¿Qué le pasa a Caleb Green? Es la pregunta que se formulaban muchos de los 8.500 espectadores que acudieron al Unicaja-Olympiacos del viernes del Top 16 de la Euroliga. Titular ante el equipo griego, sin puntos en su casillero con dos tiros libres errados que hubiesen puesto emoción al partido, sin presencia en el equipo, sin ningún peso específico... Unos días antes, esa misma cuestión también se la planteaban los 11.000 aficionados que abarrotaron el Carpena para presenciar el triunfo ante el Real Madrid. Claro que la anestesia del fenomenal triunfo disminuía el tono de la pregunta, de los porqués de esos dos «airballs» en sendos triples que no tocaron ni siquiera aro, de su escasa presencia en pista (12:12 minutos de los 45 que duró el partido), de su nulo impacto en el equipo...

El problema es que la pregunta no es nueva y existe un runrún en la grada. Impaciencia, expectativas creadas, bajo rendimiento del ala-pívot... Las sensaciones no son buenas. La expresión corporal del jugador da a entender que juega tensionado, agarrotado. Que no disfruta del juego, que no se divierte.

Y los números de Green confirman que no es el ala-pívot anotador y referente que iba a abrir el campo y sustituir en el equipo a Nik Caner-Medley. El americano promedia en sus primeros 25 partidos con la camiseta verde 7,3 puntos, 3,4 rebotes y 7,4 de valoración. Caleb tira más de tres puntos (32% en triples) que de dos: 75 lanzamientos de tres por sólo 58 de dos.

Llegó a Málaga tras firmar una temporada excelente en el Sassari, un modesto club italiano que, por primera vez, se clasificó para disputar la Euroliga. De su mano, el cuadro transalpino disputó una temporada memorable, «saliéndose» en la Lega y compitiendo en la Eurocup. Los números de Green le catapultaron a Málaga. En la segunda competición europea promedió 19,3 puntos, mientras que en la Liga nacional estuvo también formidable, con 17,3 puntos por choque.

El Unicaja terminó de encajar su puzle con él, tras cerrar antes la contratación de Will Thomas. Y es, en gran medida por la aportación de Thomas, por lo que el rendimiento de Green está pasando algo más inadvertido. Lo que llama la atención es que llegando de las mismas Ligas, con un bagaje similar en equipos de segundo nivel internacional y en el primer año de ambos en la ACB con un club de aspiraciones y que juega la Euroliga, el balance de ambos sea tan desigual.

La diferencia es que Green ha sido siempre un jugador con libertad total en sus equipos, nunca se le han pedido responsabilidades en defensa ni un ajuste a un sistema más jerarquizado y ordenado. Y en su nuevo rol está sufriendo muchísimo. Ni tiene los tiros ni las jugadas que ha tenido en su carrera en clubes de menor nivel.

Green llegó a la ACB siendo la gran estrella del Dinamo Sassari, club en el que jugaba más de 30 minutos y en los que lanzaba a canasta de manera casi compulsiva, sin límites. Y estaba más descargado de trabajar en defensa, un hecho que es innegociable con Joan Plaza. El ala-pívot de 2,03 metros nacido el 10 de julio de 1985 trabaja a buen nivel en los entrenamientos. No hay queja de su actitud ni de su disciplina de trabajo ni de su profesionalidad. Pero luego no traslada a los partidos el buen nivel que demuestra en los entrenos.

Le está costando entrar en la dinámica del equipo y encontrar sus minutos. Todos confían en que pronto llegue un «chispazo», que tenga un par de buenas actuaciones, que se entone de tres, que sea agresivo en el rebote y que eso le recargue la moral para ser útil al equipo. Mientras tanto ha de ganarse los minutos en la pista. Aquí nadie regala nada. Thomas, que llegaba como recambio, se ha ganado la titularidad. Green, con un contrato similar al de Baltimore -ninguno llega a los 375.000 euros brutos-, está lejos de lo que se esperaba de él. Tiene la confianza del cuerpo técnico y el respaldo de la grada. Aunque en el deporte, claro, todo tiene un límite.