Las temporadas deportivas va terminando. No coinciden con el término del año natural, lo cual produce un enorme lío en las contabilidades respectivas que se rigen por años naturales, pero esto está montado así... Las finalizaciones de todas las competiciones producen el momento de hacer balance. Ese balance colectivo e individual tan necesario para reflexionar sobre lo acontecido a lo largo de una temporada, que en el caso de la alta competición da para mucho.

Están los impacientes que empiezan a hacer balance a lo poco de iniciarse cualquier temporada. Son los que quieren obtener réditos, beneficios y resultados cuando todavía no ha dado tiempo de nada. Son aquellos que no sirven para gestionar, ni para transmitir cierta cordura. Hay que alejarse de ellos. Están por el lado contrario, quienes son capaces de aguantar todas las embestidas de las malditas prisas y de oportunistas varios. Quienes en medio de la tempestad actúan con la serenidad de no dejarse llevar por la histeria. Se dice que no hay situaciones agobiantes, sino personas que se agobian. Puede ser.

Llegado casi al final, toca pensar. Eso que cada día se hace menos. Se valora lo hecho, y se trata de mejorar aquello que no se hizo bien o no se acertó en el intento. Es de un enorme mérito hacerlo. Michael Jordan, considerado mejor deportista de todos los tiempos, decía que gracias a sus fracasos había obtenido el éxito. Casi nada.

En un país como el nuestro donde se castiga socialmente al fracaso de una forma tan cruel, no hay demasiado margen para la reacción, no te dejan o al menos te ponen todos los impedimentos para intentar de nuevo sacar cabeza, siempre encontrarás a alguien que te recuerde que en la temporada tal o el año cual perdiste. Da igual tu trayectoria más o menos exitosa, sacarán de ella tus derrotas. De nuevo, la mediocridad que empuja sin piedad.

Antonio Banderas decía que en USA no se perdonaba al que fracasaba, y que en España no se perdonaba al que triunfaba. Pero después de lo andado, uno no sabe en España qué no se perdona, si el éxito o el fracaso, o ambos. Y llegas a la triste conclusión, que sencillamente no se perdona al que intenta emprender algo, tenga o no éxito.

Tiene mucho mérito sobrevivir al linchamiento de los mediocres. No dejarse arrastrar por los vaivenes de los desequilibrios que hoy te dicen que eres lo más grande, y pasado mañana que no vales ni para el arrastre.

Acudí como responsable del Área de Deporte a la Gala del baloncesto fin de temporada, en ella se premiaban a los campeones y subcampeones de todas las categorías inferiores de la provincia de Málaga, y se reconocía a determinadas personas por su amplia trayectoria, fueran árbitros, entrenadores, directivos o patrocinadores. Además de dos momentos muy emotivos, uno el reconocimiento para un hombre que ha sido el padre del baloncesto moderno de la ciudad, Alfonso Queipo de Llano, un mito en vida, y un referente de este deporte en Málaga, y sobre todo, un emocionado recuerdo para Lidia Hierrezuelo (su hermano Dani, uno de los mayores activos de este maravillosos deporte, desde el arbitraje a nivel nacional e internacional, puede dar fe de ello), una valiosa mujer que desgraciadamente ya no está entre nosotros, y que formó parte destacada de la Delegación de Baloncesto de Málaga. Todo un detalle de esta Delegación liderada por Rafael Gallego.

Patricia Soler, una joven jugadora malagueña ya seleccionada por la Selección sub 18, manifestaba en ese acto, que el mejor consejo que le habían dado era que no conocía el «no sé», ni el «no puedo», que sólo con esfuerzo se podía superar cualquier situación. Una auténtica lección.