Tras acariciar la gloria con la yema de los dedos ante el Barça en la final de Liga más recordada y haber tenido un debut inolvidable en una Liga Europea de postín, la Copa del Rey de 1996 de Murcia se presentaba como una oportunidad pintiparada para conseguir el primer título del club.

Una vez sorteado el cuadro de emparejamientos, muchos eran los que se frotaban las manos en Ciudad Jardín sobre nuestras opciones coperas. A pesar del bache de resultados en el mes de enero después de la eliminación en la competición europea, Unicaja estaba haciendo una brillante primera fase de la Liga. El enfrentamiento en cuartos de final ante el anfitrión CB Murcia, que penaba en la parte baja de la clasificación, suponía enfrentarse al rival más apetecible.

Era tal la expectación en la ciudad que se llenaron dos autobuses de aficionados cajistas dispuestos a vivir en las gradas del Palacio de los Deportes de la capital murciana un triunfo que todos deseábamos. Una hipotética semifinal ante TDK Manresa (del casi cuarentón Chichi Creus) o León (con Brian Sallier y Corny Thompson en la zona) nos permitía vislumbrar casi un paseo triunfal hasta la gran final.

Todas las ilusiones creadas que había en Málaga se dieron rápidamente de bruces con la realidad de un partido en el que Unicaja se mostraba muy errático. El equipo malagueño, sólido y compacto durante los meses anteriores, jugaba a trompicones ante un Murcia que, pese a sus limitaciones, no le dejó llevar el ritmo del partido.

La responsabilidad en el cuadro local recayó casi en su totalidad en su quinteto titular, que contó con la aportación estelar de un trío de foráneos en estado de gracia. Jordi Soler (un talento prodigioso de la cantera culé que nunca llegó a cuajar en ACB) dominó el control del juego superando a un desdibujado Nacho Rodríguez. La marea verde (en las gradas del Palacio murciano y en casa, en la retransmisión de La2) sufría con cada diablura convertida en canasta por el último fichaje local, el escolta Duane Washington, que superaba constantemente la defensa de Curro Ávalos, Gabi Ruiz o Dani Romero.

Xavi Sánchez Bernat, eterno capitán pimentonero, era el certero complemento desde la posición de alero, que además de aportar una buena ración de puntos frenó en seco al Zar Babkov, nuestra principal amenaza exterior.

El supuesto poderío de las torres malagueñas (Ansley, Miller o Alfonso Reyes) no fue óbice para que la pareja formada por Howard Wright y Bobby Martin, dos rudos fajadores que no destacaban por sus virtudes técnicas, se hiciera dueña de los rebotes. En un partido duro, resulta curioso comprobar que el talentoso joven Richi Guillén fuese nuestro jugador más acertado con 18 puntos.

Los minutos se iban agotando en el marcador y Unicaja no conseguía asestar el golpe definitivo para liquidar el partido. Los nervios, las faltas personales, el acierto del Murcia y el nefasto encuentro de Mike Ansley daban alas a la entregada afición local. El duelo táctico entre Oleart e Imbroda cayó del lado del entrenador catalán tras una prórroga de infausto recuerdo que terminó llevándose Murcia por 93 a 87.

Nuestro gozo se ahogó en el Mar Menor. Unicaja, uno de los grandes favoritos, caía ante el sorprendente CB Murcia. Con el amargo sabor de la decepción, en la mañana del viernes otro autobús lleno de valientes aficionados malagueños se puso en ruta para ver el resto de la Copa. Quienes allí fuimos ni siquiera vimos jugar a nuestro Unicaja, pero sí gozamos del privilegio de disfrutar con el triple ganador de Chichi Creus en la final que protagonizó en una venganza sui géneris contra Aíto y su Barça.

@OrientaGaona