A David Herd, un delantero puro de la escuela británica, tan contundente y grande como valiente, alguien le describió como la clase de futbolista que «nunca aparece en el radar». Tenía sentido la frase. Jugaba medio oculto en aquel Manchester United de los años sesenta, el de la «Santísima Trinidad» que formaban Bobby Charlton, George Best y Denis Law. Los ojos de los aficionados se iban con las tres grandes leyendas del club, pero fueron incontables los partidos que desatascó el acierto y el arrojo de este escocés de nacimiento que acabaría por tener un papel fundamental en la reconstrucción de un vestuario devastado.

Herd llegó a Old Trafford en 1961, tres años después de que el equipo hubiese sufrido el accidente en el aeropuerto de Múnich en el que perdieron a ocho integrantes de una generación destinada a llevar a reinar en Inglaterra y también en Europa.

Restaurar esa obra parecía una misión imposible. Había que luchar contra la depresión, contra la infinita tristeza que invadía la ciudad, pero también contra la evidente dificultad que suponía encontrar futbolistas de un nivel similar a los que dejaron su vida una fría tarde de invierno en Múnich.

En algunos casos, era abiertamente imposible. Matt Busby, ya recuperado de las graves heridas que le produjo el accidente, se afanó junto a su imprescindible Jimmy Murphy («mantén la bandera ondeando Jimmy», le había pedido postrado en una cama de hospital en Alemania) en esa tarea. Y en esa búsqueda apareció David Herd.

Murphy animó a Busby a contratar a Herd. El responsable técnico del United no quería que pesase en exceso la relación de amistad que tenía con su padre. El delantero era hijo de Alec Herd, uno de los integrantes del Manchester City en los años treinta y compañero de Matt Busby durante su larga estancia en los «Citizens». Eran muy buenos amigos. Y cuando el pequeño David vino al mundo, Busby estaba allí para celebrarlo junto a su padre. Por eso no quería que los lazos personales le condicionasen y Murphy, el hombre cuya palabra era mano de santo para el gran jefe, se encargó de darle el definitivo empujón. En 1961 David Herd apareció en Manchester. Seguramente lo hacía algo tarde. Siete años antes Busby ya se había planteado ficharle. Acababa de hacer una gran temporada con solo veinte años en el Stockport County, un equipo modesto de las afueras de Manchester donde jugaba junto a su padre, y puede que encajase en aquella plantilla de los «Busby Babes» que estaba formando, repleta de chavales talentosos que apenas habían empezado a afeitarse. Aparcó la decisión por similares motivos a los que le hicieron dudar siete años después y también porque tenía tiempo de seguir su evolución y pensar en él de cara al futuro. Herd confesaría en más de una ocasión que tal vez aquella decisión de Busby le libró cuatro años después de subirse al avión que traía al United a casa tras eliminar al Estrella Roja en Belgrado en la Copa de Europa.

Herd se marchó entonces al Arsenal que pagó 10.000 libras por él. Un dinero bien invertido porque en Londres anotó más de cien goles en apenas 180 apariciones con la camiseta de los «Gunners». Había razones de peso para pensar que en 1961, ya con 27 años, encajaría en el United que estaban intentando levantar Busby y Murphy. Aquella no resultaba una tarea sencilla y hasta que en 1962 llegó al equipo Denis Law y un año después George Best la obra no pudo darse por concluida.

Mientras tanto los goles de Herd evitaron muchos dolores de cabeza en un tiempo en el que incluso había que pelear por evitar el descenso de categoría. Y acabaron por darle la primera gran alegría en años.

Sucedió en la Copa de la temporada 1962-63. El equipo peleó por evitar el descenso hasta la última jornada pero al mismo tiempo consiguió avanzar con dificultad en la Copa hasta plantarse en la final ante el Leicester. Los «zorros» se pasaron las últimas semanas pensando solo en la Copa mientras el United se jugaba la vida cada domingo. A juicio de los analistas esa diferencia de tensión acabó por decidir la final. Los de Busby se impusieron por 3-1 y el papel protagonista de aquella final fue para David Herd, autor de dos de los goles. La victoria supuso el renacimiento simbólico del Manchester United. «Subidos a aquel palco de Wembley parece que le hemos anunciado al mundo que estamos de vuelta», diría un emocionado Matt Busby a la conclusión de aquel legendario partido. La alegría volvió a las calles de Manchester, donde los aficionados festejaron el título con una emoción que pocas veces se había visto. Luego llegaría Best, nacería la «Santísima Trinidad», pero los goles del veterano Herd seguían cayendo cada fin de semana. Siempre indetectable para los defensas que sudaban frío para atender los marcajes de Law, Charlton y Best. Él aprovechaba los espacios como nadie y cuando no era posible encontrar una solución desde la exquisitez, él lo hacía desde la rudeza y la contundencia.

145 goles marcaría en total con la camiseta del Manchester United en 265 partidos. En 1967, ya con menos presencia en el equipo, sufrió una brutal entrada que le quebró la pierna y le tuvo diez meses alejado de los campos. Llegó a tiempo de recuperarse para la final de la Copa de Europa de 1968 en Wembley, pero Busby le dejó en la grada porque aún no estaba en condiciones de competir. Desde allí asistió a la victoria del United sobre el Benfica, el triunfo que llegaba diez años tarde pero que suponía cerrar un círculo.

Y él se marchó entonces del fútbol. Hace unos días saltó la noticia de su muerte a los 82 años de edad. Las actuales generaciones de aficionados preguntaron en casa por Herd y seguramente se enteraron de que la leyenda del club también la construyeron tipos como él.