¿Qué tiene de peculiar el trabajo del corresponsal en Nueva York?

Trabajando en EEUU uno siempre tiene la tentación de dejarse arrastrar por el periodismo norteamericano, de letras gordas, que tiende a magnificar y espectacularizar, a convertir lo ordinario en extraordinario: la última nevada siempre es la nevada del siglo; el último accidente, el más trágico del siglo, y el último espectáculo, es el más importante del siglo. Al corresponsal allí le cuesta a veces un poco de trabajo no dejarse arrastrar por esa ola e intentar darles su justa medida a las cosas. Lo cual a veces tampoco es fácil, porque sí es cierto que la materia prima con la que se trabaja es hiperbólica: la primera página del New York Times, de los grandes periódicos de todo el mundo. Tienes la sensación de que estás contando cosas muy relevantes, pero, por otro lado, cuando se repite un día tras otro, una semana tras y otra y un año tras otro, todo lo relativizas y hay un cierto factor de familiaridad con la primera página de la actualidad. Ir a la Casa Blanca puede convertirse en rutina, cubrir los Oscar se vuelve algo periódico, y siempre sabes que por muy gordo que haya sido el huracán va a haber otro más importante.

¿Con qué evento se queda de todos los que ha cubierto?

Sin duda, cubrir la victoria de Obama. Había una sensación de que el país estaba haciendo historia en el sentido de que se tardará generaciones en tener ese impacto social. Aparte de eso, lo más impactante ha sido el terremoto de Haití, desde el punto de vista humano. Donde más miedo he pasado fue en Bosnia; donde mejor, en los Oscar, y lo más rutinario, la Casa Blanca, aunque informar desde el césped norte, a pie del ala oeste, no deja de impresionar.

¿Cómo se vive la tensión de tener que cubrir grandes catástrofes como la de Haití?

En una posición de corresponsal lo razonable y lo esperable es que seas tú quien estés esperando que te dejen ir. Las lamentaciones de los corresponsales no son por los sitios a los que te han mandado sino por los lugares a los que no has podido ir. La pelea es siempre por llegar a los sitios y por intentar convencerlos de que puedes llegar antes que los demás. Cuando uno se pone en marcha, tienes la sensación de que tu obligación es llegar el primero y contar la historia el primero, aunque conviene no olvidar que lo primero es contarlo bien.

Usted empezó como freelance. ¿Qué le ha aportado profesionalmente?

Casi todos empezamos así. Yo quería ver mundo, viajar, contar historias, quería vivir las historias que había leído de adolescente. Creo que la profesión de periodista te permite vivir muchas vidas con la única obligación de ser respetuoso con la verdad, o por lo menos con lo que ven tus ojos.

¿Cree, como denuncian algunos, que el corresponsal ya no es lo que era?

Me enfada mucho cuando la gente cree que los periodistas van a las guerras y pagan para ver disparos, fuerzan a la gente a que llore y exageran en sus crónicas. Creo que hay de todo, y creo que el espectador tiene la obligación de elegir y hacer un contrato no escrito con los periodistas que quieren seguir. Pero en la guerra no hay que pagar para oír disparos; en las guerras hay disparos, y en las tragedias no hay que pagar para que la gente llore; en las tragedias la gente llora. La realidad es así, casi siempre supera a la ficción. Las tragedias tienen una fuerza tan bruta que no hay que exagerarlas.

¿Cómo afectó a los periodistas la llegada de Obama a la Casa Blanca?

Cuando cambian los gobiernos, los periodistas siempre tienen más acceso al poder. Cuando llegó BanKi-moon a las Naciones Unidas, a un grupo de periodistas nos invitó a su casa, porque era novato. Cuando ganó Obama, también tuvimos mucho más acceso a la Casa Blanca, y también nos pudimos hacer fotos con él. Ahora ha cambiado porque para ellos se hace más difícil, y es difícil tener acceso a ellos. El problema para el corresponsal en EEUU es que allí no dan importancia a lo que piense el resto del mundo de ellos, les importa muy poco. Lo que es un signo de un poco de arrogancia, pero sobre todo de mucha confianza, y es algo de lo que muchos otros países podrían aprender. Lo que digan los demás es importante solo en su justa medida.

¿Ha decaído el entusiasmo por el presidente?

El entusiasmo por Obama ha desaparecido, lo que no quiere decir que haya desaparecido el respeto por él. Ahora mismo yo creo que tiene aproximadamente un 60% de posibilidades de salir reelegido. Es una probabilidad lo suficientemente alta como para tener confianza y lo suficientemente baja como para estar nervioso. Conviene no olvidar que en EEUU las elecciones se deciden en las últimas semanas de campaña. Ahora se ha hecho humano, las aguas no se abren a su paso, y la cuestión es si el hombre sigue siendo lo suficientemente atractivo para salir elegido, ahora que ya no es un mito.

¿Existe realmente el mito de los periodistas estrella?

Yo creo que es eso, un mito. El corresponsal es un tipo que se siente solo, que trabaja en soledad, que siente inseguridades y que si lo hace razonablemente bien consigue engañar a todo el mundo. Porque lo que caracteriza al corresponsal es que es un señor que se gana la vida haciendo pensar a los demás que entiende de todo, cuando en realidad no entiende de nada. Y lo sorprendente es que no lo echen a patadas de todos los sitios [risas].