acaban de ver la luz los libros Via Crucis, de Gianluigi Nuzzi, y Avarizia, de Emiliano Fittipaldi. Ambos contienen los mismos documentos -sacados de un informe interno del Vaticano-, sobre las numerosas irregularidades económicas en los recovecos de la Santa Sede. Dichos libros ya están reforzando la figura del Papa como reformador de las cuentas de la Iglesia frente a una legión de inmovilistas vaticanos. Sin embargo, Lombardi afirma que es un error ayudar al Papa desvelando documentos reservados. En suma, no quiere cuervos, ni benéficos ni maléficos, pero el caso Vallejo Balda apunta por ahora a un suceso de cuervos protectores (esa fue también la intención de Paolo Gabrielle con Ratzinger, pero el efecto de sus filtraciones fue el de dar la imagen de que la curia era territorio salvaje y que Benedicto XVI estaba vencido).

Otra reputada forma de debilitar a un Papa es tocarle la salud. Y eso fue lo que sucedió después de la carta de los 13 cardenales, remitida al Papa para criticar la metodología del Sínodo. Un medio de internet cuya fidelidad no está acredita en este punto narraba lo siguiente: «Ayer por la noche el fin del mundo llegó al Vaticano. La carta de los cardenales sacudió al eternamente amable Bergoglio, que reaccionó con furia. En un imprevisto y violento ataque de ira, Bergoglio tronó contra la púrpura conservadora (Si las cosas están así pueden irse; la Iglesia no necesita de ellos. ¡Los echo a todos!), y luego tuvo un leve malestar. Un poco de taquicardia, una subida de presión. Nada serio, pero sintomático de un malestar -no sólo físico- que se vive desde hace meses en las secretas estancias».

La sala de prensa del Vaticano no realizó ningún comentario tras la publicación de este envenenado relato, que viene a decir que si el Papa estornuda, toda la Iglesia se constipa.

Otro caso similar fue la difundida notica de que a Francisco se le había detectado en el cerebro una «pequeña y oscura mancha» que podría ser un tumor «pequeño y benigno». Esta vez, Lombardi calificó de «infundada» la historia.

Pero el capítulo de las enfermedades papales requiere de un análisis particular. A Juan Pablo II comenzó a temblarle la mano izquierda en 1992, pero el Vaticano esperó a 2001 para confirmar que padecía Parkinson.

Un Papa enfermo, o tenido por tal, anima a sus detractores. Su dolencia significaría el declive del pontificado en un hombre como Francisco, que en diciembre de 2016 cumplirá 80 años. Sin embargo, con o sin cuervos positivos o negativos, su defensa es su fama: «Quizá los Beatles hayan sido más grandes que Jesucristo, pero el Papa Francisco es más grande que los Beatles», afirmaba la referida revista estadounidense Newsweek.