El Unicaja llegó ayer a Las Palmas tocado y salió de la Isla hundido, ridiculizado y virtualmente eliminado de la lucha por la Copa del Rey, tras una demostración de pobreza baloncestística, de falta de recursos y de ausencia de actitud y aptitud que solo se puede catalogar de inadmisible.

En el peor momento posible, cuando la Copa no espera por nadie, el equipo verde ha desaparecido del mapa. No hay ni rastro del que se ha visto en temporadas precedentes e incluso, aunque a cuentagotas, este mismo curso. La consecuencia de quitarse del medio es sumar tres derrotas ligueras seguidas y quedarse ahora al borde del precipicio, si no es con un pie y parte del otro ya colgando.

Las cosas están así: el Unicaja suma cinco victorias a cinco jornadas del final de la primera vuelta. Para estar el día del corte entre los siete elegidos (además del Obradoiro anfitrión) hay que ganar cuatro partidos más. A los verdes les queda recibir en el Carpena al Manresa, Gipuzkoa y el citado Obradoiro. Los viajes serán a Valencia (líder) y a Real Madrid (segundo). A mí, después de lo de ayer, no me salen las cuentas. Las matemáticas es verdad que todavía dicen que sí, pero...

La imagen del equipo en Las Palmas fue deplorable. No hay justificación posible para la puesta en escena ofrecida ayer en el Gran Canaria Arena. Ni un solo jugador cumplió las expectativas. Ni en ataque ni en defensa. Plaza tampoco encontró ni una sola solución en su pizarra a la debacle. Fue un fiasco colectivo. Desde el primero al último. El equipo fue humillado, pasado por encima por un rival que parecía un Fórmula Uno adelantando a un «cuatro latas».

El descalabro fue absoluto. El equipo no demostró ningún amor propio, bajó los brazos en el segundo cuarto, deambuló por la pista persiguiendo sombras durante 30 minutos y si no perdió por 40 ó por 45 fue porque el Herbalife llegó un momento en el que no quiso hacer más sangre y jugó con sus menos habituales.

En un día clave, no aparecieron los «hombres» que ganaron en Tel Aviv, en Moscú y arrasaron al Madrid en la Supercopa. Solo se vio a los «niños» que fueron a jugar a Andorra, Sevilla o Zaragoza, el pasado domingo.

Y eso que el Unicaja empezó bien. Sin florituras, con problemas defensivos, es verdad, pero con una clarividencia en ataque desconocida en los últimos partidos. Hendrix y, sobre todo Jackson, anotaron con fluidez. Pero fue irse al banco el escolta francés y empezar el principio del fin.

Tras cerrar los 10 primeros minutos 24-23, todo cambió en el segundo cuarto. El Unicaja se derrumbó al mismo tiempo que el Herbalife empezó a meterlo todo. Los amarillos fueron un vendaval. El parcial hasta el descanso fue de 35-11. Una brutalidad que dejó el partido visto para sentencia en el intermedio, 59-34.

El segundo tiempo fue más de lo mismo. El Unicaja ni quiso ni pudo. Dio la impresión, por momentos, de que en la cancha había un equipo profesional y otro de solteros y casados, reunidos para una pachanga.

El 98-65 final tiene el daño colateral de que el buen average que tenían los verdes, y que en caso de empate a victorias decidirá quién se va de «copas» y quién se queda en casa, ahora es negativo. Aunque pensar en A Coruña hoy es un ejercicio de forofismo descomunal.