El miércoles comenzó muy pronto. A las 6 de la mañana hora finesa, 5 española, ya estaba en pie. No había dormido a pierna suelta, como suelo hacer un día normal. Y es que el día no iba a ser normal. Esos días, cuando te levantas, lo hace con esa sensación que sólo se tiene en las horas previas a una gran competición.

Por fin había llegado el gran momento. El día D: Mi segunda final en un Campeonato de Europa. Pero esta vez era especial. La primera, en el 2010, en Barcelona, fue toda una sorpresa. Esta vez era diferente. Entonces me lo tome como un premio al trabajo realizado. No me importaba la marca, sólo quería ganar experiencia. Ahora la cosa era distinta. Un año entero de mucho trabajo, de mucho sacrificio, de muchas privaciones, enfocado a conseguir una buena marca para llegar al objetivo final, los JJOO, en la mejor forma posible.

Los años olímpicos son años en los cuales el nivel de los atletas participantes sube bastante. Acudía a esta cita de Helsinki con la decimoctava marca, y solo doce pasaban a la final. Un reto extraordinario que sólo con la ilusión que lo afronté podía conseguir.

El desayuno, algo muy ligero. No porque la organización haya escatimado en gastos, que en eso no hay queja alguna, sino porque el pellizco en estómago, los nervios en una palabra te cortan el apetito. Una rebanada de pan con aceite, no hay que obviar nuestras tradiciones, y un vaso de leche tibia. Ya habrá tiempo de comer.

A las 7, con la maleta lista, camino hacia el autobús que la organización pone a deposición de los atletas. El bus nos espera. Ya no hay vuelta atrás. La siguiente vez que pise el hotel, me decía, lo haré con una gran sonrisa o con esa sensación de fracaso que muchas veces tenemos los que competimos.

El Estadio Olímpico de Helsinki se vislumbra entre una extensa vegetación. Han pasado 40 minutos y aún quedaban 2 horas para competir, pero era necesario que el cuerpo se active. Los primeros lanzamientos son suaves, pero enseguida, cuando ves a los rivales, el corazón empieza a latir a mil revoluciones. La sangre se te agolpa. Comienzan las buenas sensaciones.

A las 8.45, nos llaman por megafonía, revisan las maletas para que no llevemos nada no permitido (móviles, música...), comprueban dorsales y todos en fila camino al estadio. Sólo queda templar los nervios y comenzar con un buen lanzamiento, eso siempre ayuda a coger confianza para el resto de la prueba.

9.45, se inicia el concurso. Lanzo en sexto lugar del grupo A, los compañeros del grupo B lo hacen en un círculo anexo. Comienzo con el mejor tiro en primera ronda de toda mi carrera deportiva. En cuanto salió la bola, sabía que había sido un lanzamiento largo.

La prueba se alargó durante 45 minutos, tiempo suficiente para asumir lo hecho y sobre todo, comprobar al resto de rivales. Esto seguramente me hizo perder la tensión de la prueba, pero que momentazo, de nuevo en una final europea. Y esta vez por la puerta grande.