Que nadie se sorprenda, no es lo que pide Mourinho, ni mucho menos la frase pertenece a ningún jugador del Unicaja. La declaración de fidelidad en su blog es del pívot del Panathinaikos Mike Batiste.Deja claro el espíritu del equipo griego ante el quinto encuentro frente al Maccabi que se jugará el jueves en Atenas, previo a la Final Four de Estambul.

Muchos coinciden en que el secreto del funcionamiento de los actuales campeones de la Euroliga está en que Zeljko Obradovic, aparte de ser uno de los grandes entrenadores de Europa, es la verdadera piedra angular de uno de los mayores proyectos ganadores de nuestro baloncesto reciente.

Aparte de lo grandilocuente de la declaración del jugador norteamericano, la importancia del entrenador en cualquier club es capital. Es muy raro encontrar casos como el del equipo del trébol, pero lo cierto es que una vez encontrado un personaje como el entrenador serbio, resulta impensable dejarlo escapar.

Comparar Panathinaikos y Club Baloncesto Málaga es casi tan disparatado como comparar ambas ciudades o la cantidad de entorchados que lucen el techo de ambos pabellones, pero allí, tras mucho dinero gastado y muchos sinsabores salpicados con algún que otro acierto, dieron con la tecla a pulsar, en un club donde el poder lo ejercen personas ajenas a nuestro deporte, la figura de un entrenador «intervencionista» le ha venido a la perfección para ser garante y responsable de los éxitos (muchos) y de los fracasos (que también los tienen).

En Málaga, recordando la historia más o menos reciente de nuestro baloncesto, vemos como han pasado por aquí grandísimos entrenadores que todos tenemos en nuestra mente, hemos tenido éxitos que no podíamos esperar o fracasos que no se sabe dónde tendrán el fin.

En cuanto a estos últimos, todos tienen su explicación, sus factores decisivos, sus errores que podrían haberse evitado y sus consecuencias, pero casi todos tienen en común que el entrenador no era uno de esos que significaba una apuesta cierta. Cuando el Unicaja piensa en Maljkovic, Scariolo o Aíto –a pesar de su indigno final– para comandar el proyecto, la figura del entrenador es la principal en el mismo. En el caso de los dos primeros, no sé si su ambición, su empuje o su personalidad arrollan el statu quo del club y, o lo crean (como pudo ser en el caso del serbio) o lo potencian (como en el del italiano). No sé si el fallo del madrileño fue el no «ponerle las pilas» al resto de la organización, pero lo cierto es que al cabo del tiempo, el inconformismo ante la cúpula directiva de cada uno de los inquilinos del banquillo verde, fue energía para el equipo y un empuje imprescindible para el crecimiento del club.

Las decisiones tomadas en su día con fichajes de entrenadores lejos del perfil de los mencionados no las tomo como poco convenientes, el problema llega cuando pienso que el principal aval de la llegada al banquillo de Los Guindos está en los pocos puntos en común con el inquilino anterior, cosa que ha ocurrido cada vez que ha habido que reemplazar a uno de los entrenadores de fuste, de nombre o simplemente incómodo para los de arriba, que cada uno elija su opción.

De todo el grupo que conforma un club, el entrenador es la parte más débil, el único que tiene la fecha de caducidad puesta, más o menos cercana, determinada sólo y exclusivamente por su trabajo que será evaluado siempre públicamente a través de los resultados. Contrasta con el resto de los integrantes: entre los jugadores tenemos aquellos que vienen y van en plan temporero, o los que son «de la casa» y están casi toda la vida con una camiseta, aunque muchas veces su mayor aval fue lo que hicieron y no lo que hacen para justificar su permanencia. Entre los directivos no conozco a ninguno que se juegue el prestigio personal o profesional.

Todo esto es aplicable a cualquier club, pero aquí, en Málaga, tenemos exclusividades, como la permanencia casi hasta la jubilación de según qué miembros del club que nunca se exponen a los problemas de la evaluación continua de otras labores, o que los directivos gestionen el dinero ajeno pero nunca el propio, lo cual tiene su dosis de apuesta y riesgo, pero queda sensiblemente atenuada, no me digan que no.

Como todo esto es muy complicado de juzgar, nos conformamos con lo que se transmite desde la cancha hacia la grada, con lo que exponen el entrenador y los jugadores cada partido, al fin y al cabo son los que reciben la luz de los focos y los aplausos, aunque también son los primeros en recibir las quejas.

Nos tendremos que aguantar con lo que veamos, peleando por el objetivo que sea, más o menos alto, teniendo que ser conscientes de que más allá del verde, no hay muchas coincidencias entre el equipo de Mike Batiste y el nuestro, y aunque sea una solemne brabuconada lo que ha dicho el pívot, luego parece que los compañeros le acompañan en cancha, tapando con la actitud la merma de talento. Mientras tanto aquí, seguro que a muchos entrenadores les hubiera gustado tener la libertad que tiene Zeljko Obradovic y pensar que los jugadores comulgaban con la idea que él les vendía.