La pequeña localidad bonaerense de Villa La Ñata tiene su propio equipo de fútbol sala profesional y un jugador de excepción, el gobernador de la provincia de Buenos Aires y aspirante a la Presidencia por el oficialismo, Daniel Scioli, Pichichi sobre el terreno de juego.

La excepcionalidad de Scioli no se debe a su manejo del balón, pese a su apodo futbolístico, sino a su condición de gobernador y a su empeño en jugar en la liga profesional a sus 58 años.

Su pasión por el deporte no es nueva. Antes de volcarse en la política, se hizo famoso como motonauta hasta que, en 1989, su carrera se truncó por un accidente de lancha en el que perdió su brazo derecho.

Pese a la agitada campaña electoral que vive Argentina en estos días para las primarias del próximo día 9, Scioli continúa entrenándose dos o tres días por semana, cuando los actos públicos y los mítines se lo permiten.

En la cancha, se olvida de su condición de político y del tono moderado que acostumbra a mantener en sus intervenciones públicas.

Juega en La Ñata, una pequeña villa bonaerense ubicada en el delta del Tigre, a orillas del río Luján, donde también tiene su residencia privada.

Con el uniforme naranja de Villa La Ñata Sporting Club, salta a la cancha como delantero, con el número 9 en su espalda.

La paciencia se le acaba, reclama que le pasen el balón y protesta si le sacan del partido. No siempre sus quejas surten efecto.

Aunque, consciente de sus limitaciones en el manejo de la pelota, Scioli suele jugar solo el primer tiempo para dar una oportunidad a sus compañeros, comenta en privado uno de sus más cercanos colaboradores.

Más crítica es su mujer, la exmodelo Karina Rabolini, que ha llegado a decir que «es un desastre jugando al fútbol» y que en la cancha «es como una maceta vestida de naranja».

Mientras Scioli avanza en las encuestas de los presidenciables, su equipo se hunde en la cola de la liga de futbito: Está en el puesto 14 de una lista de 18. Ha ganado sólo dos de 14 partidos.

La cancha de La Ñata, un gran espacio cubierto ubicado a pocos metros de la residencia de Scioli, también dice mucho del gobernador.

Decenas de hinchas, que en su mayoría son además simpatizantes sciolistas, se ocupan de hacer un ruido considerable para animar a su equipo y a su candidato.

Las paredes están salpicadas de carteles gigantes de campaña. Primero fue la Ola naranja. Después, cuando recibió el beneplácito de la presidenta, Cristina Fernández, para competir por la Casa Rosada, «Scioli para la Victoria».

Las tribunas están bautizadas con los nombres de sus ídolos en el campo: Carlos Tévez, amigo personal del candidato, Diego Maradona y Lionel Messi.

Repartidas por el recinto, fotos del Papa Francisco, de Tévez, y un curioso panteón de celebridades mundiales en cartón piedra en el que figuran el Che, Nelson Mandela, Luis Inácio Lula da Silva, Néstor Kirchner, Bill Clinton, Barack Obama y Winston Churchill,

Al lado, en el "palco presidencial", Ghandi, Evita, Perón y el fallecido expresidente radical Raúl Alfonsín. Una combinación difícil de asimilar, especialmente en una cancha de fútbol.

Frente a estos panteones se juega el partido y el Pichichi corre de un lado a otro, prácticamente sin tocar el balón.

El riesgo, inevitable, es un pelotazo en la cara o una lesión más grave, como la rotura de clavícula que sufrió en 2014 en pleno partido. Entre el público, a veces, se ven conocidos personajes de la política y la farándula y su mujer, que reconoce que acude a verle jugar cuando él se lo pide.

En raras ocasiones accede a hablar con la prensa que acude a verle jugar y cuando lo hace se ajusta al milímetro a su mensaje electoral.

Fuera del campo, Scioli se prepara para su gran partido. Las primarias de agosto, que medirán las fuerzas de los candidatos a las presidenciales de octubre.