Una de las etapas de las que me siento más satisfecho y puedan haber hecho de mí alguien «distinto» al resto de entrenadores de la mal llamada élite, es el hecho de haber entrenado en todas y cada una de las categorías de formación. Durante ese proceso, lograr que un niño/a benjamín, alevín, infantil o cadete se integre y disfrute con el baloncesto es relativamente fácil, pero tienes también otro reto en tu papel de educador, como es el de conseguir que ese nuevo jugador combine deporte y estudios por igual y todos sabemos de la influencia que puede ejercer un entrenador en esos primeros años.

La educación y valores de los padres pasan por ser algo fun-da-men-tal, a lo que unido a la propia responsabilidad del individuo y al estimulo externo que le llegue desde el jefe del banquillo…, pueden conseguir poner las bases de una persona con todas las letras y de las que andamos tan escasos. Alberto podría ser el ejemplo perfecto para definir el perfil de jugador en el que todos los entrenadores hemos soñado. Su concentración, ética de trabajo y perseverancia cuasi espartanas hacen de él un ejemplo para todos y es por ello que, a mi entender, este tipo de personas merecen que la vida sea justa con ellas permitiéndoles alcanzar muchos de los sueños (en el ámbito que sea) por los que tan duramente luchan cada día, sin por ello…, haber perdido nunca una sonrisa y una palabra amable para con todos los que lo rodean.