El avión volaba sobre los Pirineos, de regreso a Málaga, tras hacer escala en Fránkfurt. En aquella época, el Unicaja, viajara donde viajara, siempre hacía escala en Fránkfurt. El capitán de la nave habló por los altavoces y pidió que todos nos abrochásemos los cinturones, venían turbulencias. Frederic Weis viajaba con la relativa comodidad que a un «gigante» de 2,18 metros le proporcionan las butacas situadas en las salidas de emergencia. Hablar con «Fred» relajaba y entrevistarle a 9.000 pies, en pleno traqueteo, no le alteró en nada. Siempre hablaba con un tono de voz muy suave, y en aquella charla publicada en marzo de 2003, Fred confesaba: «Me cuesta ser bueno en la cancha». El francés tuvo un niño malagueño, Enzo. Y decía a boca llena que tenía dos hogares: «Uno está en Limoges y el otro, aquí, en Málaga». Siempre iba con camisetas de mangas cortas y, si el tiempo lo permitía, en chanchas. Comentaba que el tiempo era lo mejor de vivir en Málaga. Bajo su piel, de su inacabable esqueleto, se escondía un hombre frágil, vulnerable. «Las críticas me duelen muchísimo», explicaba. Las de la prensa, las de la afición y las de su propio entrenador, Bozidar Maljkovic, que en aquella temporada eran frecuentes.

Weis, el «gigante bueno», jugó en Málaga por petición expresa de «Boza». El pívot francés había machacado al equipo malagueño en la final de la Copa Korac, cuando el Limoges de Marcus Brown dejó al Unicaja sin corona. Maljkovic se puso tan pesado que Ángel Fernández Noriega, el presidente que impulsó el gran Unicaja que todos conocemos hoy día, tuvo que ficharlo en diciembre de 2000, del PAOK griego. Weis jugó en Málaga tres temporadas y media. Se puso la camiseta verde en 185 partidos, de 2000 a 2004. Drafteado por los New York Knicks en el número 15 de 1999, subió a la elite con el Limoges y en el Unicaja alcanzó fama y ganó dinero. Aquí nació Enzo, su hijo. Y luego el destino le llevó a Bilbao, donde, según narró ayer el periodista Sam Borden en un reportaje publicado en «The New York Times», trató de suicidarse tomándose una caja de pastillas en una estación de servicio en Biarritz. Era el mes de enero del año 2008.

Su ángel, el pequeño Enzo, nació sano, pero cuando cumplió un año, todavía en Málaga, él y Celia, su mujer, se percataron de que tenía graves problemas de comunicación. La pareja trató de buscar ayuda en una docena de médicos y al pequeño se le diagnosticó un tipo de autismo. Acabando su etapa en el Unicaja, Fred Weis comenzó a beber, a cerrar los bares y acabó con su matrimonio. Celia, la «diminuta» mujer que siempre le había acompañado -la diferencia de altura entre ambos era notable-, regresó a Francia con su hijo en 2004 y él se quedó solo, y ahí se agravó su problema con el alcohol. Su baloncesto comenzó a morir y en 2008, en aquella estación de Biarritz, Fred tocó fondo. Aquellas pastillas no hicieron el macabro efecto y cuando se despertó, el expívot del Unicaja, aún en su coche, aturdido, confesó en el periódico neoyorquino que fue «el momento más afortunado» de su vida. Había estado inconsciente diez horas, pero estaba vivo, seguía en el vehículo. Fred relató que llamó a Celia, llorando, y que desde entonces cambió su vida. La pareja se reconcilió y Fred finalizó su carrera en 2011 en Francia.

Pero Weis sigue batallando aún contra la depresión. Regenta un estanco en Limoges y se le ilumina la cara cuando habla de Enzo, que va dando pasos al frente, aunque Celia confiesa que quiere llevar a su marido a un terapeuta, pero él se niega. Tiene fuertes cambios de humor y sueña con tener una casa en la playa, junto al mar. «Las olas hacen feliz a Enzo», dice. ¿Por qué no en Málaga, en tu otra casa?