Las condiciones económicas y la guerra mundial provocaron que la familia de Romeo dejara los dolomitas bellunos, en el norte de Italia, para viajar hasta Rumania. Allí el cabeza de familia encontró un trabajo que permitió a los Sachetti salir adelante. Al finalizar la II Guerra Mundial, en 1945, quisieron regresar a Italia y lo lograron en los primeros meses de 1953. Su primer destino fue un campo de refugiados en Atamura, Bari. Allí en la barraca número 8 nació el pequeño Romeo Sachetti. A los seis meses, su padre murió. Un año después la familia emigraba al norte, a Novara, a casa de su hermano. A pesar de todo esto, «Meo» no considera que haya tenido una infancia difícil, muy al contrario afirma: «Solo tengo cosas que agradecer a mi familia. A pesar de ser pobre me dio la serenidad y la terquedad de realizar mis sueños».

En Novara estudió en los Saleasianos. En el exterior del oratorio había unas canastas y gracias a unas luces que el sacerdote había puesto se podía jugar por las tardes. Era la oportunidad que tenía mucha gente sin recursos de conocer el baloncesto y jugar con sus amigos. Unos valores, la ayuda a los más necesitados, que considera que la iglesia ha perdido y que espera que el Papa Francisco recupere. Meo jugaba al fútbol pero un día vio en la televisión un partido entre el Scavolini Pesaro y el Napoli, y se enamoró del básket. Antes de descubrir la cancha de los salesianos utilizaba un triangulo formado por unas ramas de árbol en un parque de Novara para anotar sus primeras canastas.

Sachetti era un jugador maravilloso. Dan Peterson lo definió como «un linebacker de la NFL que podía jugar de escolta». «Era como un bailarín. Un roble de una tonelada de peso con un juego de pies increíble. Yo no podía creer cómo se movía. Era una pluma». Plata olímpica en Moscú 90 y campeón de Europa en Francia 83 con Italia, después de toda una vida en Varese, una lesión en el tendón de Aquiles le retiró el 9 de noviembre de 1991. Se perdió un jugador pero se ganó al entrenador más exitoso de Italia.

En 2009 cogió al Sassari en la Lega 2, en 2010 consiguió el ascenso a la Primera División, donde siempre ha clasificado al equipo para los play off. La pasada temporada logró el triplete: Liga, Copa y Supercopa.

Dicen sus jugadores que su apariencia brusca, ruda y misteriosa oculta a un entrañable osito. Meo se autodefine como «práctico, sensible y soñador». Maneja a su equipo como una familia, los valores personales importan más que los técnicos. «Tengo buenos jugadores, pero sobre todo grandes personas. Cuando un jugador falla prefiere el abrazo a los gritos. Un entrenador debe estar tranquilo y transmitir serenidad. Así los jugadores tienen menos miedo y más posibilidad de acierto».

No le gusta ser el centro de atención ni buscar excusas cuando las cosas van mal. Siempre da la cara. En la pista sus jugadores son muy libres y fuera de la cancha también. Le gusta el juego de ataque, rápido y tirando de tres. Ese es el equipo que se va a encontrar esta noche el Unicaja. Suerte.