El desarrollo de la interfaz cerebro/máquina puede abrir todo un abanico de posibilidades para el control de aparatos no tripulados. En EE.UU. ya se han hecho experimentos con éxito.

Un grupo de la Universidad Estatal de Arizona (EE.UU), liderado por Panagiotis Artemiadis (director del Laboratorio de Control y Robótica Orientada al Ser Humano), ha creado un gorro que registra la actividad cerebral mediante 128 electrodos conectados a un ordenador. Cuando el sujeto que porta el gorro emplea una de sus áreas cerebrales, ésta se ilumina, lo que permite a los investigadores constatar qué parte del cerebro controla un pensamiento determinado. Y, con esta información, pretenden decodificar las distintas variables para adaptarlas a las órdenes dirigidas a robots.

El sistema registra los estímulos cerebrales y se los transmite a los aparatos en forma de comandos. Un dispositivo de captura del movimiento permite a estos drones saber dónde están y cómo se tienen que desplazar para cumplir la orden. Pero la concentración juega un papel indispensable: "le decimos al sujeto dos cosas: concéntrate en respirar, o bien imagínate que mueves la mano izquierda hasta cerrar el puño". Y es que el sistema necesita ser calibrado para cada individuo.

Artemiadis ha trabajado con la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada del Pentágono (DARPA) la interfaz cerebro/máquina; en particular, con pilotos de combate. Gracias a esta colaboración, descubrió que el cerebro humano no sólo se preocupa por los movimientos del cuerpo que tiene a su cargo, sino también por los movimientos colectivos.

Gracias a esta interfaz, una sola persona podría manejar simultáneamente cuatro vehículos aéreos no tripulados (UAVs, por sus siglas en inglés) sin necesidad de mandos. Pero ¿para qué serviría controlar tantos drones a la vez? Sin ir más lejos, este avance haría posible que una sola persona se encargara de proteger varias zonas a la vez en una misión de vigilancia.

Recientemente, la Universidad de Florida celebró la primera carrera de drones controlados por la mente. Equipados con unas diademas electroencefalográficas (EEG), los 16 alumnos participantes tuvieron que recurrir a sus estímulos cerebrales para conducir los UAVs a lo largo de una plataforma de casi diez metros de largo. Algunos participantes encontraron rápidamente la forma de hacerse con el drone... mientras que otros apenas lograron avanzar.