La Rosaleda vivió ayer una noche extraña. Una mezcla de sensaciones antes, durante y después del partido. ¿Recuerdan aquellas noches míticas de la Champions? Pues fue algo parecido. Con los himnos nacionales de España y Costa Rica por el de la competición. Una Rosaleda llena y entregada. Un palco a rebosar. Y un futbolista en el campo, sobre el césped, levantando a todo el malaguismo de sus asientos, llevando la bandera del fútbol. Isco Alarcón fue de nuevo anoche el «jardinero» de La Rosaleda. Fue el que hizo y deshizo. El que enamoró con su fútbol, con sus regates, sus caños, sus pases filtrados entre líneas. Málaga volvió a corear el nombre de Isco. Al unísono. Esta vez, vestido de rojo, con el uniforme de la selección nacional de fútbol.

España regresó a Málaga y esta vez su banderín de enganche, además de un fútbol de etiqueta, fue su «ojito derecho». Isco se ha ganado por siempre el cariño de su gente. Y La Rosaleda, desde antes de que arrancara el partido hasta el minuto 65, cuando fue sustituido, le llevó en volandas.

Era un amistoso, pero la afición malagueña se lo tomó como si España y Costa Rica estuvieran ya disputando el Mundial de Rusia. La marea blanquiazul fue esta vez roja. Miles y miles de banderines. Miles de banderas. Y de bufandas. Y, por supuesto, de camisetas. España encontró en la Costa del Sol el calor necesario para desplegar su mejor fútbol.

Y así, uno a uno, fueron cayendo goles. De todos los colores. El primero de Jordi Alba nada más arrancar. Luego otro de Morata tras una jugada de más de 20 toques de balón de la selección. Doblete de David Silva tras el descanso. Y el quinto de don Andrés Iniesta, que fue retirado inmediatamente después.

Y entre gol y gol, muchas cosas que contar. Lo más importante es que Martiricos, después de muchísimo tiempo, volvió a disfrutar de fútbol. Fue una pasada para la vista ver jugar a estos tipos. Qué calidad y qué talento. Los gritos y la pasión por Isco lo taparon absolutamente todo, aunque hubo espacio para continuar con la polémica de Gerard Piqué.

Una parte del estadio se sumó a la moda que comenzó hace ya algún tiempo: silbar al central de la selección española cuando entra en contacto con el balón. Y así lo hicieron una y otra vez. Hubo un sector de aficionados a los que le avergonzó esta actitud y, cada vez que el central de la selección entró en contacto con el balón, aplaudió. Es más, hasta se coreó un «Piqué, Piqué». Una de ellas, cuando el catalán estuvo a punto de marcar un gol tras un córner.

Isco, cada vez que lanzaba un córner desde la izquierda, se llevaba la ovación de ese graderío. Un cañito, en el minuto 27, se vivió con jolgorio en el estadio. Tuvo el gol el propio Isco en una falta en el minuto 31, pero su lanzamiento a la escuadra derecha fue repelida por Dany Carvajal.

Isco se marchó en el minuto 65, después de un entradón por detrás de Waston. El público, en pie, le despidió con honores. Toda La Rosaleda, incluso alguien en el palco se levantó. Un palco, por cierto, donde no cabía un alfiler: Susana Díaz, presidenta de la Junta; Francisco de la Torre, alcalde de Málaga; o Elías Bendodo, presidente de la Diputación. Y donde hubo un buen puñado de VIPS. Muchos de los exfutbolistas que jugaron en Fuengirola por la mañana asistieron. Y, ajenos al fútbol, llamaron la atención la mejor tenista del mundo, Garbiñe Muguruza, y el malagueño más universal, Antonio Banderas.

Los goles, por cierto, se corearon con intensidad. Especialmente, el quinto, de Andrés Iniesta. A nadie se le olvida que nos dio un Mundial. Y, ya en la recta final, gritos de «Málaga, Málaga». Que para eso estamos en La Rosaleda.