El panorama del baloncesto en España dio un giro radical en la década de los 80 y muchas de las novedades guardaban relación con el Joventut. Aíto García Reneses iniciaba su infinita carrera como entrenador, Andrés Jiménez se convirtió en el primer alero alto, se empezaba a incluir el tiro desde el 6,25 como recurso ofensivo y el club badalonés movilizaba a las masas allá donde jugaba. En tiempo de mitos, mientras la Superpop o la Tele Indiscreta te permitían forrar tus carpetas con la fotos de Hombres G, New Kids on the Block, Europe, Samantha Fox o los personajes de la serie «V», las revistas que cubrían nuestro deporte (Gigantes, Nuevo Basket o Basket 16) venían cargadas de imágenes de la nueva generación de jugadores. Además, eran imágenes para juguetes (¿quién no tuvo el Exin Basket?), videojuegos (¿recuerdas el «Fernando Martín» para Commodore?) y alimentación (Epi y su canasta desde la grada tras merendar con Nocilla) estaban muy presentes en nuestras casas.

En esa coyuntura, tres canteranos de la Penya, Jordi Villacampa, Rafa Jofresa y José Antonio Montero pasaron a convertirse en auténticos ídolos de masas. Durante varias temporadas, el equipo verdinegro llegó a convertirse en alternativa real al duopolio Barça-Madrid pudiendo conseguir un par de títulos de Liga bajo la dirección del gran Lolo Sainz y hasta una Euroliga con un tal Zeljko Obradovic que daba sus primeros pasos como técnico.

Las visitas del Joventut a Málaga provocaban que centenares de chicas llenaran las gradas de Ciudad Jardín para ver de cerca a sus jugadores favoritos. Eran el trío perfecto, daban la impresión de ser un producto de marketing elaborado con precisión: Jofresa, rubio y guapo, un director de juego cerebral y con dirección de mando; Montero, un portento físico, base alto de más de 1,90 y que se convirtió en el traspaso más caro de la historia tras su fichaje por el archienemigo catalán; y Villacampa, el eterno capitán y ahora presidente, un tirador certero, un anotador que asumía la responsabilidad, que aún ostenta el récord de puntos con la selección española y que según todas mis allegadas ha mejorado con la edad como los buenos vinos.

Pero si en la actualidad lo retro está de moda, ¿qué se pagaría por el póster de las «Kelme Villacampa» que adornó durante muchos años la zapatería deportiva de Calle Granada? Además de ser un objeto de coleccionista, es un verdadero icono del baloncesto en los 80.