Lo avisó Chus Mateo en una extensa entrevista el jueves a La Opinión: «El partido contra Alicante va a ser una guerra de 40 minutos, no habrá un triunfo holgado, como en otros partidos». Y así fue. El guión se cumplió a pies juntillas según la predicción del entrenador del Unicaja, que pudo brindarle una costosa y vital victoria a su familia, llegada el viernes de Madrid para pasar la Semana Santa en su segunda casa.

Fue una cruel batalla. En toda la extensión de la palabra. Porque el Unicaja jugó tres cuartas partes del envite como ido, atenazado, acusando aún el batacazo de San Sebastián, que tanto daño ha hecho. Y el Meridiano, acuciado por el descenso, no soltó ni un segundo el cuchillo de entre los dientes. De cuerpo presente en Málaga, pero con la conciencia en Granada y la mente en Menorca, sus rivales por salvar la categoría. En ese campo de minas se movió un encuentro con más emoción que juego, sin defensas hasta el descanso, y alocado después, bajo la promesa de una victoria vital, mortal de necesidad para ambos.

De ahí ese puño al aire de Garbajosa cuando le sacó brillo, por primera vez, a la línea de 6,75 metros en la última ofensiva del tercer cuarto. Su triple, su grito al cielo malagueño, su gesto que aún pone los pelos de punta recordando un pasado demasiado lejano, daba aire, mucho aire, a un equipo hasta entonces asfixiado: 65-57.

Porque sólo unos minutos antes, otra bomba, pero esta vez de un rival, de Hasbrouck, había puesto al Unicaja al borde del precipicio (42-50).

Había miedo en los rostros verdes. Caras de responsabilidad. Porque el tren del play off, lo mínimo exigido ya, el único reto razonable tras el esperpento copero y el discretísimo Top 16 europeo, pasaba por lograr tres triunfos en las cinco últimas jornadas. El primero pasaba por sus narices y nadie era capaz de atraparlo.

La vieja guardia fue la que sacó esta vez del apuro al equipo. Y la que tendrá que seguir remando en el esprint final de la Fase Regular. La pregunta es: ¿habrá brazos para ese sobreesfuerzo? A ese triple de Garbajosa, a esa explosión de júbilo, le siguió otro de Carlos Jiménez, en el arranque del acto definitivo, y dos más de McIntyre, que dio algunas señales de vida. Al fin. La pandilla de los treintañeros dio un paso al frente. No le tembló el pulso a ninguno. Los tres, hasta entonces, muy grises. Y con 76-63 (a 7:12) el encuentro tomó ya otro rumbo. Las cosas se vieron desde entonces desde un perfil muy diferente.

Los viejos rockeros

No se zafó de esa danza del miedo que había amarrado al equipo hasta entonces y que continuó azotando la vista del Martín Carpena (84-78). Pero, con ese colchón, el Unicaja pudo jugar a lo que más le gusta: ataques muy abiertos, con cuatro hombres en el perímetro, y Freeland, primero, y Archibald, después, dentro para activar las múltiples opciones que la pizarra ofrece: tiros de tres, unos contra unos de Berni, penetraciones de McIntyre... Y, por supuesto, la carta de Fitch, la más utilizada, la más rentable. Esta vez fueron 22 puntos los que él sumó.

Las sensaciones no fueron las mejores –especialmente en un primer tiempo de facilidades defensivas–, pero el Unicaja volvió a ganar. Y ya mantiene el Palacio invicto en los tres últimos meses, desde que Chus Mateo tomó la alternativa. En total, ocho partidos. El propio técnico dijo en estas páginas que al play off se llega con un pasaporte de 19 triunfos. Y ahora el equipo suma 17, a falta de cuatro jornadas. El Bizkaia Bilbao y su quinto lugar en la clasificación están a sólo una victoria.

Ahora toca ganar fuera, esa asignatura tan complicada que se le atraganta al equipo un partido tras otro cuando hace las maletas y deja atrás el Martín Carpena. El Power, en Valencia, y el Gran Canarias, en Las Palmas, dirán a qué aspira este Unicaja.

El de ayer fue el triunfo de los treintañeros, de los veteranos, del núcleo duro del vestuario, de la vieja guardia. Con Sinanovic por debajo de los 10 minutos, Tripkovic en los cinco y Saúl inédito de principio a fin. No hay sitio para todos. Está visto.