La Copa del Rey de Málaga tendrá la final soñada por muchos, esperada por casi todos y en la que el Barça, que llega como víctima propiciatoria, repite por quinta ocasión consecutiva. Málaga es especial para el equipo culé. Tres ediciones y tres finales, con dos títulos. Y a la espera de lo que ocurra hoy ante el Real Madrid, favorito sobre el papel. Pero luego manda la pista. Ésa casi nunca miente. Y el Barça viene de jugar y ganar en las pistas de (tomen nota) Fenerbahce, Olympiacos y Panathinaikos. O sea, tela marinera.

Además, llega relativamente reposado, a pesar de tener un día menos de descanso. Una salida descomunal nos privó a todos de partido. 9-0, con tres triples. Uno detrás de otro. Perasovic tuvo que solicitar su primer tiempo con menos de tres minutos disputados. Porque el Barça había dejado claro que quería estar en la final. Mejor dicho, Navarro. Cuando el escolta dejó su fusil a un lado fue Papanikolau quien tomó el relevo. Dos robos, dos bandejas tras un «costa a costa» descomunal y un triple en una esquina para darle otra galleta al Valencia (19-7). Y cuando «Peras» trató de asustar con una zona, para cambiar algo, para que el partido no muriera sin el Valencia haber roto a sudar siquiera, llegó otra oleada blaugrana: 26-7.

Los 19 puntos arriba, con apenas nueve minutos disputados, parecía una losa demasiado pesada. Por la entidad del rival y porque el cuadro taronja ya venía de nadar contracorriente por aguas repletas de cocodrilos vitorianos. Mucha tela para un traje azul y grana, que al final del primer cuarto ya tenía mil rotos para los valencianos: 31-9.

Aunque la rotación de Xavi Pascual propició una leve reacción de los levantinos, otro par de triples «culés» instauraron la máxima renta del partido: 41-18 (min.14). Un auténtico baño y eso que en pista estaba la segunda unidad de Pascual, con Pullen dirigiendo, Abrines con minutos y Dorsey en la pintura. O sea, sin Huertas ni Navarro ni Papanikolau ni Tomic... Poco importaba a un Barça desmelenado.

Sin embargo, al equipo perfecto, a ese modelo de equipo, al que nunca se equivocaba, sobre el que caían mil y un piropos se fue del partido. Los misterios del baloncesto son infinitos. Y una desconexión total de los de Xavi Pascual alumbró un nuevo reto, un intento descorazonador del Valencia por sacar la cabeza de debajo del agua y regalarse un soplo de oxígeno. Algo de vidilla para ir al descanso con motivos para no abandonar y soñar con algo palpable. El 44-33 era un tesoro. Sabía a pura gloria después de estar a casi 30 puntos apenas cinco minutos antes.

Pascual tuvo que pedir un tiempo, porque la golosa y casi definitiva renta obtenida había menguado de forma tan sorprendente como interesante. El partido tomaba un nuevo prisma. En realidad, la palabra clave era ésa: partido. Porque, la verdad sea dicha, no lo había habido hasta ese punto. Habían sido minutos y más minutos de monólogo blaugrana. Un «pim, pam, pum» extremo que había roto cualquier atisbo de emoción o de interés. Esos 11 puntos abrían múltiples posibilidades. El Valencia ya sabía bien la fórmula, escrita la noche anterior ante el Baskonia a base de un espíruto a prueba de bombas, esfuerzo innegable y toneladas de fe. Y le sirvió. Pero el Barcelona no era el Laboral Kutxa. La ventaja no pudo bajar de los 10 puntos en todo el tercer cuarto (61-45, min.17) y llegó al final de ese acto con 64-48.

El Valencia siguió creyendo en los milagros (67-57), aunque dos gestas tan seguidas, en una misma Copa, parecía bastante improbable. Y así fue. El Valencia nunca dejó de intentarlo, nunca: 72-61 (35´), 78-69, (38´) o 82-75 (39´). Demostrando los motivos que le han traído hasta esta Copa, que le hacen ser segundo en la ACB, único perseguidor real del Real Madrid y firme candidato a la Eurocup. Pero el Barça fue mucho Barça. Fue mejor. Y hoy se la jugará contra el Real Madrid. La final esperada en la Copa de Málaga 2014.