Es curioso, he tardado pero ya he descubierto para qué sirven las vacaciones. Muchas veces se dice que para viajar, para descansar, para desconectar, para hacer cosas nuevas. Cada uno escogemos qué hacer en nuestras vacaciones. Durante la mañana del domingo me he lamentado no estar de vacaciones. El razonamiento es fácil: si hubiera estado fuera de Málaga no hubiera visto el partido, así no tendría que haber pasado por el trance que fue intentar analizar el desastre –otra vez- en el que se ha convertido el Club Baloncesto Málaga.

Aunque ya he escrito hasta hartarme de jugadores o entrenadores, he hablado en tertulias, reseñado en alguna que otra web, esto ya no tiene por donde cogerlo. Prácticamente sonroja referirse al aspecto que sea en referencia al primer club de baloncesto de Andalucía. El problema es tal que el miedo al abandono del propietario o un soberano recorte en su aportación es algo palpable. Es más, hasta asumido por la cada vez menos abundante masa social.

Mientras tanto, ese proyecto que maravilló a todos y que era de todos, se queda huérfano. Si antes mirábamos hacia la cancha torciendo el gesto, tras el cambio de un jugador y el del entrenador, ahora hay que girar la cabeza. Mientras antes teníamos claro que el propietario del club era lo mejor que podía habernos pasado, ahora verbalizamos temores de quedarnos sin el verdadero soporte de nuestro baloncesto en Málaga: el dinero de Unicaja Banco.

El baloncesto, aparte de ser un deporte para gente alta, tiene detalles muy claros: el rebote es cuestión de voluntad. Si el peor equipo de la Liga en rebotes coge 10 más que el Unicaja no es cuestión de que el entrenador haya perdido el feeling con la plantilla o que los bases no estén capacitados para dirigir en la ACB o que los tiros entren o no. Simplemente es que no hay la voluntad necesaria para competir. Con un detalle como éste, hablar del partido es gastar inútilmente el tiempo: el suyo y el mío, así que no lo hago.

Tras todo esto, la dimensión del problema ya excede los límites conocidos o públicos del club, aunque lo más curioso de todo es que si jugadores y entrenadores no han cumplido con las expectativas creadas, lo cierto es que el resto del entorno decisorio (consejo de administración y dirección deportiva) no han quedado por debajo de lo que se esperaba de ellos, simplemente porque su hoja de servicios estaba en blanco. Es tan simple como decía Benedetti: bienaventurados los que están en el fondo del pozo, porque desde ahí sólo puede irse hacia arriba.

No es que el club haya tocado fondo, no sabemos realmente donde pueden llevarlo entre todos los componentes, pero la situación tal vez reclama ya una catarsis real, a todos los niveles, desde arriba hasta el sótano. Hablar de redimensionar la cantera o preocuparse por la licencia A de la Euroliga tiene que quedar muy atrás. Hay que ver si el concepto de club, con una cúpula no profesional, es válida a estas alturas, el que hace años haya salido bien (muy bien a veces) no quiere decir que siga valiendo, que cuando hay que hacer un cambio fuera del entorno plantilla-entrenador se recurra siempre a aquellos que tienen en su currículum ser «gente de la casa» y que se lleven bien con la cúpula dirigente (esto último, imprescindible) es un error gravísimo que ha quedado demostrado con los acontecimientos que llevamos observando desde hace bastante tiempo.

El momento actual es difícil, pero aunque mañana mismo el propietario decidiera aportar menos dinero al club, seguiríamos siendo la envidia de gran parte de España y Europa. El problema es tener gestores que no ponen en peligro ni el prestigio profesional porque no lo tienen. Ante una situación tan complicada como la que se vive, creo que es el momento de profesionales, de aquellos que puedan ver una mala campaña aquí como un problema en su historial, no como otra hoja más a pasar en su vida.

El tiempo actual reclama un cambio, no valdría con unas vacaciones para oxigenar la mente o simplemente escapar de algo concreto, y el momento es hoy, dejar de pasar un solo instante es un lujo que no puede permitirse el club, porque puede ser vital para el día de mañana.