Con motivo del Mundial ha habido quien, estúpidamente, ha incorporado a los partidos España-Portugal el celebrado en Vigo, en 1937. En febrero del 37, empezó a hablarse de la posible formación de un conjunto nacional y el cronista deportivo gallego, Handicap, en El Faro de Vigo, ya lanzó la primera lista de jugadores posibles integrantes de la selección. Como en los mejores tiempos, hubo polémica porque aquella preselección no complació a Erostarbe, conocido cronista deportiva de San Sebastián, quien discrepó y mantuvo una pequeña polémica, con lenguaje muy moderado, eso sí, y dijo que Eizaguirre estaba herido y Campos no tenía la categoría de Elzo ni de Urreaga.

«De acuerdo con los medios, pero no puede figurar Cuqui, ausente». La polémica llegó a Sevilla y ya en marzo, Roquin de El Noticiero, escribe a Erostarbe. «¿No le parece amigo Erostarbe» —le pregunta— «que si el encuentro se celebrase deberíamos darle carácter solamente de benéfico y no de internacional?» Roquin no quería comprometer el prestigio de España porque se iba a jugar con Portugal, que tenía un equipo más entrenado. Roquin también hizo su propuesta de selección.

La organización de partidos internacionales no era cosa fácil y de ahí que los ímpetus del principio se fueran enfriando hasta que en agosto se volvió a hablar del asunto. Pero tuvo que producirse un paso previo importante y fue la importancia que se le empezó a dar al fútbol desde la jefatura del estado. Ello explica que ABC de Sevilla publicara el 27 de agosto que «es deseo del Generalísimo que a medida que la retaguardia se normaliza entre el fútbol en funciones, ya que puede producir un saneado ingreso económico a beneficio de los que luchan en los frentes».

La prensa andaluza, para dar mayor empaque a al partido que se estaba preparando, anunciaba nombres imposibles como Lángara, Cilaurren, Iraragorri, quienes, además de estar en zona republicana no eran fascistas precisamente. La España nacional concentró en Irún a sus seleccionados. Jugaron en Estadio Gal un partido de preparación. El segundo se disputó en Atocha el 19 de septiembre. La selección volvió a concentrarse en Irún. El 24 de septiembre, de nuevo en el Estadio Gal irunés, hubo partido preparatorio dirigido por el doctor García Salazar.

Por segunda vez en uno de los equipos jugó Ignacio Eizaguirre que era un niño. El tercer partido fue en Pamplona y el cuarto de nuevo en Irún. De allí se pasó a Vitoria y se volvió a Irún donde el público ya no acudió en gran número. A la selección la pasearon luego por Bilbao, Santander y Oviedo, donde además de partidos los jugadores tuvieron tardes de merienda con las señoritas más distinguidas de la sociedad local.

Vigo organizó entusiásticamente el primer España-Portugal. La ciudad fue engalanada y Jesús Suevos, jefe de la Falange Gallega, sirvió de enlace y designó a Cesáreo González como jefe del operativo. Éste presidió la Federación Gallega de Fútbol y, posteriormente, creó la productora cinematográfica Suevia Films con la que obtuvo notoriedad internacional y por cuyo lecho pasaron muchas de las hembras más hermosas del cine español e italiano.

Dos grandes retratos de Franco y Oliveira Salazar presidieron el partido. En la tribuna fueron colocadas banderas de la Falange. En el palco de honor, el comandante militar de Vigo, Felipe Sánchez, el ex ministro portugués de la Guerra y el embajador portugués en Berlín. Antes del comienzo, para dar mayor solemnidad patriótica suenan los himnos que son oídos con el brazo extendido, el saludo fascista y los legionarios portugueses que asisten al partido gritan tres veces:

¡Salazar! ¡Salazar!, ¡Salazar!

¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!

Portugal! ¡Portugal! ¡Portugal!

¡España! ¡España! ¡España!

¡Viva Portugal! ¡Viva España!

Los cronistas portugueses actuales reconocen que el equipo español no era el auténtico y coinciden en que algunos jugadores llegaban del frente y no podían tener una preparación física adecuada. Era el partido número trece entre ambas selecciones y Portugal celebró el triunfo de Vigo como si de una auténtica y gran victoria se tratara. Era la primera vez que batía a España.

La víspera, ABC de Sevilla, según Antonio Olmedo, su enviado especial, decía: «Nuestra mano requiere nuevamente la pluma de brega: descanse la de lujo, la que se consagró al servicio de la Causa redentora. Colguémosla con estilo de brindis. Muy luego volveremos a recogerla. [...] El acontecimiento deportivo dirá al mundo cuánto vale la España de Franco, sobrada de arrestos en plena guerra, para medir sus valores comparándolos con los de otros países, más que amigos, hermanos en el caso actual. Muestra de pujanza insobornable a prueba de perfidias».

