Brian Piccolo se quedó fuera del draft de noviembre de 1964 pese a que estaba convencido de que conseguiría una de las primeras elecciones. La mayoría de las franquicias de la NFL le consideraban poco pesado para tratarse de un «running back» y rechazaron seleccionarle. Aquello le frustró ligeramente, pero volvió a salir adelante. Estaba acostumbrado a hacerlo desde que tuvo que elegir entre el béisbol y el fútbol americano. Se decantó por el segundo. Culpa de Don, su hermano enfermizo, el que hizo que la familia se mudase a Florida cuando él solo tenía tres años, en busca de un clima más benigno. Desde entonces, su vida fue un continuo crecimiento. El instituto, la universidad y finalmente, las puertas del mundo profesional. Todo ello sin ser un estajanovista, escuchando a menudo aquello de que «Brian tiene un problema y es que le gusta poco entrenar».

En su primer draft nadie se acordó de él. El 25 de diciembre de ese año se convirtió en agente libre y aceptó la invitación para disputar un partido de exhibición un día antes de la boda que tenía previsto celebrar en Atlanta con Joy, su novia desde los tiempos del instituto. Lo hizo con el compromiso de que llegaría para el ensayo de la ceremonia que estaba previsto para ese mismo día, pero el partido se retrasó y aquello le generó un pequeño conflicto doméstico. Llegó la misma mañana del enlace y, ante el rostro enfurecido de Joy, tiró de su habitual ironía: «Ya sabes cariño lo que siempre han dicho de mí, que no me gusta entrenar».

Durante la ceremonia, tras cortar la tarta, la pareja recibió la llamada del entrenador de los Chicago Bears, George Halas, que les ofreció pagarles una luna de miel con la única condición de que fuesen a pasarla a la Ciudad del Viento. Fue así como Brian Piccolo se convirtió en jugador de los Bears. Halas, de setenta años, convocó de urgencia a la prensa y los medios dieron por supuesto que el técnico anunciaría su retirada. Pero se encontraron con el fichaje de Piccolo.

El jugador, que en las horas previas a firmar su contrato con el equipo de Chicago había recibido otras ofertas, aceptó la de los Bears porque atravesaban un momento de dificultad y porque la temporada anterior habían sido el peor conjunto en yardas de carrera. Pensó que allí las opciones de disfrutar de protagonismo eran grandes y por eso aceptó las condiciones que Halas le puso en la mesa.

Pero no tardaría en encontrarse con un importante problema: Gale Sayers. En el siguiente draft el conjunto de Chicago eligió en la primera ronda a un corredor de la Universidad de Kansas al que apodaban «El cometa de Kansas» y que no tardaría en convertirse en una de las sensaciones de la NFL hasta el punto de ser elegido «novato del año» en su primera temporada. A Piccolo le correspondió un papel muy secundario en sus primeras temporadas en los Chicago Bears.

Pero hubo una circunstancia muy importante en aquellos años y que pone en valor la figura de Piccolo. En los años sesenta, en plena segregación racial en Estados Unidos, la convivencia en buena parte de los equipos profesionales entre negros y blancos no era sencilla. Era imposible aislarse de lo que se vivía en las calles, de la discriminación que vivía la población negra, de la lucha por sus derechos. En esos años hubo episodios complejos en muchas franquicias y los Bears, como la mayoría de conjuntos profesionales, trataban de llevar la situación como buenamente podían. Una de las medidas que tomaban era que los jugadores de distinta raza no compartiesen habitación de hotel durante los numerosos desplazamientos que había que hacer durante la temporada.

Pero Piccolo y Sayers rompieron esa regla. El de Massachusetts regaló en aquel momento una enorme lección de dignidad, de respeto y de amistad. Le pidió a Sayers, el jugador que le arrebataba cualquier posibilidad de tener mayor protagonismo en el equipo, que le ayudase a normalizar la situación y servir de ejemplo para el resto. A partir de entonces se convirtieron casi en hermanos y saltaron a la fama por ser los primeros que se atrevían a dar ese paso en la NFL. A Piccolo le costó también alguna descalificación por parte de sectores supremacistas, pero siempre se mantuvo fiel a esos principios que le acompañaron desde sus tiempos en el instituto.

Su amistad con Sayers fue intensa, ejemplar. Piccolo tuvo un papel muy secundario en los Bears, relegado a los equipos especiales hasta que en 1968, poco después de que Halas dejase la dirección del conjunto de Chicago, Sayers se destrozó la rodilla derecha. El fin de su carrera anunció la prensa. Nadie había vuelto a recuperar su nivel después de una lesión tan grave como aquella. Pero Piccolo decidió que las cosas no serían así. Durante un año entero disfrutó de mayor protagonismo en el equipo (pasó a ser titular buena parte de la temporada) pero casi todo el tiempo libre que tenía lo pasaba ayudando a su amigo en la rehabilitación. Se empeñaron a fondo y en 1969 estaba de nuevo en condiciones de regresar a los terrenos de juego. Y lo de hizo de manera brillante, un caso único en aquel tiempo en el que la recuperación de lesiones como aquella eran casi un milagro para un deportista de élite.

Dooley, el nuevo entrenador, probó con Sayers y Piccolo en el mismo equipo, formando la línea de backfield (uno como running back y otro como fullback). Para ellos era la situación ideal. Pero otra vez llegaron los contratiempos.

A finales de esa temporada, tras anotar un tochdown, Piccolo se marchó del campo porque notó problemas para respirar. Un par de días después fue sometido a unas pruebas que desvelaron la existencia de un tumor maligno en el pulmón izquierdo. Solo unos meses antes se había sometido a unas pruebas que no habían encontrado nada raro. Fue operado y tras el tratamiento de quimioterapia el pronóstico de los médicos era bastante bueno. En diciembre de 1969 le dieron el alta y Piccolo mostró su convencimiento de que volvería a jugar al fútbol americano. Solo un par de meses después, en febrero de 1970, se notó un nuevo bulto en el pecho. En principio le dijeron que no era más que un músculo que se había quedado contracturado, pero una segunda prueba desveló la aparición de un nuevo tumor.

Volvió a Nueva York a ser operado, pero las complicaciones siguieron. El cáncer había comenzado a extenderse a otros órganos del cuerpo. Unas semanas después Sayers acudió a recoger un premio que le reconocía por su valentía para afrontar la lesión que había sufrido poco antes. En su discurso solo habló de su amigo Brian: «Quiero a Brian Piccolo y espero que ustedes también le quieran. Solo les pido que esta noche, cuando se pongan de rodillas para rezar, le pidan a Dios que también le quiera». El 16 de junio de 1970 el corazón inmenso de Brian Piccolo se detuvo para siempre. Hasta pocos días antes había mantenido el optimismo y eran habituales sus visitas al resto de pacientes del hospital (sobre todo a los niños) para darles ánimos y contagiarles su fuerza. Solo tenía 26 años.