El Mundial lo gana cualquiera –Uruguay cuarto, Holanda segundo–. La gloria se labra al conquistarlo siendo favorito, con la tensión suplementaria que conlleva la designación anticipada. España ha sido campeona preventiva y efectiva del Mundo. Un título por partida doble, más meritorio porque se había amputado a los españoles la capacidad de sorprender.

Nunca me había convencido Iniesta. Me parecía un jugador cuya salud en el campo –al borde del desvanecimiento permanente– preocupa más que su desempeño. Hoy pido humildemente perdón, y tecleo estas líneas arrodillado. Su gol vale dos Mundiales, el anticipado y el materializado, pero supone una parte ínfima de su extraordinario partido.

Mantuvo viva a una España desfalleciente. Sufrió un viacrucis a manos de los holandeses, sólo faltó que le dispararan en alguna internada. Desembridó incluso su mal genio, mantuvo el partido en ascuas. David descalabró a Goliat, sólo un monstruo puede jugar así la doble final de un torneo.

En cuanto a repercusión mediática, el final del Mundial no se distinguirá del final del Mundo. Entre la responsabilidad y el favoritismo, a España se le olvidó a menudo el trámite de jugar el partido, y por eso necesitó una prórroga para obtener su tradicional marcador mínimo. Antes de ponernos estupendos, conviene recordar que Holanda llegaba al trance definitivo con una victoria más que los españoles. Y que, ejem, Suiza derrotó hace un mes al vigente campeón del Mundo.

De nuevo, el mayor mérito de España consiste en que ningún equipo le ha jugado de tú a tú. Para desembarazarse de la responsabilidad añadida, todos la han tratado de usted, y Holanda la trató además a patadas. Su violencia casi logra incomodar a Del Bosque, con su aire imperturbable de «propietario de un bar de tapas» –The Sunday Times–. Fue expulsado del Real Madrid por feo. Desde entonces, el club sólo gana calderilla, y el entrenador es doble campeón del Mundo.

Vuelvo por siempre a Iniesta, que ridiculizó ayer a todos los galanes que le birlarían una chica en el baile. Su timidez letal ha contribuido esencialmente a que España haya conquistado a los no aficionados y a los no españoles. En cuanto a Holanda, una final triste siempre es mejor que una tristeza sin final.