El Unicaja comienza a dar síntomas muy preocupantes. Les diré, sin paños calientes, que comienzo a creer que este verano se ha «destruido» un equipo que funcionaba como un reloj, que era fiable, que competía, que era la regularidad personificada. Que perdía, por supuesto, pero que daba siempre la cara, que nunca bajaba los brazos, que no se escondía ni buscaba excusas. Un equipo en toda la extensión de la palabra. Y que hemos fabricado otro, más del gusto de Joan Plaza en lo físico y en la disposición de jugar un baloncesto muy rápido, pero que no tiene el sello del entrenador ni en el carnet de identidad. Este Unicaja 2015/16 es la imagen de la irregularidad. Llega a ser caótico. Deja los partidos, se ausenta de ellos, de una forma alarmante. Es difícil pensar esto del Unicaja del año pasado. Sobre todo, porque no ocurrió. Sólo le recuerdo, sin tirar de hemeroteca, un partido en Moscú y los dos del play off en Barcelona que abrieron la serie de semifinales, especialmente el primero. Dos. Ni uno más. Y este curso, con tan sólo un mes y medio de competición, el equipo se dejó ir lamentablemente en Bilbao, no supo competir en Sevilla y anoche, en Bamberg, ante un gran equipo como el campeón alemán, fue horroroso. Lo vivido en Alemania fue una humillación en toda regla.

El Unicaja llegó siempre tarde. En defensa y en ataque. Permitió jugar a sus anchas al Brose Baskets. Y su ataque fue calamitoso, impropio de un equipo como el Unicaja. El abuso del triple (26 tiros, además con malos porcentajes -15,4%-) desnudó a un equipo que no fue agresivo, que no penetró y que no buscó balones interiores. Y, lo peor de todo, que jugó andando. Mientras botaba un compañero apenas se sucedían cortes, no había actividad. Los brazos estaban caídos, las cabezas habían viajado ya a Andorra y los alemanes llegaron a marcar una máxima de 29 puntos: 72-43.

Vuelvo con lo de antes. Los seis cambios de este verano en una plantilla que había sido líder de la ACB durante 21 jornadas, que estuvo a un triple de jugar la final de la ACB, a tres minutos de llegar a la final copera y que disputó el Top 16 no han tenido aún el efecto deseado. Hay más físico, más músculo. Pero hay menos puntos que los que tenían Granger o Toolson, por ejemplo. El equipo ha perdido capacidad de rebote. Y eso le impide correr, que es lo que se pretendía al componer la plantilla y tratar de dar un pasito al frente. Mentalmente, en el plano competitivo, los que han llegado están lejos de dar el nivel exigido. Y de ahí que hayamos visto dos «Unicajas» en uno, uno en Euroliga y otro en la ACB. Perder se puede perder. Pero lo que «escama» bastante son las formas. El cómo. Y el porqué.

Joan Plaza sale a «rajada» por rueda de prensa. Lo hizo en Bilbao, repitió luego en el triunfo en la prórroga contra Tenerife. En Sevilla tuvo 15 minutos en su vestuario a sus hombres y anoche, sólo unos días después, el Unicaja volvió a naufragar. Desconectó, bajó los brazos. Y eso es algo que, por lo que habíamos visto en Málaga, no está incluido en el diccionario de cabecera del entrenador verde. Su equipo no era atropellado, no caía ridiculizado. Podía perder, porque la Euroliga es una competición durísima y en la ACB te puede ganar cualquiera. Pero siempre con el Unicaja metido en el partido, con el cuchillo entre los dientes. Con un plan «A». Y un plan «B». Y hasta una tercera forma de meterle mano al rival. Pero lo visto esta temporada, esa bajada de brazos generalizada, ese hastío mostrado por los malagueños... resulta inadmisible.

El Unicaja se limitó a lanzar triples. Con escaso acierto, por cierto. Hasta tres tiró en un mismo ataque, todos al hierro, en un excelente resumen de lo vivido en la «ratonera» del Bamberg. No hubo movimiento de balón y tampoco de peones. La rotación de banquillo no encontró nunca respuestas. Nadie fue capaz de penetrar. Los ataques en estático eran eso, al pie de la letra: estáticos. Ni un tío de blanco cortaba por la zona, se ofrecía, se movía. El festival de triples, sin meter el balón dentro, sin mover la bola, sin jugar un pick and roll, sin dividir la defensa... Llevó al Unicaja a cosechar la primera derrota en la Euroliga, perder su condición de invicto, pasar del primer al segundo puesto del Grupo D, por detrás del CSKA, y ceder el average con los teutones. Más allá de esos datos, lo que me preocupa es la irregularidad de los costasoleños y su facilidad para apagar la luz. Anoche, eso les llevó a estar a punto de firmar su peor anotación histórica en Euroliga.

Lo salvó Alberto Díaz. El «niño» se equivocó, como todos. Pero le echó lo que hay que echarle. Fue el único que tuvo el valor de combatir hasta el final, de meter la mano, de incordiar. Con sus limitaciones, por su puesto. Pero con un corazón en el que tiene tatuado el escudo de este club. Alguno debería aprender mucho de él. Acabó el partido con el 73-53 ya reseñado. Y pasó esos 50 puntos que hubieran supuesto el récord negativo, vigente aún. Ante el CSKA (62-50) y el Prokom (50-70).

Puede que este nuevo Unicaja tenga más margen de mejora que el del año pasado. Que, cuando juega al cien por cien, a tope, sea superior. Pero lo hace a costa de una irregularidad tremenda, que puede darte un mal rato. Que puede hacerte caer de la carrera por la ACB de forma prematura. Que en el Top 16 puede ser letal. Eso de escoger partidos, de elegir dónde me dejo el pellejo y dónde voy de paseo es un juego muy peligroso. Quizá, insisto, quizá, en dos meses, este Unicaja dé un paso al frente conjunto, algo cambie en el vestuario o incluso llegue una pieza nueva... Y eso le dé para ganar tres partidos en la Copa. Para hacer lo propio en unos play off de la ACB... Se trata de conjeturas. De creencias, de especulaciones.

A día de hoy, este Unicaja no es fiable. Plaza no da con la tecla. Es inestable. Gana en Moscú y baja los brazos en Sevilla. Duro de digerir. Por «su» regla de tres toca ganar en Andorra. Porque si no...