El 7 de diciembre de 1941, los Giants de Nueva York se enfrentaban a los Brooklyn Dodgers en el último partido de la liga regular de la NFL. La victoria les garantizaba el título en su conferencia, lo que equivalía a disputar el título nacional que enfrentaba cada año a los mejores equipos del Este y del Oeste. Aunque el fútbol americano estaba lejos de convertirse en el fenómeno de masas que es en la actualidad y aún estaba a una distancia considerable del béisbol, más de 55.000 personas se dieron cita en Polo Grounds para asistir al partido.

Era la cifra más alta de espectadores que los Giants habían sido capaces de reunir en su viejo estadio para presenciar un partido. Casi nadie imaginaba entonces que un partido que había generado semejante entusiasmo entre los aficionados neoyorkinos iba a tener tan poca relevancia en unas pocas horas. En la tribuna de prensa los periodistas comenzaron a recibir avisos de que algo grave había sucedido en el Pacífico hasta convertir el partido en una cuestión secundaria.

Los japoneses habían atacado la base naval de Pearl Harbour y destrozado la flota que se encontraba en el puerto causando la muerte de casi 2.500 soldados americanos. El público disfrutó del partido -con victoria para los Giants que se aseguraron pelear por el título ante los Chicago Bears- y a la salida de Polo Grounds fueron dándose de bruces contra la realidad. Lo mismo sucedió a los jugadores. En el vestuario se arremolinaron en torno a un aparato de radio y conocieron la dramática noticia.

La alegría moderada que vivían por el triunfo que les ponía a las puertas de un nuevo título nacional para la institución dio paso a una profunda preocupación. Aquello suponía un cambio radical en sus vidas porque era evidente que el ataque supondría la inmediata entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, de la que hasta ese momento se limitaba a ser testigo. Uno de estos jugadores era Jack Lummus. Estaba en su primera temporada en los Giants de Nueva York, a donde había llegado procedente de la Universidad de Baylor. Lummus era un joven de 26 años, aplicado en todas las tareas que afrontaba en su vida.

Había conocido desde niño el trabajo duro en la plantación de algodón que su familia tenía en un pequeño pueblo de Texas. De los cuatro hijos que tuvieron Laura y Andrew Lummus, él era el único varón y cada vez que el horario escolar se lo permitía ayudaba a su padre en las tareas del campo. Lummus sobresalió por encima de todo en el deporte. Fue algo que percibieron pronto en su colegio y que estalló por completo en su etapa universitaria cuando se convirtió en un miembro destacado tanto del equipo de béisbol como de fútbol americano de Baylor.

Las perspectivas de convertirse en profesional en cualquiera de los dos deportes eran grandes. Se trataba de elegir bien los siguientes pasos que debía dar. A la conclusión de su etapa académica firmó un contrato con un equipo de las ligas menores de béisbol (los Wichitta Falls) y al mismo tiempo uno con los Giants de Nueva York para participar en sus campos de entrenamiento en agosto de 1941. Steve Owen, técnico en aquel momento del conjunto neoyorkino, le señaló como uno de los elegidos para formar parte del equipo y Lummus aparcó entonces el béisbol. Jugar en los Giants era mucho más de lo que hubiera imaginado unos años antes, cuando correteaba con la pelota con sus compañeros de colegio en Texas. La elección vital ya estaba hecha.

Con la conmoción que había supuesto la entrada en la Segunda Guerra Mundial de Estados Unidos la final de la NFL de aquel año fue un espectáculo casi furtivo. Asistieron 13.000 personas al Wrigley Field de Chicago para ver el triunfo de los Bears sobre los Giants por 37-9, una victoria clara que reafirmaba el buen momento de la franquicia.

Fue el último partido que jugaría Lummus. Un mes después se alistó en los Marines y comenzó una etapa frenética que le llevó por diferentes lugares de Estados Unidos para completar su formación militar y entrar a formar parte de la Quinta División de Marines.

El 11 de agosto de 1944 fue llamado para embarcar en el USS Henry Clay que se marchaba destinado a Hawaii. Su compañía llevaba semanas en San Diego a la espera de destino, pero todo sucedió tan rápido que solo pudo hacer unas llamadas urgentes para despedirse de su madre, de sus hermanas y de la chica con la que salía desde hacía unos pocos meses y a la que conoció gracias a una cita a ciegas que había concertado un amigo. En apenas dos meses les había dado tiempo para prometerse.

Lummus se instaló en Camp Tarawa, en la isla grande de Hawaii, a la espera de entrar en combate. Pero las operaciones se retrasaban continuamente porque la resistencia japonesa en el Pacífico superaba cualquier previsión y los planes del alto mando sufrían continuas correcciones. Las cartas a su pareja y sus hermanas que se conservan relatan muchas horas de aburrimiento y de tensa espera. Incluso un oficial le encargó, dada su trayectoria deportiva, que organizase una liga de béisbol entre los soldados para matar el tiempo libre. Pero aquella calma se terminaría a comienzos de 1945.

Jack Lummus, ya convertido en primer teniente, embarcó a finales de enero en el USS Highlands con destino a Iwo Jima, una isla volcánica estratégicamente clave y para cuya defensa los japoneses, mandados por el general Kuribayashi, había ideado un sistema de fortificaciones y túneles subterráneos que convirtieron aquella batalla en una de las cruentas de las que se vivieron en la guerra del Pacífico. Durante la travesía en el buque se hizo amigo de Howard Stockhouse, un doctor nacido en un pueblo cercano al suyo, con él pasó mucho tiempo de confidencias y recuerdos, sin saber que sería la última persona a la que vería antes de morir. Lummus desembarcó en la primera oleada el 19 de febrero. Durante días comprobó en primera persona la ferocidad de la defensa de los japoneses que resistían ante una descomunal fuerza naval que trataba de aplastarles. El 8 de marzo Lummus, al frente de su pelotón, fue herido por una granada mientras trataban de tomar una posición cerca del monte Suribachi.

Siguió ordenando el asalto hasta que al retirarse tras una nueva ofensiva pisó una mina que le hizo volar por los aires. Sus soldados acudieron en su auxilio y descubrieron con espanto que se había quedado sin piernas. Permaneció tumbado durante horas hasta que acabó aquella refriega y los miembros de su pelotón pudieron llevarlo de vuelta al USS Highlands donde se reencontró con el doctor Stockhouse, que no tardó en comprobar que nada podía hacer por él. Jack Lummus, consciente de la situación, le dijo a su paisano: «Hoy los Giants pierden a un buen hombre».

Esa misma noche su corazón se detuvo y la triste noticia llegó a Estados Unidos donde una chica de San Diego se quedó sin la boda que había comenzado a planear. El Gobierno le concedió la Medalla de Honor y el Corazón Púrpura;los Giants le incluyeron en su Círculo de Honor. Solo pudo jugar doce partidos para ellos.