El 9 de septiembre de 1940, el edificio donde se encontraba la lavandería del Richmond Golf Club de Londres saltó por los aires. Una bomba lanzada por un avión alemán había alcanzado de lleno las dependencias y herido levemente a varios empleados del club, que tuvieron la fortuna de encontrarse a una distancia prudencial del impacto.

No era el único daño que había sufrido el club en aquellos meses. Los continuos bombardeos sobre Londres de aquellos meses habían abierto un buen número de cráteres en las calles de los dieciocho hoyos y las esquirlas y metralla estaban por todas partes.

No era el club del barrio de Richmond la única instalación deportiva que había pagado las consecuencias del «Blitz», el persistente bombardeo que Inglaterra sufrió entre agosto de 1940 y mayo de 1941 por parte de la Luftwaffe alemana y con el que Hitler pretendía vencer la resistencia de su principal enemigo.

La cubierta de la pista central de Wimbledon, el estadio del Fulham, Twickenham -casa del rugby inglés- o más lejos de allí, Old Trafford en Manchester sufrieron directamente el acoso de los aviones alemanes durante aquellos meses que se llevaron por delante más de 40.000 vidas y destruyeron según diferentes cálculos cerca de un millón de viviendas.

En el caso que nos ocupa, el club de Richmond pagaba por encima de todo su proximidad al barrio gubernamental de la capital inglesa, uno de los objetivos principales de la aviación nazi. De hecho, el campo era famoso entre otra cosas por la constante presencia de políticos en sus calles practicando su afición favorita.

Solo diez minutos de distancia hay entre sus dieciocho hoyos y Westminster lo que le convertía en un recurso sencillo para la clase dirigente del país cuando querían liberar tensiones gracias al golf.

El destrozo que las bombas hicieron en el campo supuso un considerable contratiempo. Era ilógico preocuparse por arreglarlo cuando las bombas no paraban de caer del cielo, cualquier solución podía durar apenas unas horas y el país además tenía otras prioridades. Ya habría tiempo para que los greenes luciesen espléndidos.

Pero los miembros del Richmond no estaban dispuestos a renunciar a su deporte y a sus torneos. Durante aquellos días la población inglesa, que se encerraba en los túneles del metro por las noches para ponerse a salvo de los bombardeos nocturnos, dio un ejemplo gigantesco de entereza. Pero puede que en Richmond fuese uno de los lugares donde se mostrase con mayor claridad el significado de la flema británica.

Los responsables del club, presionados por sus socios, hicieron una serie de modificaciones en el reglamento para responder al escenario con el que los jugadores se encontraban cada día que iniciaban el recorrido.

Basándose en algunas de las decisiones que se tomaron en un campo de Cardiff que también había sufrido los efectos de los bombardeos, Richmond estableció siete normas básicas para jugar en aquellas condiciones.

Las «Temporary Rules» las llamaron e impresas quedaron en las paredes de los dos pubs con los que cuenta la casa club y el vestuario de los jugadores.

Estas eran:

1.- Se pide a los jugadores que recojan las esquirlas de bombas y de metralla para impedir que estas estropeen los cortacéspedes.

2.- En los torneos, durante los tiroteos o bombardeos, los jugadores pueden buscar refugio sin ser penalizados por interrumpir el juego.

3. - La posición de lo que se sabe son bombas de explosión retardada está marcada con banderas rojas situadas a una distancia aproximada, pero no garantizada, de donde se encuentran.

4.- La metralla o esquirlas de bomba situadas en las áreas segadas a ras o en los bunkers, a la distancia de un palo de la bola, se pueden mover sin penalidad y tampoco se incurrirá en penalidad si una bola es movida accidentalmente por esa causa.

5.- Una bola movida por las acciones del enemigo podrá ser repuesta o, si está perdida o destruida, una bola podrá ser dropada sin penalidad sin acercarse al agujero.

6.- Una bola que repose en un cráter de bomba puede ser levantada y dropada sin acercarse al agujero, respetando la línea con el agujero y sin penalidad.

7.- Un jugador cuyo golpe sea afectado por la explosión simultánea de una bomba podrá jugar otra bola desde el mismo lugar. Penalidad, un golpe.

La noticia acerca de las reglas aprobadas en el club londinense no tardó en propagarse por todo el mundo como símbolo del descaro con el que los británicos respondían al acoso diario de los alemanes.

La prensa americana especialmente se regocijaba con ello y el propio ministro de propaganda alemán, Joseph Goebbels, acabó por enviarles un mensaje directo en una de sus intervenciones públicas: «Por medio de estas reformas ridículas, los esnobs ingleses tratan de impresionar a la gente con una especie de fingido heroísmo. Pueden hacerlo sin peligro, pues, como todo el mundo sabe, la Fuerza Aérea Alemana se dedica únicamente a la destrucción de blancos y objetivos importantes para el esfuerzo de la guerra».

Vamos, que no les había hecho gracia. De hecho, durante las semanas siguientes se temió que los aviones de Hitler se cebasen con esa zona con la intención castigar semejante insolencia. Pero no sucedió así. Cayeron más bombas en sus instalaciones, como en muchas otras zonas de Londres. En sus ataques, casi siempre por la noche con lo que la precisión se reducía de manera evidente, los alemanes prefirieron centrarse en sus objetivos estratégicos.

Los miembos del club de Richmond, dentro de sus posibilidades, siguieron jugando al golf durante aquellos meses bajo el control de las «Temporary Rules» de 1940. Mantuvieron su calendario de torneos sociales.

Los alemanes pusieron fin a los bombardeos a mediados del mes de mayo de 1941, un mes antes de que el club organizase la Don Cup, su torneo más importante y con el que se honra a Patrick Don, primer secretario de honor del club. Lo jugaron sin la presión de los cazas en el cielo, pero con los jugadores tratando de escapar de los cráteres abiertos en mitad del campo. Solo el hecho de poder estar allí era una manera de derrotar a la barbarie.