Quizá al Unicaja le venga grande, a partir de ahora, la Eurocup. No hablo de esa Fase Regular de cascarilla en la que de poco servía acabar segundo o cuarto. Tampoco me refiero a la mitad de los equipos que, a pesar de estar metidos en el Top 16, no dan el nivel. Hablo de los Valencia, Jerusalén, Bayern, Khimki o Lokomotiv. El Unicaja no está para estas luchas. No a mediados de enero. Y, viendo cómo está el equipo, su falta de carácter, de liderazgo y de ideas y estrategias en el banquillo, no le veo levantando el título. Ni llegando a semifinales siquiera, para qué les voy a engañar. No le veo ese recorrido que sí atisba Joan Plaza. Él es el que les entrena y el que lo ve a diario. A uno sólo le dejan asomarse cinco minutos a un entreno y verles jugar en el Carpena.

Uno no debe tomar decisiones en caliente. Tampoco hacer juicios sumarísimos en crónicas firmadas tras recibir un sopapo y quedarte helado. Pero no es la primera vez. Ni la segunda. Ni tampoco la tercera. El cambio de pívot nos va a venir muy bien. Pero no creo que un simple cambio de peones se solucione el problema. Va más allá. Es casi espiritual. De alma. Y de corazón. De creerte los discursos y esperar algo a cambio. Y, sinceramente, ves las caras de los jugadores, les estudias luego en la pista, y hay algo que sigue sin encajar, que chirría, que no encaja.

No sé si Plaza tiene el método para que el equipo siga creciendo. Le veo más cerca de su tercer y desastroso año en Málaga que de los dos brillantes primeros. Y eso me preocupa. Porque esta afición no puede soportar un segundo año de tristeza y desencanto. El Carpena se quedó helado. Como el tiempo en nuestra Málaga en estos días atípicos de bufanda, guantes y gorro. No se podía creer, visto el primer tiempo, que el equipo que vio en el tercer cuarto era el mismo que el anterior.

Un punto de valoración

Todos sabíamos que mantener ese 9 de 11 en el triple iba a ser imposible. Pero todavía había margen de mejora para el Unicaja en la defensa. Fantástica en el primer cuarto y más dejada en el segundo. Pero lo que sucedió después desmonta cualquier canto a la ilusión. ¿Cómo vamos a pensar en ganar la Copa y hacer tres grandes partidos si este Unicaja es incapaz de hacer tres buenos cuartos consecutivos? El Unicaja, todo el Unicaja, hizo un punto de valoración en todo el tercer parcial. Fue una barbaridad. Un esperpento. Y lo peor es que hubo soluciones válidas, no llegó nada desde el banquillo. Ni en forma de jugadores de refresco ni de decisiones razonablemente buenas desde el cuerpo técnico.

Tardó Plaza 4:53 minutos en pedir un tiempo muerto, tras un durísimo parcial de 0-11. El Unicaja se había convertido en una máquina de perder balones. De todos sus exteriores. Alberto Díaz salió de la pista para no regresar jamás. A 3:·34, el polaco Waczynski rompió el maleficio, con un triple: 51-54. Lo intentó Plaza con Lafayette, que dio el relevo a un desatinado Fogg, en busca de un cambio de ritmo en el timón de juego del equipo. Pero lo que se encontró el Unicaja fue a Will Thomas. No perdonó el americano. Y eso que Waczynski trataba de mantener al equipo con vida: 54-57. Fue la última vez que el Unicaja tuvo opciones, que se le vio con algo de vida. Plaza repitió su libreto y puso a dos pequeños a luchar con los elefantes del Valencia.

El Unicaja estaba ya muy fuera del partido, perdiendo incluso la guerra por el rebote. Hasta tres opciones de tiro tuvo Valencia en la misma jugada final del cuarto, y Diot no no perdonó para poner la máxima: 55-65. Otro triple, para Sato, dejó al aire las vergüenzas malagueñas y su ridículo tercer cuarto, con un parcial de 9-27 para perder 57-68.

El último cuarto fue terrible. Tanto como el anterior, por mucho de que alguien se permita el lujo de sacar pecho por haberlo ganado. Porque el Valencia regresó a su versión edulcorada de los dos primeros cuartos, gracias, en buena parte, porque el Unicaja volvió a apretar atrás y a ser más agresivo. Y el Unicaja representó un papel de actor de segunda fila. Fue un querer y no poder. Y esa impotencia, tras muchos años viendo al equipo, duele. Sin jugadas sin más ideas que darle la bola a Fogg y esperar que haga magia. O a Nedovic. O... Es la segunda vez que el Valencia, el rival con mayúsculas del Unicaja por regresar a la Euroliga, nos pinta la cara en el Carpena. Tienen un equipo mucho más razonable. Pedro Martínez lo ha fabricado, junto a Chechu Mulero. En cuatro años, el Unicaja con Plaza y ahora con Carlos Jiménez se ha dedicado a devorarse a sí mismo, a cambiar piezas. Y a equivocarse.