Pasar por el Palacio de los Deportes de la CAM es, parafraseando a Joaquín Caparrós, entrenador del Levante, como ir al dentista. Uno puede entrar sano como una rosa, pero salir con dos empastes, un nervio anestesiado o, directamente, sin muela del juicio. El Real Madrid es, de largo, el equipo que mejor baloncesto juega en España y en Europa. Y con su salida meteórica a pista tan sólo demostró que está muy por encima del Unicaja y de los 17 rivales a los que se ha enfrentado en la Liga Endesa este curso. Llull hizo de Kevin Durant con 22 puntos en 17 minutos y el Madrid sacó de la pista a los malagueños: 51-29. Fueron 17 minutos de frustración. Como chocar contra un muro. Una y otra vez. Y a fuerza de golpes, el equipo perdió la fe en lo que hacía ante un Madrid extraterrestre, que no parecía de esta Liga ni de este mundo, que lo metía todo y que iba en progresión de meter 115 puntos en el encuentro.

Ni el Unicaja ni nadie en la ACB ni en la Euroliga ha tenido armas para competir a este nivel tan excelso, rozando la perfección, y sin Rudy (por faltas) y el «Chacho» Rodríguez, que sólo tuvo magia al final del partido. Esos 17 minutos fueron caóticos, pero no era real. El Madrid, por muy bueno que sea (que lo es), no mete 115 puntos por partido (su media es de 88) ni anota el 70% de los triples. Ni escupe fuego por la boca. Es, al fin y al cabo, un equipazo. Pero es humano. Pero ante ese otro Real Madrid, el Unicaja tampoco fue capaz de asustar.

Llegó la reacción, porque Joan Plaza sabe de baloncesto y a sus órdenes no hay 12 amigos vestidos de verde. Hay tíos que juegan a esto un rato. Llámese Fran Vázquez (ya lo quisiera este Madrid) o Vlade Stimac o Nik Caner-Medley. Y cuando el Real Madrid se humanizó y se tomó cumplida venganza por el deshonor de palmar en Moscú, el Unicaja compitió. Con sus armas, que son muchas. Y puso el partido en un puño (54-45), justo donde quería estar. Pero pecó de falta de ambición.

Si ser del Unicaja es excusar al equipo y no exigirle el máximo, pedirle que mantenga ese cuerpo a cuerpo ante un Madrid «humano» pues bórrenme y sáquenme entonces del «club» (aunque permítanme conservar mi abono). El equipo cayó en el enésimo «diente de sierra», como ha comentado alguna vez ya Joan Plaza. Claro que puede pasar. Pero también pasa que debemos ser exigentes. Y con este Unicaja hay que serlo.

¿Que venimos de dos años sin play off y tres de cuatro sin Copa del Rey? Una realidad como una casa. Pero antes llegaron títulos y finales. Y aunque ha pasado tiempo, la base y lo más importante continúan ahí: sigue la entidad financiera apostando por el baloncesto de elite, hay un entrenador de Top 16 de Euroliga y un plantillón cojonudo. Así que sí, seré exigente. Porque cuando el partido estaba ahí, al lado, cerquita, el Unicaja se olvidó de meter canastas. Se le hizo de noche. Insisto: ante un Madrid que ya no era el del inicio.

Llegaron errores tontos, de Stimac, de Suárez, de Dragic... de todos, en realidad. Plaza no paró el partido hasta que el Unicaja se comió tres posesiones llegando a los 24 segundos. Y, repito, ante un Madrid que ya no era galáctico ni extraterrestre (por mérito cajista, claro). Así que el 64-57 cayó como una losa. Porque yo era, discúlpenme, de los ilusos que pensaba que sí se podía. No, evidentemente, ante el Madrid desmelenado y descomunal del comienz0. Pero sí de su nuevo perfil. Porque los de blanco, con bula arbitral incluida, como de costumbre, comenzaron a fallar triples, a errar tiros cómodos, a incluso bajar los brazos atrás. Pero no hubo Unicaja en este intervalo, perdido en un diente de sierra descendente que le sumió en ese inesperado bajón.

Pero de nuevo hubo opciones. Porque el baloncesto es así de bonito. El Madrid creyó que ya lo tenía, como le ocurrió al Unicaja ante el CAI, ¿se acuerdan? Y quizá les pesó el viaje a Moscú o que Llull ya no las enchufaba. Lo cierto es que el Unicaja regresó de nuevo al partido (mérito cajista). Sin hacer nada excepcional, sólo atacando con algo más de mesura. Y en el arranque del último cuarto volvió a ponerse a 10 puntos (67-57).

Ahí volvió a morirse. Y ya no apareció más. Aunque en esta ocasión, no por deméritos verdes, sino por aciertos blancos. El Unicaja jugó a lo que tiene que jugar ante un rival como el Madrid, pero ahí apareció el increíble talento del líder. Nada, absolutamente nada que reprocharle al equipo en ese momento. Tras el mate de Fran y ese 67-57, con dos minutos ya consumidos, Bourousis anotó una canasta de calidad y Mirotic metió sobre la bocina la canasta que remató al Unicaja: 71-59. Lo del «Chacho» Rodríguez fue después puro adorno. Triplazo, robo, bandeja... y se acabó: 81-59. Y 88-67 al final. Palmamos por 21 puntos. Perder era lo lógico y previsible, por todos los argumentos esgrimidos ya. Además de por otros datos que resumen perfectamente el partido: Valoración (115 a 44) o tiros de tres (50% a 18%). Más esos intangibles como la intimidación (tapones 7 a 2) o los que no tienen hueco estadístico pero se ven a la legua, como ese plus que faltó cuando el Madrid no fue súper, y le bastó con llevar en el pecho el escudo de ser campeón de Liga y subcampeón de la Euroliga. Pero, por favor, que ningún erudito me venda hoy que ha sido una derrota digna y que si bla, bla, bla... Perder por 21 puntos no es ningún motivo para estar hoy alegre. Ni satisfecho. Salvo que todos seamos mediocres y nos baste con cumplir objetivos mínimos. Algo de lo que, estoy segurísimo, no es el caso. Ni en el club ni en el equipo.