Lucía ayer el sol en Alicante. Se podía ir al pabellón en mangas de camisa. El autobús del Unicaja llegó al Centro de Tecnificación una hora y media antes. Rostros cansados tras tanto viaje acumulado, mentes concentradas y un convencimiento: ganar al Lucentum era clave. «Puede pasar cualquier cosa ante el Panathinaikos, pero aquí debemos vencer», admitía, antes del calentamiento Valters, en una conversación informal. Para despejar dudas, para retomar sensaciones y para alzar la voz delante de toda la ACB ante el equipo más sorprendente de la Liga.

El equipo calentó como siempre y luego jugó como nunca. Con una pasión que hacía años que no he visto. Ahora comprendo bien el último año y medio robado, birlado a la afición, de la era Aíto. ¿Se acuerdan de aquel equipo triste, peleado con el mundo y sin personalidad? Pues éste es, lo fue ayer en Alicante, su antítesis.

Es imposible jugar con más pasión, con más tesón, con más honestidad y con más credibilidad en el trabajo diario, en el esfuerzo constante, en cada jugada, en cada centímetro de pista. Salió el Unicaja dispuesto a comerse al Lucentum y lo engulló sólo con los ojos. Echaban chispas los de los verdes. Defensa de maestro de Chus Mateo, con continuos cambios de hombres, manos, brazos y el mismo alma en las líneas de pase. Y con el rebote en la mano o el robo de balón a punto de producirse, todos a correr, a esprintar, a morir hacia el aro rival.

El 0-9 inicial era poco botín. Por eso el Unicaja fue a por el 9-26. Y no se quedó contento con esa renta y fue a por el 26-43. Y se fundió al descanso con 30-53. Prosiguió con el recital por orgullo y convencimiento (32-63) y prolongó su estado de gracia, peleando cada balón, ya con el «pescao vendío» (54-88), en su máxima de +34, justo en ese mismo minuto, y cerró el chiringuito con Fitch de base, Abrines y Saúl en el perímetro y Peric y Sinanovic en la zona, en pleno éxtasis verde: 77-97.

Sería injusto destacar a alguien en particular por la exhibición de baloncesto de los 40 minutos de ayer en el Centro de Tecnificación. Les podría hablar del cambio de actitud de Fitch, de la ambición de Garbajosa, del acierto en el triple encarnado en Valters, de la intimidación de Zoric... pero haría mal mi trabajo. Y no sería justo con lo que mis privilegiados ojos vieron.

Lo del partido de ayer ya está archivado en mi memoria –una faena que ninguna televisión se pasara ayer por Alicante– y es el premio de todos. Desde Chus Mateo a Jorge, el encargado de material. Fue un trabajo en equipo. Sin Kevin Durant ni Tiago Splitter ni Loul Deng. Sin ningún NBA. Sin nadie del lockout dispuesto a hacer las maletas cuando Internet escupa una mañana de diciembre que el cuento chino entre propietarios y jugadores se acabó, y que los cheques comienzan a volver a la engordar las suculentas cuentas corrientes de cada uno.

La honradez no tiene precio. Ni se importa de la NBA. Y este entrenador es un tío honesto. Y sus jugadores, todos, son unos pedazo de profesionales. ¿Limitados? En algunas cosas, quizá, pero currantes. Con este grupo se puede ir a la guerra. Y está claro que el CSKA te puede pintar la cara. ¿Y a quién no? Y que Rudy y Carroll te pueden fusilar desde el perímetro. ¿Y a quiénes no? Pero no verán en este Unicaja una cabeza agachada, unos brazos desganados, una mente sucia. Con 31 arriba ayer en Alicante, hasta tres cajistas se tiraron al suelo para luchar por un balón dividido. Eso es compromiso. Y lo demás, milongas. Y unos instantes después, cuando Fitch cogió un rebote, sus otros cuatro compañeros iban ya por mitad de la pista para culminar la contra.

Sé que ayer no pudieron ver el partido por la tele y que sólo lo pudieron oír por la Cope. Y lamento no haberles contado la fiesta verde de «pe» a «pa». Hoy no procedía. Prometo hablar hoy con el jefe de publicidad de La Opinión para que negocie con el club la distribución del vídeo del partido. Y gratis. Sería una labor social para calmar la sed de la marea verde.