Su historia en el origen no difiere de la de tantos otros niños que se pasan años saltando de un deporte a otro, probando, analizando dónde se sienten más cómodos hasta que alguien les encarrila definitivamente por un determinado camino.

En el caso de Smirnov fue un modesto entrenador llamado Yevgeny Syromyatnikov el que le insistió en que probase con la esgrima. Nacido en 1954 en la región ucraniana de Lugansk, en una ciudad llamada Rubizhne, Smirnov agarró por primera vez un florete cuando ya había pasado la adolescencia. La teoría dice que ya era tarde para escribir una carrera importante. Pero el flechazo con el deporte fue inmediato y sus progresos, constantes.

Comenzó en un pequeño club de su ciudad, pero no duraría demasiado tiempo allí. Cualquiera advertía su inmenso potencial. Era alto, fuerte, tenía los brazos largos (circunstancia importante) y la suficiente inteligencia como para saber interpretar los combates y dominar los nervios en los instantes de mayor tensión.

Aunque lo alternaba con la espada, no tardó en convertirse en uno de los mejores especialistas de florete que había en el país por lo que fue reclutado por la sección de esgrima que tenía el Dinamo de Kiev.

Tenía 22 años cuando comenzó a trabajar con Viktor Bykov, el mejor técnico de Kiev, cuyos discípulos ya habían conseguido prestigiosos títulos internacionales. Solo le faltaba la gloria olímpica. Bykov no tuvo prisa con Smirnov. Advirtió de sus enormes condiciones, pero también que le faltaba algo de habilidad. Sin embargo, estaba convencido de que su potencia podría romper cualquier defensa de los rivales. Por eso sus progresos siempre llegaron a la velocidad justa. Sin excesiva prisa.Obsesionado con el trabajo

La cabeza de Smirnov, una de sus grandes aliadas a lo largo de su carrera, no paraba. Se acostaba y le daba vueltas en busca de nuevos recursos. Durante los periodos de encierro con su equipo, era capaz de sacar de la cama a Bykov o a alguno de sus compañeros para probar nuevas estrategias.

Los Juegos de Moscú estaban cerca, un aliciente que disparaba su entusiasmo y sus ansias por entrenar y mejorar. Se proclamó campeón ruso en 1978 y 1979 superando al gran Romankov, lo que le transformó en una de las principales esperanzas del país de cara a la cita olímpica en la capital rusa.

El duelo por la medalla de oro en florete en los Juegos de Moscú fue pura electricidad y hubo de resolverse en un desempate entre Smirnov, Romankov y el francés Jolyot. Y en ese momento cumbre, con la tensión a punto de desbordarse, se puso de manifiesto quién era el más fuerte física y mentalmente. Smirnov se hizo con la medalla de oro por delante del francés y de un derbordado por la presión Romankov, que tuvo que conformarse con el bronce cuando unos años antes nadie dudaba de que se colgaría el oro en su país.

Campeón olímpico

Bykov ya tenía su campeón olímpico. Smirnov completó sus grandes resultados con la plata por equipos -los soviéticos cayeron ante Francia en la final- y el bronce por equipos en espada, la otra modalidad que practicaba de vez en cuando aunque su territorio natural era el florete desde ya hacía algunos años.

Se abría ante Smirnov un periodo extraordinario porque no se veía a nadie que fuese capaz de detener su progresión. No volvió a perder una competición durante dos años (fue campeón del mundo en 1981) aunque sus perspectivas de volver a ser campeón olímpico ya eran remotas teniendo en cuenta que el bloque comunista iba a boicotear los Juegos de Los Angeles en 1984.

En 1982 tocaba Mundial en Roma. Allí se fue Smirnov en busca de otra medalla, pero se encontró con la inesperada derrota ante Romankov que le devolvía así las últimas afrentas sufridas. Con la plata individual en el bolsillo comenzó la competición por equipos en la que los alemanes eran los grandes rivales de los soviéticos por el oro.

Durante un momento de máxima tensión durante el duelo con Matthias Behr, la hoja del alemán se partió con tan mala suerte que se incrustó en la careta de Smirnov. El trozode acero penetró con enorme fuerza a la altura de su ojo derecho y se clavó más de diez centímetros en el cerebro del tirador.

Fue conducido de urgencia al hospital Gemelli de la capital italiana donde constataron que nada podían hacer por él. Le mantuvieron de forma artificial con vida durante unos días y los responsables del equipo ocultaron al resto de tiradores el verdadero estado de Smirnov. Volvieron a casa y el campeón olímpico se quedó ingresado hasta que nueve días después del desafortunado accidente le desconectaron y anunciaron su desgraciada muerte.

La noticia generó un enorme impacto en el mundo del deporte en general. Solo dos años antes el mundo le había visto exultante en lo alto del podio de Moscú. La esgrima decidió entonces replantearse muchas cosas. El duelo entre Behr y Smirnov había cumplido con todos los requisitos de seguridad, pero tal vez era insuficientes para la clase de esgrima que venía.

Los deportistas eran más fuertes, grandes, rápidos; los combates más intensos. Poco tiempo después la Federación Internacional, en su asamblea anual, introdujo diferentes variaciones en el equipamiento con el que se debe competir.

Se cambió el tipo de acero con el que se hacían las hojas de las armas en busca de un material que no se rompiese; se introdujo el Kevlar en los trajes y la máscara se hicieron tres veces más resistente. Ya habían sucedido accidentes, algunos mortales antes de 1982, pero el impacto de la muerte de un campeón olímpico como Smirnov transformó para siempre su deporte. Fue su desgraciado testamento.

Hoy le recuerdan en Lugansk, donde los niños que se acercan a los clubes de esgrima de la ciudad aprenden viendo paredes empapeladas con sus fotos.