A Miguel Ángel Villena (Valencia, 1956) se le quiebra la voz de emoción al evocar la epopeya de los cooperantes españoles, sobre todo del sector sanitario, entregados en cuerpo y alma a calmar el inmenso dolor de los refugiados de las guerras que asuelan el mundo. «Son para quitarse el sombrero», asegura orgulloso este historiador y periodista, empeñado en dar fe en España solidaria (Planeta) de la poco conocida pero gigantesca labor de la cooperación española al desarrollo desde 1986 hasta 2016. Esa trayectoria no deja de ser admirable, pero el hachazo de la crisis económica llegó acompañado de una creciente pérdida de sensibilidad ciudadana que nos ha llevado a comportamos como una suerte de nuevos ricos que nos miramos el ombligo y olvidamos que hasta hace 50 años éramos nosotros los que necesitábamos ayuda internacional. Hoy nos limitamos a responder de forma compulsiva «solo cuando nos enteramos que ha sucedido un desastre en el algún lugar del mundo», lamenta el autor del libro en su conversación con Epipress.

¿Cómo surgió en España la conciencia de la necesidad de participar en la cooperación internacional para el desarrollo?

A mediados de la década de 1980, cuando España pasó de ser un país receptor de ayuda a ser donante. Desde ese momento nos hemos volcado con América Latina. A partir de 1990 se incrementó esa ayuda al desarrollo con altibajos y el ‘boom’ se produjo en 2004, cuando nos situamos entre los diez primeros países del mundo en donaciones. Eran los años de las vacas gordas y en ese momento eclosionaron las ONG’s.

Usted dice que España dio el primer paso en 1986, cuatro años después de que el PSOE llegase al Gobierno. ¿Qué sensibilidad tenían entonces Felipe González y Alfonso Guerra para ponerse manos a la obra de ayudar a los más débiles de todo el mundo?

Había sensibilidad con América Latina pero apenas se cooperaba con África o Asia. Está claro que ese Gobierno mostró una clara vocación latinoamericana y de hecho en 1992, el año de los Juegos Olímpicos en Barcelona, convocó la primera Cumbre Iberoamericana. En 1988 creó además la primera coordinadora de ONG’s, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo.

¿Cómo fue recibido aquí en 1990 el mensaje de que la verdadera riqueza de una nación es su gente, la principal conclusión del primer informe sobre desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo?

Fue un acicate para animar a todos a destinar más fondos a la cooperación y tratar así de conseguir uno de los objetivos de la ONU que pedía dedicar a la cooperación con los países en desarrollo el 0,7 por ciento del PIB.

No parecen muy alentadores los resultados de la Declaración del Milenio de 2000, suscrita por 188 estados, para lograr un mundo más pacífico, más prospero y más justo, ¿verdad?

La verdad es que en lo único que se ha avanzado es en los retos marcados para educación y sanidad infantil. Los objetivos, no obstante, eran una hoja de ruta y no una imposición para lograr esa aportación del 0,7 por ciento del PIB de los países ricos para agilizar el desarrollo de los más pobres.

Tocamos el cielo de la solidaridad con los más pobres durante el Gobierno de Rodríguez Zapatero, según usted, y llegamos a invertir 900 millones de dólares para tratar alcanzar los objetivos del Milenio. ¿No se pasó de generoso aquel Gobierno que contribuyó como ningún otro a la campaña de las Naciones Unidas?

En 2009, se consignó para ese fin el 0,47 por ciento del presupuesto general del Estado pero en 2016 bajó al 0,14 por ciento. No creo que Zapatero se pasase de generoso. Había un clima y una presión social a favor de estos proyectos y las ONG’s estaban en el ‘top’ de las instituciones en cuanto a prestigio.

¿En qué se ha traducido aquella enorme inversión en la lucha contra la miseria mundial?

Toda ayuda oficial al desarrollo tiene cierta parte de egoísmo: cuando ayudas a un país evitas que sus gentes quieran emigrar. La ayuda oficial al desarrollo beneficia a todos en el sentido moral y práctico.

He leído que los contribuyentes españoles pagamos el Parque Nacional de Galápagos para proteger sus riquísimas flora y fauna.

Y así es. La estación biológica del paraíso natural de Galápagos la estamos pagando los españoles con nuestros impuestos.

¿Qué otras grandes empresas ha abordado España en ese ámbito de cooperación?

España fue fundamental en la asistencia que prestó tras el terremoto de Haití de 2010. Gracias a nuestra cooperación sanitaria de emergencia se salvaron muchas vidas.

¿Tenemos algún prestigio en la cooperación para el desarrollo?

Tenemos mucho prestigio, sobre todo, en América Latina y en el Norte de África porque llevamos ya 20 años de experiencia en estas labores de cooperación y nos hemos profesionalizado con gente de un nivel muy alto.

Toda esa generosidad hacia el Tercer Mundo se ha ido al traste con la crisis de 2007 porque las instituciones han cerrado el grifo. ¿Cómo han reaccionado las ONG’s?

Las ONG’s recibieron desde 1990 muchas ayudas públicas para proyectos pero ahora se han dado cuenta de que no pueden depender de estas subvenciones. Muchas organizaciones pequeñas se tuvieron que fusionar y otras desaparecieron pero todas aprendieron que no pueden vivir solo de los presupuestos del Estado y que necesitan las aportaciones de una base social potente para llevar a cabo sus proyectos solidarios.

¿Quién es el cooperante español que más le ha impresionado?

Me ha impresionado la generosidad de mucha gente pero me conmueve ver a los cooperantes que se encuentran en campos de refugiados tratando de animar a personas que lo han perdido absolutamente todo por una guerra o un desastre natural. Muchos son médicos y la verdad es que los cooperantes del sector sanitario son para quitarse el sombreo.

Se queja usted de que la cooperación internacional contra la pobreza haya desaparecido de la agenda social.

Con la crisis todo el mundo comenzó a mirarse al ombligo. Es difícil pedir ayuda para una escuela de Guatemala si en un pueblo de España necesitas dinero para un comedor escolar.

Hay un fuerte descontento con el destino real de las ayudas para los damnificados por las catástrofes, ¿qué hay de cierto?

La inmensa mayoría de esas ayudas llegan a sus destinatarios pero no hay que olvidar que en muchas ocasiones ese dinero va a países de regímenes corruptos que tratan de quedarse con algo por el camino. Estamos hablando de la miseria en el Tercer Mundo, que está regido por sistemas autoritarios. Los españoles somos muy compulsivos ayudando y solo lo hacemos cuando ocurre una catástrofe.

¿Por qué somos tan poco sensibles ante esas situaciones de miseria de personas como nosotros?

Porque España ha pasado de la pobreza a la riqueza en muy poco tiempo y tiene el complejo del nuevo rico. Somos un país de nuevos ricos que olvida de dónde venimos.