"Cuando le pegaba a la pelota sonaba diferente a cuando lo hacía cualquier otro jugador. El esférico se sentía bien tratado. Alexander hacía música con el balón". Así describía el técnico maño y actual director de cantera del Real Madrid, Víctor Fernández, a uno de los muchos jugadores que ha entrenado a lo largo de su carrera: Alexander Mostovoi, el 'Zar de Balaídos'.

Mostovoi llegó a Vigo en la pretemporada 96/97 después de muchos rumores sobre su futuro. Aterrizaba tras varios periplos por diferentes equipos: Sparktak de Moscú, Benfica, Caen, y Racing Club de Estrasburgo. Con su llegada al Celta, se convirtió en su momento en el fichaje más caro del conjunto vigués, con una cifra que ascendía los 300 millones de pesetas. Ocho años después, pocos dudaban en la ciudad pontevedresa de la inversión del que muchos consideran el mejor jugador de la historia del Celta. 270 partidos y 67 goles lo atestiguan.

En su primera temporada en Vigo no lo tuvo fácil. Le costó encontrar su sitio. Mostovoi era un tipo complicado. Pocos fueron los amigos íntimos que hizo en su etapa en el Celta. Revivo, Makelele, el doctor Genaro Borrás y Eugenio Gonzalez, el que muchos consideraban 'el padre' de Mostovoi. Fueron de los pocos.

Entre ellos no estaba su compatriota y compañero en el Spartak y también en el Celta, Karpin. Ambos con un carácter nada dócil, no congeniaban fuera igual que lo hacían dentro del campo, donde se compenetraban a las mil maravillas. Ambos cuentan con una curiosa anécdota sucedida en el torneo Ciudad de Vigo de 1990. Los dos militaban en el Spartak de Moscú y venían a jugar el partido veraniego sin más historia que cumplir el expediente. En un momento del partido, Karpin propino una patada a destiempo a un jugador celeste. La tangana comenzó entre varios jugadores, pero hubo uno que fue el primero en ir a ayudar a su compañero Karpin: Mostovoi. Ahí demostraron de lo que eran capaces esos dos jugadores de la extinta Unión Soviética. Contagiaban, para bien o para mal, y demostraban un enorme afán competitivo en cualquier partido. Desmedido a veces. Años más tarde, los dos acabarían jugando juntos con la camiseta celeste y cimentando la mejor etapa del conjunto gallego.

Los años posteriores, 'El Zar, se convirtió en ídolo de la afición celeste. La camiseta más vendida era la del 10, la de Mostovoi. Con la llegada de Jabo Irureta al banquillo de Balaídos, el equipo dio un salto de calidad, logrando la clasificación para la UEFA. Atrás quedaban los años en los que se peleaba por no bajar. Irureta se fue al Deportivo, pero llegó uno de los entrenadores más importantes en la historia del club y de Mostovoi: Víctor Fernández. Con ellos dos, el Celta realizó un fútbol brillante y envidiado en Europa -en Turín aún recuerdan el 4-0- comandado por Mostovoi.

Memorables también fueron los derbis de aquella época. Mostovoi conocía la transcendencia de ese partido respecto a otros. Sabía que tenía que echarse el equipo a la espalda. Aún se recuerdan las trifulcas entre Mostovoi y Djalminha. En una de ellas, el brasileño le provocó gritándole "¡Viva Chechenia!", a lo que 'Mosto' contestó con una colleja. Al final, 'Djalma' le soltó un escupitajo, y ambos acabaron citándose para el partido de la segunda vuelta. El Celta ganó el segundo derbi, pero el Deportivo se llevó la Liga.

En los años posteriores, Mostovoi continuó junto al Celta cosechando éxitos. Con la llegada de Miguel Ángel Lotina, 'Mosto' siguió haciendo buenos números. Llegó el cuarto puesto en la temporada 02/03 y el premio de jugar la máxima competición continental con el Celta. Aquella temporada estuvo marcada por el mal inicio en Liga. La Champions pasó factura, y eso repercutió en la Liga. Lotina fue destituido aun clasificando al equipo para la siguiente ronda de octavos. La llegada de Radomir Antic, envuelto todo en un ambiente enrarecido, hizo que tanto Mostovoi como el club acabaran de la peor de las maneras: descenso y salida del club por la puerta de atrás.

Con 36 años, negaba la realidad que le hacía ver que su etapa de profesional en el fútbol legab a su fin. Se fue al Alavés de Dimitri Piterman después de estar más de seis meses sin jugar. Apenas estuvo 30 días. Rescindió el contrato aludiendo dolores de espalda que le impedían jugar al fútbol. Hoy día, anda a caballo entre Vigo, Moscú y Marbella -intentando ayudar a su hijo en el fútbol, donde le consiguió que hiciera parte de la pretemporada con el Coruxo- y esperando una llamada para entrenar. Con el pequeño detalle que no tiene título alguno para entrenar. Así es Mostovoi, capaz de decir lo que quiera, capaz de hacer lo que quiera. Pocos tienen el don de hacer sonar diferente la pelota cuando la golpean, ninguno es el 'Zar de Balaídos', solo él.