La verdad es la primera sacrificada en una guerra, y el periodismo es la primera víctima de la victoria en un Mundial. Así lo atestigua el esplendoroso beso de Íker Casillas a Sara Carbonero, que nos obliga a los más retorcidos a sospechar que pueda existir algún tipo de vínculo sentimental entre el cancerbero y la periodista de ojos exactos. Dejemos la euforia deportiva a los expertos, para centrarnos en el beso profano que ha conmocionado al mundo. Hasta dónde llegarán los madridistas en su exhibicionismo con tal de postergar el gol barcelonista de Iniesta. En el terreno deontológico que nunca debe abandonar un artículo sobre fútbol, los partidarios de Carbonero defienden que el ósculo que atragantó a un país era un gesto estrictamente profesional. Según ellos, la periodista habría abroncado con igual pasión a su novio si el cancerbero hubiera cometido un error fatal para la suerte de España. Llegando al castigo físico, si la dimensión de la tragedia así lo requería.

El beso mundial surge de un estado de ánimo pero, dentro de la atmósfera ecuménica y panhispánica que embarga las celebraciones, debería extenderse a todo tipo de intercambio entre la prensa y la ciudadanía. Gracias a la campaña «Bese a su periodista favorito» nos abrazaremos efusivamente al profesional que acaba de solicitarnos nuestra opinión callejera sobre las expectativas electorales de Zapatero. Ese ósculo mejorará la valoración ciudadana de los periodistas, aunque sea una perspectiva que intranquiliza a quienes hemos entrevistado a Isabel Pantoja desde una prudente distancia. De hecho, el debate no ha de centrarse en el beso genérico, sino en su exclusividad. Si estamos describiendo un nuevo código de cortesía entre periodistas y entrevistados, ¿por qué sólo Casillas besó a Sara Carbonero? La contención expresiva de la locutora hacia los compañeros de su novio podría interpretarse como un agravio comparativo, que afectaría a futuras gestas de la selección. El mínimo atisbo de discriminación afecta al rendimiento de los grupos humanos. O peor, es posible que a los seleccionados no les entusiasme la idea de besar en pantalla a la primera dama del Mundial.

El propio Casillas ha confesado el carácter reivindicativo del beso, al declarar –a un periodista al que extrañamente no besó– que «Sara lo ha pasado muy mal estos días». No vamos a discutir si el guardameta tiene derecho a besar a cualquier periodista que lo haya pasado «muy mal». Su gesto compensatorio y altruista no oculta el aspecto más grave de la escena, que es el momento y lugar en que se produce. Después del partido, Carbonero estaba trabajando, justificando el notable dispendio de su desplazamiento a Sudáfrica. En cambio, su presunto novio estaba ocioso. Quienes hoy aplauden el amoroso intercambio no pensarían lo mismo si Casillas hubiera abandonado la portería en medio del España-Holanda, para consolar a una persona próxima, por muy mal que lo hubiera pasado. El trabajo del varón es importante, el de la mujer, no tanto.

La audiencia ya ha decidido que un beso vehemente entre periodista y futbolista supera en interés a las declaraciones de los segundos, que se limitan al protocolario «Bueno, pues la verdad es que estamos más contentos que si hubiéramos perdido». Por no hablar del mecanismo de transferencia, según el cual Casillas besó a Carbonero en nombre de todos los españoles. Algo parecido sucede cuando George Clooney se queda con la chica de la película en representación de los espectadores, que han pagado siete euros por asistir a esa obviedad demorada durante dos horas de proyección.

El beso de Casillas pertenecería así a la vida irreal, salvo que bajo ese arrebato existe una supuesta profesión periodística, dotada de unos códigos y de un compromiso algo anticuado con el respeto a la independencia. España ha ganado un Mundial, y su guardameta ha accedido a un premio adicional de labios de Sara Carbonero, que se ha convertido en la periodista televisiva más importante de la historia. No sólo ha superado en impacto a María Teresa Campos, sino también a Letizia Ortiz, que siente cada mención a la musa de Casillas como un alfileretazo. En cuanto a los periodistas, recibir besos propios siempre será más entretenido que limitarse a narrar los ajenos.