Basta con asomarse al patio de un colegio para entender cómo era el fútbol en sus inicios: un montón de jugadores que persiguen la pelota y se esfuerzan en marcar un gol. Como dice el gran historiador del cuerpo Georges Vigarello, en los primeros tiempos (y en los patios de los colegios) la división del trabajo apenas existía en el fútbol. Los primeros futbolistas no admitían que se les atribuyese un papel concreto y tendían a jugar de forma individualista. Así, cuando le reprocharon a lord Kinnaird, uno de esos primeros futbolistas, que no pasara el balón a los de su equipo, respondió que sobre todo jugaba para su propio placer y que nadie tenía por qué decirle lo que debía hacer. Esta actitud individualista y aristocrática, digna de un Aquiles futbolístico, enseguida quedó anticuada porque era evidente que un equipo en el que los jugadores se pasen la pelota siempre ganaría a uno de individuos que jueguen cada uno por su lado. Para ganar, se necesitaba cierta división del trabajo.

Y ahí estamos. Ronaldo no es más importante que Arbeloa porque la eficacia del delantero depende de la eficacia del defensa, así que el trabajo de Arbeloa permite que los goles de Ronaldo sean útiles tanto como los goles de Ronaldo permiten que el trabajo de Arbeloa no sea inútil. Otra cosa es que Ronaldo gane mucho más dinero que Arbeloa porque, a pesar de la división del trabajo, el gol es lo más caro del fútbol. Lo peor que se puede decir de Ronaldo o de otra gran estrella futbolística no es que gane una cantidad indecente de dinero, sino que juegue al fútbol como lo haría lord Kinnaird. Nada hay que saque más de quicio a un futbolista que ver cómo un compañero echa a perder una jugada por no dar un pase a tiempo o por finalizarla él mismo en busca de su propio placer y gloria.

Messi se gana al aficionado metiendo goles, pero se gana a sus compañeros bajando a defender o presionando a los defensas del equipo rival. Una pose displicente de Ronaldo hace más daño al vestuario del Madrid que veinte fallos de Ronaldo cuando la grada ya está celebrando un gol. En el fútbol hay división del trabajo, pero un equipo es un equipo cuando los delanteros defienden. Los defensas, sin embargo, deben cumplir con su función sin demasiadas alegrías ofensivas (salvo que se trate de un Jordi Alba o un Sergio Ramos) porque un defensa que abandona su puesto puede provocar un gol en contra, mientras un delantero que abandona el suyo no está dejando de marcar un gol. Si quieren saber el grado de unión de un equipo de fútbol, fíjense en el lenguaje corporal de sus jugadores.

Los futbolistas usan su cuerpo para insertarse en la personalidad más amplia del equipo. No sólo se saludan, se abrazan, se hacen gestos, se gritan o se aplauden, sino que cuando están solos y no tienen nada que comunicar, celebrar o reprochar€ escupen. Y, aunque ha costado un poco llegar hasta aquí, este el tema del artículo de hoy: los escupitajos de los futbolistas.

Tranquilos, no me refiero al ridículo duelo de escupitajos entre Diego Costa y Sergio Ramos, sino a la costumbre de escupir al suelo. ¿Por qué Ronaldo y Arbeloa escupen tanto? Creo que es para seguir formando parte del equipo cuando no están haciendo nada por el equipo. Ronaldo escupe después de una carrera o cuando el balón está lejos de sus botas. Arbeloa escupe mientras Ronaldo ataca o cuando el balón está lejos del área del Madrid. Un futbolista escupe para dejar claro que se puede contar con él, que está atento, que entiende que en ese momento la división de trabajo futbolística le impide moverse para el equipo, pero está preparado para correr tras el balón o cortar un ataque rival. Entiendo la división del trabajo, dice el lenguaje corporal del futbolista, pero escupo para dar a mis compañeros un mensaje de compromiso.

O no es así, pero da igual. El escupitajo nos lleva a otro problema. Decía el filósofo cínico Diógenes que por qué se puede hablar en el ágora y, sin embargo, no se puede cagar, mear, masturbarse o hacer el amor. ¿Por qué está bien que unos comportamientos se hagan en público y otros no? Diógenes se masturbaba en público con el argumento de que todos se frotarían el vientre si así se quitara el hambre. ¿Admitiríamos que Ronaldo se masturbara en el ágora futbolística o que Messi aprovechara un parón en el juego para orinar en el banderín del córner? ¿Por qué se permite escupir a los futbolistas pero no se les permite vaciar la vejiga? A nadie le importaría que Messi se frotara el estómago mientras escupe, pero nos escandalizaríamos si se frotara los genitales. ¿Qué diría lord Kinnaird? ¿Y qué nos dirían los niños que juegan al fútbol en el patio del colegio?