Joachim Löw soñó una nueva Alemania, un equipo joven y fuerte que combinara las viejas doctrinas del pasado con el fútbol moderno, un equipo que abriera las puertas a todos los orígenes que integran el país, la menos aria de las Alemanias de la historia. Y la más joven que se recuerda, con una media de edad de menos de 25 años, una insultante juventud que aporta fuerza y el punto de inconsciencia necesario para mirar a los ojos al triunfo.

Cuando Löw se hizo cargo del equipo hace cuatro años coleaba todavía la generación anterior de futbolistas que habían fracasado en el Mundial de su propio país, apeados en el penúltimo escalón por Italia, a dos pasos de la gloria que soñaban. Jürgen Klinsmann había comenzado la revolución, pero Alemania seguía siendo una selección de rubios altos fuertes y disciplinados, pero comenzaba a entrar el aire fresco de otros nombres. Su relevo al frente del equipo se hizo dentro de la continuidad, puesto que fue su ayudante, un poco prestigioso Löw –sólo había ganado una Copa con el Sttutgart en 1997–, quien tomó las riendas del equipo.

A esa generación le quedó gasolina para dos años más y Alemania alcanzó la final de la Eurocopa de 2008. Pero ahí se estrelló contra una España más dinámica, con un fútbol más moderno, con jugadores más rápidos y técnicos que puso de manifiesto la necesidad de una renovación.

Löw se puso manos a la obra y en poco más de un año su proyecto tenía otra pinta, otro color. El seleccionador se aprovechó del trabajo que había puesto en marcha la Federación para captar a jóvenes de todos los orígenes en los barrios menos favorecidos de las ciudades. Había sido un proyecto ambicioso y de larga duración que acabó por dar sus frutos. El técnico incorporo apellidos poco habituales en una selección alemana, como el de Mesut Ozil, de origen turco, o el de Sami Khedira, tunecino, o el de Jerome Boateng, ghanés.

A esos chavales, que comenzaban a hervir en los centros de formación de Bremen, Stuttgart o Hamburgo, se unieron otros de nombre más alemán, el portero Manuel Neuer, el centrocampista Toni Kroos o el atacante Thomas Müller. Löw no recibía más que pruebas de su talento, tanto en sus clubes, donde pronto comenzaron a escalar peldaños, como en la selección, donde se proclamaron campeones de Europa sub´21 en 2009 tras batir en la final a Inglaterra.

Era el equipo perfecto, un grupo que se conocía, que había jugado junto y que aportaba otros valores complementarios de los de la siempre firme Alemania.

El seleccionador moldeó el pastel con un toque de experiencia de jugadores algo más veteranos, de la generación de Bastien Schweinsteiger y Philipp Lahm, o anteriores, como Miroslav Klose. Supo responder con juventud y talento a los retos que se encontró, como la sustitución del lesionado Mickael Ballack, el gran capitán de la anterior Alemania. En total, Löw ha sumado 38 victorias en los 54 partidos que ha disputado, con una clara mejora tras la final de la pasada Eurocopa. En Sudáfrica recolecta alabanzas, la más valiosa, la que procede del gurú de la anterior Alemania, de Franz Beckenbauer, que no dudó en confesar que la Mannschaft nunca había jugado tan bien.

«La forma en la que combinan, su estilo, es fantástico. Todo el mundo se mueve, pide el balón, el equipo tiene una formidable moral», aseguró el Kaiser que levantó la Copa en 1974 y que entrenaba al equipo que la levantó en 1990, artífice de los dos últimos triunfos germanos.

Beckenbauer les tejió un traje de campeones que los muchachos de Löw tienen que demostrar que no les viene grande. Inglaterra y Argentina han conocido ya el poder de la nueva Alemania. España es su próximo rival, el mismo que provocó la revolución. El que puede consagrar a la nueva Alemania.