El domingo, mientras hago la retransmisión del Murcia-Unicaja para Rock FM voy pensando qué se dice del enésimo tropiezo de nuestro equipo. Mi hijo me llama al terminar: ¿de qué vas a escribir? Un buen amigo me manda un mensaje: ¿ahora qué escribes, una necrológica?

Estas son las sensaciones, son las reacciones inmediatas tras ver el partido de Murcia. Después de haber sido el pasado martes igual de sincero que llevo siendo desde el 16 de mayo de 2010, la duda la tengo ahora ¿es posible una nueva vuelta de tuerca? Es más ¿serviría para algo?

La duda es grande, no creo que sirva para nada, es más, lo mejor que puede ocurrir es que esto acabe ya, ojalá pueda salvarse la Licencia A de la Euroliga en los despachos, pero aunque se finalice más cerca del descenso que del play off, esto debe terminar ya, la fractura lleva camino de hacerse más grande y más dolorosa, me gustaría equivocarme, pero creo que no hay posibilidad de enderezar esto.

¿Hasta aquí por hoy? Quizá sí, pero ni yo mismo me merezco este castigo, ¿escribir para deprimirme? Hoy no toca, mucho menos en mi columna número 100. Esperaba que en un número tan señalado pudiera escribir de la gran cantidad de triunfos que he podido relatar, las alegrías que he compartido, pero resulta que estos dos años casi completos tengo que reducir las alegrías a las que nos ha dado la selección, eso para todos, porque para un servidor, la gran alegría me la llevo yo este año.

El curso baloncestístico 2011/2012, como hubiera dicho el gran Andrés Montes, trajo para mí la ocasión de volver a entrenar, confiaron en mí en mi club de toda la vida, EBG Málaga, con toda la ilusión del mundo descolgué el título de Entrenador Superior de Baloncesto que me gané hace un tiempo y me dispuse a vivir otra vez el vértigo del banquillo. Contado así parece que quien ha escrito aquí ha sido Zeljko Obradovic, Sergio Scariolo o Doc Rivers, pero no, mi equipo ha disputado la liga provincial minibásket, y me ha hecho disfrutar mucho.

Aunque nos quedan como mínimo cinco partidos antes de terminar la competición y lo más normal es que no disputemos ningún título, sólo puedo dar las gracias. Porque con la dinámica de entrenamientos y partidos, he conseguido respirar mejor, disfrutar más de la vida, dejar atrás tantos y tantos momentos que el devenir y la rutina diaria darían motivos para recurrir a los antidepresivos. Resumiendo: entrenando a mi equipo de niños se vive mejor.

A Ismael León, Sergio Pérez, Jorge Suárez, Germán Alcalde, Jorge Casado, Andrés Parazuelo, Marcos Macías, Jorge Bonilla, Toni Vega, Javi Navarro, Jorge Ramos, Iván España y Guillermo Carretero, mi equipo toda la temporada y Adrián López y Rubén España (ayuda importante en entrenamientos puntuales), tengo que agradecerles el haberme aguantado durante los meses pasados y los que vengan, con mi continua exigencia, con ese apretar las clavijas cada día para que trabajen más y mejor, con esa infinita paciencia para aguantar mis neuras de entrenador, porque no crean ustedes que los de minibásket somos menos neuróticos que los entrenadores de la Euroliga, eso es algo que va en la marca genética.

A cambio, me gustaría pensar que han aprendido cierta ética de trabajo, que les gusta más este deporte, que los compañeros de este año les dejen un buen recuerdo y sobre todo que en cualquier aspecto de la vida o el deporte, si trabajan, pueden conseguir lo que quieran.

Además, no puedo ser justo y olvidarme de los padres y madres de todos ellos, porque no agradecer a aquellos que han sido imprescindibles para los buenos y malos momentos del equipo es faltar a la verdad, les agradezco los viajes, las horas de entrenamientos, la libertad que me han permitido, el respeto que han tenido por todo mi trabajo y sobre todo el haber entendido, que hasta que acaba el entrenamiento, el responsable es el entrenador. Eso sí, tenemos pendiente otra cena.

A todos ellos gracias, y en especial a mi esposa Inma, que ha aguantado con todo el amor del mundo la vertiente de madre de jugador y mujer de entrenador, a mi hijo Jorge, que ha trabajado duramente todo el año con la doble carga de ser jugador e hijo y a mi hijo Carlos, que ha sido el mejor ayudante y el más valioso apoyo, con él al lado todo ha sido muy fácil.

Hemos ganado muchos partidos, hemos perdido pocos, pero no importa, porque en todo momento he visto que el equipo nunca ha vuelto la cara. Es la parte dulce de nuestro deporte, y es lo que quería tener en mi columna número 100, disfruto haciendo esto, el baloncesto es algo que ayuda a que muchos estemos mejor, y después de la columna de la semana pasada necesitaba poder respirar aire fresco para no deprimirme, que es lo que viene pasando. Para ello he recurrido a mi antidepresivo particular, mi equipo, para mí, el mejor del mundo. Simplemente porque lucha hasta que se acaba el partido, seguro que les pasa igual con el de su hijo o el de su sobrino. Estamos en deuda con ellos.