Carlos Cabezas puso los últimos clavos del ataúd. ¡Pum, pum, pum! Manejó a su antojo, en el tramo final, los hilos del títere que vestía de verde, un equipo inanimado; bailó sobre la tumba del Unicaja, un equipo inerte, sin espíritu, sin vida. Y firmó el acta de defunción, pasadas las 14.30 horas, con más de la mitad del Carpena subido ya en el coche o encargando la paella, y la otra mitad pidiendo explicaciones pero sin encontrar respuestas de un cadáver llamado Unicaja, al que no se le aprecia vida. No transmite sensaciones, no respira. Es un equipo roto, que en nada se parece al que se ideó este verano, y al que todo lo malo que podía pasarle le ha sucedido. Como esa «tormenta perfecta» que se lleva todo por delante para acabar febrero con una victoria en seis partidos, sin haber pisado la Copa ni para comer marisco, sin opciones reales de llegar al Top 8 de la Euroliga y fuera de los puestos de play off, noveno. Da mucha pena este Unicaja. Pone de mala leche ver sobre la pista la pesadilla de partido que propone, duele ver desfilar por las escaleras, a tres minutos aún del final, a cientos de abonados y sufridores, hartos ya de contemplar lo inaceptable. Tras 41 partidos disputados en lo que va de curso, el Unicaja ha sumado más derrotas (21) que victorias (20). Y el problema es que no se le ve salida a este callejón de lamentaciones en el que se ha metido él solito, empujado por unas cuantas lesiones que, siendo reales y palpables, en boca de su entrenador, Joan Plaza, suenan a la excusa palmatoria de cada día, arrinconado por su propio ego, su mala elección de jugadores en verano -y en invierno (¿Nelson?, ¿Cooley?)- y una realidad aplastante, dolorosa y abrumadora: la temporada, a día de hoy, está prácticamente tirada. Porque no se atisba una solución en forma de milagro. Y porque más que a la pizarra se mira ya al móvil, al teléfono del agente.

Se trata, sin más, de dejar pasar el tiempo, de recomponer el tipo, recuperar a los lesionados y tratar de morir con dignidad en el cruce de cuartos de final (si llegamos). Porque Panathinaikos, Barcelona y Baskonia están llamando a la puerta. Pidiendo cita para dar el pésame, como el buitre que vuela sobre el animal moribundo, abandonado a su suerte. Equipos que huelen la sangre y que pueden aumentar exponencialmente el ridículo y el sonrojo al que el club y la afición están siendo sometidos partido sí y partido también.

El Martín Carpena sentenció ayer a su entrenador y a su equipo. Superados, incapaces y perdidos. Sin ideas, sin jugadas, sin pizarra. La próxima mirada, la siguiente pitada, la pañolada que está por venir ya no mirará al parquet, sino que subirá hasta el palco de autoridades. Donde reside el poder y donde tampoco se atisban soluciones útiles y eficaces a corto plazo, quizá con la mente ya en verano y en qué hacer con la pasta que deje Plaza cuando pague su cláusula de rescisión. Una mentalidad que en poco ayuda a la situación actual de debilidad.

El tema es serio. Hasta Plaza lo admitió ayer en rueda de prensa, por primera vez. El equipo no ha encontrado esa química necesaria. Han llegado auténticos atletas a los que, válgame Dios, le han puesto dos canastas a los dos lados de la pista, y un montón de reglas absurdas que tienen que cumplir obligatoriamente. Qué feliz sería alguno dando brincos... Sin lectura de juego, sin consistencia en el juego, sin acierto en el tiro exterior, el Unicaja se va achicando día a día. Hasta los que hace un mes y pico eran la repera ahora no parecen ser jugadores ni de LEB Oro. Es cierto que Markovic (el único indispensable) no está. Y que Smith, el único que las metía, tampoco. Y que Hendrix, entre temas personales y lesiones, sigue a lo suyo. Pero, a pesar de todo, el Unicaja debe ser capaz de competir con el UCAM Murcia, que sólo había ganado este año lejos de casa en San Sebastián y Sevilla. Y, lejos de luchar por el triunfo, el Unicaja volvió a descarrilarse.

Con 65-67, a 8:27 del final, el Unicaja entró en colapso. Hubo un tío más listo que todo el Unicaja entero, un tipo criado en Los Guindos, llamado Carlos Cabezas. Y él solito, con 11 puntos en el cuarto final, tumbó y enterró al Unicaja.

No hay peor cuña que la de la misma madera, y Cabezas, que tenía ganas de reivindicarse en su casa, logró por fin ganar en el Carpena con otra camiseta que no fuera la del Unicaja. El equipo de Plaza le dio todas las facilidades del mundo. Porque es un equipo roto, mal hecho, dejado a su suerte. El parón copero sólo ha hecho que ahonden las malas sensaciones. Que el equipo se desmorone aún más. Y ha logrado lo que parecía increíble: fracturar su comunión con la grada. Ayer se fue pitado a vestuarios. El palco será el siguiente.