Mourinho no se pone límites. Es una de las cosas que hay que reconocerle, como que no discrimina. Le da igual un cocinero que el mejor portero del mundo. Como alguien no sea de su cuerda, es decir no se avenga a pasar por obediencia ciega a sus ideas, a su forma de ser, le pone la proa y listo. Después de lo ocurrido en Málaga, con la suplencia de Casillas, ya sabemos, eso sí, cuál será su próximo objetivo a cargarse: Florentino Pérez. De hecho, el presidente del Madrid queda tocado por el misil lanzado por el entrenador puesto que no sólo humilla a uno de los jugadores que más ha hecho en los últimos años por ayudar a mantener al equipo entre los más destacados del universo futbolístico, y todo un héroe del fútbol español, sino que mete más tensión en un ambiente ya de lo más irrespirable por sus puyas constantes cuando Pérez acababa de decir que precisamente la tensión no es lo adecuado ni mucho menos para un buen rendimiento.

El técnico portugués se ha revuelto pues contra la mano que le da de comer, contra quien le dio un poder como nunca tuvo un entrenador en el Madrid. Este es el castigo por su parte que se lleva el presidente del Madrid por hacer de Mourinho el hombre más importante del club y dar por buenas todas sus decisiones, algunas las cuales acabaron costando el trabajo a colaboradores suyos tan próximos como Valdano o Zidane. Decididamente Florentino Pérez no es que no tenga suerte con los entrenadores que ficha, es que demuestra que no está preparado para dirigir un club de este calibre. Al mandatario blanco le cegó en esta última etapa el éxito impresionante del máximo rival, el Barcelona, y tan obsesionado estaba con Messi y compañía que no se le ocurre mas que fichar a un anti-Guardiola, como si el Madrid fuese un equipo del tres al cuarto y nunca hubiese ganado nada. En vez de tratar de imponer la personalidad del club, nada menos que el de más éxito en la historia del fútbol, se pone en manos de alguien que no se para en barras con tal de conseguir títulos, y con una plantilla a su disposición que podría ser una selección mundial, no nos olvidemos, pues tan enorme es su calidad individual.

Así que el Madrid le ha ganado al Barcelona una Liga, una Copa y una Supercopa, lo que no está nada mal frente a un rival tan imponente, y cuidado, que todavía quedan importantes trofeos por disputar esta temporada, pero curiosamente la sensación, y la realidad en muchas ocasiones, es la de un equipo en descomposición, cuarteado por la política de un entrenador tan pagado de sí mismo que no admite que haya alguien más listo que él o simplemente que tenga diferentes opiniones. No es por tanto de extrañar que pronto llegaron los encontronazos, pero nunca de tal calibre en cuanto a jugadores como los de esta temporada cuando primero Sergio Ramos y ahora Casillas se van al banquillo de los suplentes por «decisión técnica» como se dice en estos casos.

Ahora bien ¿hay quien se crea, incluido me atrevería a decir el propio Mourinho, que Adán es mejor que Casillas? Desde luego que no. Que Casillas no es tan decisivo esta temporada en el Madrid como en las anteriores es también un hecho pero es notorio asimismo que al hombre se le nota cierta amargura, abrasado como está por un acosador de primera, que ha acabado por descentrarlo, animado también por la clara falta de sintonía que existe entre el clan español y el portugués, cuyo punto de partida reside igualmente en el técnico, que no para de favorecer a los suyos en detrimento de unos jugadores que no sólo tienen calidad sino profesionalidad al cien por ciento. Pero eso no basta para quien sólo mide por una cuestión de obediencia ciega al líder, y que cuando ve que todo corre peligro de desmoronarse a su lado opta por dar sin piedad, puede que en efecto buscando una destitución que le supondría un importante ingreso en concepto de indemnización.

Mourinho ha conseguido una vez más centrar la atención informativa sobre lo que ocurre al Madrid sin que la razón sea que haya admitido un solo error. Habla de que esta temporada no están sus jugadores tan metidos y tan finos como la pasada, reparte mandobles a los que no son de su cuerda, árbitros, a quienes deciden el calendario, y así hasta el infinito, o mejor dicho hasta que el hartazgo que produce sea insoportable, momento cada vez más cercano.