El enfrentamiento de hoy entre Uruguay y Holanda hace inevitable la evocación del acontecimiento que dio origen a la sede del encuentro, Ciudad del Cabo, la bella extensión de casi 2.500 kilómetros cuadrados «donde todo comenzó» en Sudáfrica. El día 6, como hoy, pero de abril de 1652, el navegante Jan Van Riebeeck y empleados de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales llegaron al Cabo a establecer una estación de abastecimiento para sus barcos que viajaban a África Oriental, India y Asia.

Ciudad del Cabo es la capital de la Provincia Occidental del Cabo, la capital legislativa de Sudáfrica, la metrópoli más antigua del país, con 358 años, así como la más poblada después de Johannesburgo, con 3,5 millones de personas. Quizá pocos integrantes de la tripulación del barco que ahora capitanea el entrenador Bernd Van Marwijk sepan que con la llegada de su antepasado Van Riebeeck a la tierra donde jugarán hoy, Holanda estableció el primer asentamiento europeo en el África subsahariana y un dominio que se extendió por 128 años, hasta 1780, cuando los ingleses pusieron sus ojos en el territorio. Menos lo sabrán los tripulantes del barco de bandera uruguaya que el domingo atracó en Ciudad del Cabo.

Hacer prevalecer en esta que es la Ciudad Madre el dominio del fútbol holandés a expensas del uruguayo es ahora el máximo desafío del seleccionador Van Marwijk y sus pupilos. Pero ni la historia en Sudáfrica, ni el fútbol en los Mundiales han librado a Holanda de duros reveses, pese a la importante influencia ejercida por años en ambos escenarios.

Y si esto lo tienen claro el entrenador uruguayo Óscar Washington Tabárez y sus jugadores, sabrán que con su habitual concentración y libreto táctico podrán atravesarse en el camino de Wesley Sneijder, Arjen Robben, Robin Van Persie y compañía como si fueran esa peligrosa cadena de rocas precámbricas de Robben Island. La isla de las focas, donde Nelson Mandela cumplió dieciocho de sus veintisiete años en prisión, está situada a siete kilómetros de Ciudad del Cabo, sus promontorios afilados como cuchillas por la violencia de los vientos marinos ya desintegraron decenas de barcos holandeses en el siglo XVII.

Llevar a pique la nueva versión de la llamada Naranja Mecánica equivale a impedir su nueva aproximación a la conquista del Mundial que le fue esquivo en las finales de Alemania 1974 y Argentina 1978. Y para los uruguayos será poner la proa de su expedición en una final tan esperanzadora como la que ganaron en 1950 a Brasil con la sonora denominación de «Maracanazo».

A recuperar la historia

Uruguay quiere recuperar la historia con la clasificación para la final del Mundial, en un partido en el que se medirán dos estilos futbolísticos distintos y en el que, a priori, las fuerzas se presentan niveladas. El fútbol compacto de Uruguay, un equipo muy solidario, que hace daño cuando juega bien y sabe salir a flote tras los momentos en los que sufre, se va a encontrar con el juego más vistoso y ofensivo de los holandeses.

La celeste llegó a Ciudad del Cabo procedente de Johannesburgo para afrontar el encuentro con la baja segura de Nicolás Lodeiro y las de Jorge Fucile y Luis Suárez, suspendidos. A estas tres bajas importantes se une la duda sobre el estado físico del defensor Diego Lugano, el capitán del equipo, que será duda hasta el último momento como consecuencia del esguince de rodilla que sufrió en el partido ante Ghana. La noticia positiva se centra en la recuperación de Diego Godín. Además del regreso de Godín al once titular, el seleccionador Óscar Wahingon Tabárez incluirá a Martín Cáceres, Walter Gargano y Álvaro Pereira para mantener el mismo dibujo 4-4-2 que presentó en cuartos de final ante Ghana.

En las filas de Holanda las novedades son mínimas. La molestia que siente en el codo izquierdo no le impedirá al jugador del Arsenal van Persie enfrentarse a Uruguay desde el pitido inicial. Además, también estará listo Joris Mathijsen.