El azul Maristas, ese color que lució con orgullo José Luis Pérez Canca, su dorsal 18, quedó impregnado nuevamente del negro luto que marcó en el noventa y cuatro al club de sus amores tras la muerte de Feliciano García Recio Yébenes, su entonces presidente.

Formado en la cantera colegial, muy pronto destacó por su habilidad para dirigir a sus compañeros desde el puesto de central. Inteligente, con algo más de 1,80 de altura, su explosivo uno contra uno, sus fintas, su velocidad y capacidad de lanzamiento, le llevaron a conquistar dos títulos de campeón de España en cadete y juvenil (86-87 y 87-88) y un subcampeonato de esa misma categoría (88-89), donde fue nombrado además mejor jugador de España. Después llegaría el ascenso en Teruel (temporada 1989-1990) junto a Juanjo Fernández, Ortega y Quino Soler y la irrupción con el resto de amigos y compañeros de toda la vida en la Liga Asobal con un proyecto de cantera, de colegio.

Tras su paso por Málaga, sin perder la filosofía Maristas, fichó por el Ademar de León en el noventa y seis, donde logró alzar sus primeros títulos como profesional. Allí, junto a Hombrados o Juanín García, levantó la Copa Asobal y la Recopa de Europa. Miembro de una familia humilde, «Pepelu» no fue solo un jugador lleno de talento, también fue una persona inteligentísima, hasta el punto de sacar con grandes calificaciones la carrera de Telecomunicaciones, como también hicieron Jesús y Fran, sus dos hermanos.

Los éxitos deportivos le llevaron a Ciudad Real en el momento álgido de este deporte en la ciudad manchega, Granollers y por último Antequera, donde llegó con un palmarés y una experiencia envidiable que sumaba internacionalidades absolutas, varios títulos europeos y una Copa del Rey. Allí pude compartir con él bonitos momentos de balonmano. Jamás encontré una pega a las múltiples peticiones que desde prensa le hacíamos para atender a los medios, asistir a una promoción o cualquier actividad que con su presencia lograra notoriedad. El «no» desaparecía de su vocabulario y si la palabra balonmano iba por delante.

En una abarrotada sala de prensa del Fernando Argüelles nos emocionamos en su despedida y nos sobrecogimos cuando meses después conocimos su enfermedad. A pesar de ello luchó como un titán, un coloso, y jamás perdió la ilusión por seguir adelante, ganando tiempo a una enfermedad de la que incluso llegó a bromear. Su más que evidente deterioro físico no reflejaba para nada su fortaleza interior. Su resistencia física y metal, aderezada por una buena dosis de fe, le han ayudado sobremanera a llevar su cruz durante estos más de tres años de lucha contra el cáncer. Una entereza envidiable que también deja como legado.

Pepelu, amigo, ya no te veremos físicamente en los campus, torneos ni galas, pero dejas una estela imborrable de grandes recuerdos. Tu humildad, tu sencillez, tu capacidad de liderazgo desde el silencio, tu estilo de juego, tu plasticidad, tu conducta fuera del veinte por cuarenta, son un buen ejemplo de la educación recibida y de los valores que siempre hemos intentado transmitir e inculcar desde nuestro deporte. La gran familia del balonmano cuidará de tu mujer, Beatriz, y soplará hoy las velas de cumpleaños de Elena, tu hija, cuando celebre los cinco años.

Ya no te veré los domingos en la iglesia del Carmen, en Fuengirola, pero ese será también otro rinconcito para el recuerdo. He llamado a Damián, el párroco, para contarle lo que ha sucedido, y se ha despedido diciéndome que eras «buen hombre y mejor cristiano». Descansa en paz.

*Raúl Romero es delegado de la Federación Andaluza