Sin actitud es imposible jugar la Copa del Rey. Ningún jugador del Unicaja está en disposición de seleccionar esfuerzos, decidir que esta semana toca exprimirse y dar el máximo en la Euroliga y que en la Liga Endesa, en un encuentro de casa ante tu afición y contra un tal Blusens Monbus, basta con ir con el freno de mano echado, las gafas de sol puestas, un pitillo consumido en los labios y el codo sacado por la ventanilla, con el cedé puesto y la música a toda leche. El Unicaja no puede permitirse esa osadía. No debe si quiere que se vayan cumpliendo los objetivos. Y el siguiente, con esa manifesta desgana, se ha complicado muchísimo.

Para jugar la Copa del Rey hay, primero, que merecerlo. Parece una obviedad, pero es tan real como que hace unas semanas ganó en Málaga el Estudiantes y ayer lo hizo el Obradoiro. No aprendió el equipo la lección, según parece. O el profesor Repesa, entre grito y grito, no se explicó con claridad. O, y esta parte no la quiero ni pensar, hay jugadores que no están hechos para simultanear, al máximo nivel, dos competiciones, para competir sin excusas y con ambición los viernes y los domingos.

Igual que el jueves subimos a los altares a Marcus «Jugón» Williams, su baloncesto se perdió ayer entre bote y bote, sin agresividad. Y eso lo agravó con su habitual desgana atrás. Y cuando anda fino en ataque se le perdona todo, porque el tío es un escándalo de bueno y te gana partidos, que es de lo que se trata, pero cuando tiene la muñeca torcida (2/6 en tiros de dos y 0/4 en triples), pues chirría.

A James Gist puede que en Málaga nadie le haya apoyado más que un servidor. Sus condiciones físicas para jugar a este deporte y dar espectáculo son sensacionales, totalmente fuera de lo común. Técnicamente es muy limitado y tiene lagunas mentales. Si lo tuviera todo seguiría en el Fenerbahce cobrando un millón libres de impuestos. Pero lo que no puede hacer es dejarse comer ayer por sus rivales, huir de la pintura, eludir el cuerpo a cuerpo, limitarse a tirar de tres -sin acierto- y pasar de rebotear. Porque cuando está a su máximo nivel, el equipo siempre ha ganado: Berlín, Tel Aviv, Siena... Curiosamente, siempre en Euroliga. Pero la ACB también se juega, y su desastroso y antológico -7 de valoración de ayer, más que una anécdota, parece una condena. Es el jugador con la valoración más baja de toda la plantilla en la Liga Endesa (1,1). Así que tiene que espabilar, sí o sí, en la competición nacional. Porque aquí es donde uno se gana el pan. Y donde se clasifica para la Copa.

La justa derrota ante el Blusens Monbus (70-76) complica mucho la presencia en la cita de Vitoria en el mes de febrero. Lo del Estudiantes fue un accidente. Cosas que pasan. Lo de ayer por la tarde ya es otra historia. Viene a confirmar que mentalmente el equipo está flojito, por decirlo de manera suave, y que queda mucho trabajo por delante en ese aspecto. Competir dos veces por semana es un premio, no un lastre como parece. La Euroliga e incluso la Eurocup aprietan y exigen. Lo sabemos. Valencia palmó ayer en Valladolid y Bilbao se dejó avasallar por el colista Cajasol. Y la ACB, aunque algún jugador verde se lo tome como día de asuntos propios, es más seria de lo que se imaginan.

Y no basta con un frenesí final para aliviar el mal trabajo de los 39 minutos previos. Ni aunque sea en casa y aunque el rival sea, con todos los respetos del mundo, el Obradoiro. En ese esprint imposible que emprendió el Unicaja en el último minuto, cuando el equipo perdía 59-71, llegó a alcanzar lo que parecía la línea de meta con 70-71, con tres triples en escasos segundos -cuatro en todo el partido-, pero aún restaba tiempo y ya no quedaban fuerzas. La antideportiva a Simon, tan justa según la nueva normativa como frustrante, decidió el punto y final del choque. Luego se volvieron a apagar las bombillas, como fue común en todo el choque, no entraron los tres tiros libres de Dragic y el sentimiento de que esto de ir a la Copa del Rey comienza a cobrar tintes épicos, como el alocado minuto final de ayer, se abrazó con fuerza al futuro inmediato del equipo.

Estar en el torneo del KO depende aún del Unicaja. De coraje y actitud. En defensa, ocurra lo que ocurra, está la base del equipo. Ya han demostrado estos jugadores que saben tirar de tres puntos. La media, en los 20 partidos clavados que van de curso, es del 33,7%, que no es gran cosa, pero que mejorará con la progresión de Vidal.

Lo que es de manual es saber que viene un especialista consumado como Alberto Corbacho y que te meta 28 castañas, con seis «bombitas». Es señal más que suficiente para saber que el plan de partido no se ha desarrollado y que te ha explotado en las narices.

Éste es el equipo que hay. Ni más ni menos. Una plantilla larga, con 11 jugadores más Jiménez, que llega a mediados de diciembre con el Top 16 en el bolsillo tras una estupenda Euroliga y que tiene que ganar tres o cuatro de los seis próximos choques ligueros para ir a la Copa. Chalon el jueves y Zaragoza el sábado, ambos a las 20.00 horas. Ésa es la hoja de ruta inmediata.

Que nadie me diga que, viendo los equipitos que hay en la ACB, el Unicaja no tiene potencial para estar entre los ocho mejores. Y que nadie piense que en un cajón de Los Guindos hay un cheque con muchas cifras para «cortar» a fulanito y fichar a menganito. Esos tiempos ya se han acabado. Los que están -ahí están sus currículums- deben sacar esto adelante.