La afición comenzó a desfilar, escaleras arriba, dejando atrás el hartazgo del moribundo Unicaja, y pensando en llenar el buche, mucho más productivo a esa hora del día. 74-85 perdía el Unicaja ante el Assignia Manresa. 3:56 restaba aún para la conclusión. Se paró el partido y Kris Valters entró por EJ Rowland. La imagen de ese cambio retrata la dinámica en la que está inmersa este equipo: de mal en peor. Lo que salía de pista era tan inoportuno y molesto como lo que entraba. Pero es lo que hay. Lo que se fichó este verano. Una apuesta que ha salido rana. Sin dirección no hay equipo. Sin equipo no hay play off. Sin play off –o al menos siendo noveno– se perderá la Licencia A de la Euroliga. Sin Licencia A de la Euroliga... Mejor no seguir. Mejor no pensarlo siquiera. Aunque sería una insensatez mirar para otro lado. Toca ponerse en lo peor. Porque es el panorama que se vislumbra. Es lo que hay.

La pareja Rodríguez-Hernández, los dos bases del Assignia, ofrecen, a día de hoy, más credibilidad que Valters-Rowland. Y sin dirección de juego es muy complicado jugar a este deporte. Por eso el partido fue una moneda al aire. No está fabricado este Unicaja para ganar anotando más puntos que su rival. Y sin cerebros se corrió con escaso sentido y hubo ese intercambio de canastas que el Unicaja tenía la premisa de evitar. No pudo. O no supo. Volvió a haber mosqueo en el Carpena. Desaprobación. Unánime. Y esta vez los que se llevaron la rasca fueron los jugadores. Hubo silbidos y reproches. Y aplausos y reverencias de sorna cuando lo que queda del Unicaja abandonaba la pista y enfilaba el camino del túnel de vestuarios.

El «efecto Casimiro» ha durado un santiamén. El club con el presupuesto más bajo de la competición –tres millones de euros tiene el Manresa–, el mínimo exigido por la ACB para poder competir, rompió la tensa paz social instaurada tras la destitución de Chus Mateo, la llegada de Casimiro y la frágil victoria ante el Lucentum Alicante. El Real Madrid fue un mal trago y el Manresa, todo un trauma.

Muy mal parado salió el cuadro malagueño de este Domingo de Resurrección. Porque lo que resucitaron y resurgieron fueron fantasmas, líos, malos rollos, abucheos y un mosqueo general que complican el gran objetivo del equipo en estos 29 últimos días de Fase Regular de la ACB: disputar los play off.

Porque la competición ya no espera a nadie. Y el Unicaja y su objetivo de estar entre los ocho mejores se adormilan en un letargo incontenible que ya no hay nadie capaz de sustentarlo. Ayer había que ganar sí o sí. Y, lejos de hacerlo, el Unicaja volvió a demostrar una versión deprimente y lamentable. Dio muy mala imagen. Perdió bajando los brazos. Sostenido únicamente por Luka Zoric, el equipo pasó olímpicamente de defender. Quiso jugar a lo mismo a lo que jugó el Manresa: correr, anotar e ir al rebote ofensivo. La irrupción de DeVries, con 10 puntos consecutivos en el tercer cuarto (de 52-55 a 62-60), sólo retrasó el desastre.

«Éramos un muy mal rival para el Unicaja», clarificó Jaume Ponsarnau, técnico del Manresa, tras el encuentro. El Unicaja no fue capaz de frenar las virtudes del equipo con el presupuesto más bajo del torneo. Hanga, Gladyr y Downs martillearon el aro verde desde la línea de tres puntos. Como si fueran Diamantidis (Panathinaikos), McCalebb (Siena) o Mirotic (Real Madrid). Por poner sólo tres dramáticos ejemplos del pasado más cercano. El Unicaja se derrumbó. No aguantó la acometida del Assignia. Imagínense si nos llega a pillar ayer cualquiera de los tres morlacos citados.

El mismo Unicaja que dominaba 68-62 a un minuto del final del tercer cuarto cedía 70-79 unos instantes después. Y la desventaja, ante la bajada de brazos general de los locales, se disparó después: 76-90. Al final, 81-96. El problema es que nadie sabe cómo arreglar esto. Hablas con los jugadores y te dicen que no lo entienden: entrenan bien, trabajan duro y llegan listos al fin de semana. Después, todo se va a tomar viento. Con perdón. Ya hablaremos más claro cuando esto acabe.