La época que vivimos es negra. No sólo por la tan consabida crisis, también por el horizonte tan incierto que tenemos ante nosotros y por la incapacidad manifiesta de los que nos dirigen en nuestras vidas. Todo ello junto con los antecedentes del mal sabor de boca que han dejado las anteriores experiencias vividas. El enunciado bien puede aplicarse al país, a nuestra España, o también puede aplicarse a nuestro equipo, el Unicaja.¿Recordar una época peor? Aunque se ha tachado a la afición de inmadura, hay bastante bagaje anterior para ser capaces de olvidar otras épocas oscuras en la historia del baloncesto malagueño.

En el proyecto pasado, el de Aíto García Reneses, se verbalizó el divorcio entre la afición y el club. La salida del entrenador y la sucesión de hechos conocidos dieron cierta paz social, que junto con la serie de resultados de arranque de temporada nos dieron motivos para pensar que, aunque no se retomara la senda del triunfo, al menos se podía ser competitivo y uno de los actores con un papel principal dentro de esta complicada temporada.

Durante este curso, el entrenador manifestó esa frase de «el halago debilita», lo que no parece es que tuviera el calado suficiente donde debía tenerlo. Los imponderables habituales de la temporada traen bajones, lesiones, dudas, malas actuaciones y todo eso que puede adivinarse. Cuando llegan se espera que la reacción sea algo más que dejarse llevar, dar mensajes políticamente correctos o esconder bajo el paraguas de la confianza ciega en el plantel actual la instrucción real de que no se va a tocar la plantilla.

Las deficiencias del grupo están manifiestamente claras ahora que la racha de derrotas parece una marca genética, incluso en algunos puestos como en el de base. Aún cuando casi se completaba la mejor primera vuelta de la historia del club también tenían más críticas que aplausos, pero ahora afloran todos los problemas. Nadie está a salvo. Es manifiesto que se necesitan cambios y el crédito del entrenador, el mismo que recibía una felicitación tras otra, está cada día más próximo a agotarse.

En muchas tribunas estériles tenemos peticiones o solicitudes de cambios, pero en el único lugar válido, el consejo de administración, se niegan los mismos. Me gustaría pensar que la proclama lanzada en su momento al público de «los miembros de la plantilla están facultados para mejorar la situación» es algo en lo que se cree, y que la situación real de inmovilismo presupuestario no es la que gobierna la razón de los que rigen el club. La pregunta es si un trabajo bien hecho es aquel que te cuadra el presupuesto aunque el equipo se esté deshaciendo como una magdalena empapada en leche. Las consecuencias no sé si serán las más graves de la historia o no, pero sin sacar a pasear otra vez la famosa racha de derrotas, lo que se está viendo en el entorno del club no es tranquilizador.

La asistencia de público está remontándose a tiempos en los que en Ciudad Jardín se podía aparcar. Dudo que se le pueda echar la culpa a según qué cosas, pero deserciones hay, y muchas, y negar el divorcio existente es cerrar los ojos ante una ola enorme: te va a terminar arrollando. Durante muchas épocas decíamos que la verdadera afición de Málaga no pasaba de aquellos que teníamos el abono antes del «glorioso» mayo de 1995. Aunque la apreciación es injusta, lo cierto es que los que vivimos el baloncesto antes del fallo de Ansley ya habíamos vivido estar cabreados con el equipo, el entrenador o el consejo del club. Créanme, no es grato, pero de todo se sale, aunque el tiempo siempre me ha dicho lo mismo: preferible dar soluciones inmediatas, como se hace frente a las enfermedades, en lugar de esperar a que se arreglen por sí solas.

No está en mi mano decidir qué hacer ante la crisis actual, pero tengo muy claro que la hipótesis de cambio de mensaje (confiamos en Chus y los muchachos) que pueda venir tras los dos partidos de esta semana (Lagun Aro y Estudiantes) sería el colmo de la injusticia, y aunque se pueda aguantar, la pregunta sería por qué ahora y no antes.