El primer partido se jugó en Balaídos el 28 de noviembre de 1937.

Los equipos fueron éstos:

España: Eizaguirre (Guillermo); Ciriaco, Quincoces; Aranaz, Vega, Ipiña; Epi, Chacho, Vergara, Gallart y Vázquez.

Portugal: Azevedo; Simoes, Teixeira (cap); Amaro ( Pinto), Albino, Pereira; Mourao, Quaresma (Espirito Santo), Soeiro, Pinga y Valadas.

Goles de Pinga (m. 60), Valadas (m. 79) y Gallart (m. 80).

Árbitro. Ronaldo Barlassina, italiano.

España vistió con camisa azul y pantalón negro. El rojo comenzó a desaparecer. Asistieron 16.000 espectadores, tres cuartos de entrada porque se habían habilitado graderíos supletorios. Seis mil fueron portugueses.

El Pueblo Gallego defendió a los futbolistas españoles. «En cuanto a nuestros hombres ,si no todos, por lo menos la mayoría, se batían en trincheras contra el marxismo, espingarda en mano y muy lejos de cualquier preparación deportiva, los portugueses mostraban su forma y su clase».

Según los cronistas de Lisboa dio muchos ánimos a su selección el hecho de que Ricardo Zamora no estuviera en la portería española y de ahí que un poeta popular escribiera estos versos: «Nós vamos ganhar agora/ Que os vizinhos espanhois´/ Sem lá terem o Zamora/ Náo valen dois coracóis….»

Portugal acogió la victoria como un hecho histórico. La pretendida hermandad hispano lusitana padeció algunas grietas como ésta: «Portugal, a mais grande victoria despois da de Aljubarrota». La desilusión llegó cuando la FIFA anunció que el partido no podía ser considerado oficial por las circunstancias tan anómalas en que se disputaba ya que en la selección española no podían formar parte jugadores que se hallaban en la otra trinchera. Para los portugueses el partido de Vigo tuvo trascendencia por el hecho de que actuase Amaro, histórico jugador llamado el Einstein del fútbol que fue un famoso bohemio en la década de los cuarenta y fue perseguido por la policía política a causa de sus ideas izquierdistas, que nunca abandonó, y acabó dedicándose a las luchas sindicales.

El día 30 de enero de 1938, en que Portugal recibió a la selección española franquista, en el momento de hacer el saludo fascista, Azevedo estiró el brazo, pero mantuvo los dedos encogidos, Cuaresma se quedó quieto y José Simoes y Mariano Amaro levantaron los puños. Los periódicos de los días siguientes trataron de pasar por alto el hecho y la revista Stadium llegó a retocar la fotografía de los equipos alineados de forma que nada anómalo se notase. Ninguno de ellos escapó de las preguntas de la PIDE, la policía equivalente a la Brigada de Investigación Social. Simoes y Amaro fueron encarcelados para ser interrogados. Afonso de Melo, autor de Cinco escudos azules, entiende que aquella actitud fue una «exhibición pública de coraje y de convicción que marcaba su personalidad y una cierta identidad del Belenenses, campeón ocho años después».

El encuentro de vuelta tuvo esta explicación en la prensa nacional: «En una brillante exhibición deportiva de la nueva España frente a Portugal fue vencida difícilmente por un goal a cero». El comienzo de la crónica decía: «Era difícil soñar un ambiente más maravilloso, con cuadro de exaltación más fervorosa que éste que ha servido de marco para el decimocuarto encuentro Portugal- España; y era imposible comprender por muchas gentes que en plena guerra nuestra resolución inquebrantable, y el llegar al final reconstruyendo cuanto los rojos destruyan, nos permitiera reavivar esta vida deportiva que en la zona roja ha fallecido por completo».

El encuentro jugado en el estadio José Manuel Soares de Lisboa se disputó el 30 de enero del 38, y arbitró el italiano Mattea.

Portugal. Azevedo; Simoes, Gustavo; Amaro, Albino, C. Pereira; Mourao, Soeiro, Espíritu Santo, A. Sousa y Cruz (Valadas).

España. Guillermo Eizaguirre; Ciriaco, Quincoces; Peral, Soladrero, Germán; Epi, Vergara, Campanal, Herrerita y Vázquez. El único tanto lo marcó Sousa.

Los portugueses, tras la victoria de Vigo, se habían tomado muy en serio esta nueva confrontación. Hasta el extremo de que presidió el partido, en nombre del Jefe del Estado, el general Amílcar Mota y los ministros de Educación, Nacional, Marina y Justicia. En las gradas, en sitio preferente, estuvieron también las Mocedades y la Legión Portuguesa y la representación de la Falange. La selección portuguesa de aquellos años con Cruz, Paciencia, Cuaresma y Espíritu Santo parecía la avanzadilla del rosario en familia del Padre Peyton.