Comienza una nueva campaña bajo el paraguas del pesimismo. El verano no ha servido más que para comprobar que las cosas se pondrán un poquito peor. Perdida la confianza en casi todo, sólo queda sacar el coraje que aún nos queda para comenzar un nuevo ciclo. Vaciarnos para que al menos nuestra conciencia esté tranquila después de ver cifras y otras historias indignas para los tiempos que corren. Repetir las hazañas y cumplir con los objetivos de ediciones anteriores será un milagro si la situación no mejora, si alguien no sale a nuestro rescate.

El deporte no está ajeno a la crisis y la desmotivación llega a los pilares de los clubes. De sus dirigentes. Mucho me temo que la falta de ayudas, la situación de centenares de familias, también repercutirá negativamente en la práctica deportiva de sus hijos e hijas, incapaces de pagar una cantidad, a veces simbólica, para poder entrenar y competir. Auguro un principio de temporada con menos licencias y equipos, unos por miedo a no poder cumplir durante el nuevo ejercicio y otros porque ya no pueden más…

Y esta reflexión, que estoy convencido no es cosa sólo del balonmano malagueño, debe llegar a esos lugares donde se amontonan convenios y facturas impagadas. Iniciar una nueva etapa sin percibir un solo euro de la anterior es un drama. Aguantar las llamadas de proveedores no está pagado ni con la satisfacción de ver ganar a tus equipos, porque la paciencia y la dignidad de cada persona que se pone detrás de una entidad o un club a veces también terminan por resentirse.

Y a todo esto, aún nos queda una representación en categoría nacional con el Asisa Costa del Sol y el nuevo Torcal Antequera. El primero, tras el amago de Carmen Morales para dejar la presidencia (qué poquito le han durado unas vacaciones que pretendía fuesen eternas), y el segundo con Antonio González Galán, que afronta un nuevo, «vigilado» con lupa tras el fiasco del BM. Antequera.

Pero no sólo la crisis se ha cebado con el balonmano este verano. Los fallecimientos de Francisco Linares y Antonio Cazorla han marcado con crespón negro las noticias estivales. «Cisco», como le conocían en su querida Ciudad Jardín, nos dejó tras una larguísima enfermedad llevada con fuerza, serenidad y siempre con una visión positiva. Su último equipo, el Ciudad de Málaga, le pudo brindar en mayo el ascenso a Segunda División que hoy seguro disfruta desde el cielo. El Málaga Norte, con Alberto López a la cabeza, aún llora su pérdida. Y qué decir de Cazorla. De ese «viejo gruñón», dicho desde la más profunda y absoluta admiración y cariño, que desde muy jovencito, primero como árbitro, después como dirigente, se dejó todas sus energías por y para el balonmano de su ciudad. Seguro que no tendrán calles ni pabellones con su nombre. Ni siquiera una pequeña plaza. Pero la gente del balonmano los echará de menos, y mucho, cuando no los veamos asomar por Ciudad Jardín -proyecto en el limbo-, Carranque o Tiro de Pichón.

Mis últimos renglones de hoy, que tendrían que haber sido los primeros, son para José Luis Pérez Canca, para «Pepelu». Su calidad humana y deportiva, su familia y amigos, le ayudará a superar estos difíciles momentos y muy pronto, estoy convencido, volveremos a verlo irradiando ilusión, buenos propósitos y la sonrisa con la que siempre afrontaba las cosas. Toda la fuerza amigo. Dios te ayude.

[Raúl Romero es delegado en Málaga de la Federación Andaluza de Balonmano]