Necesitábamos creer y el Unicaja eligió, en el peor escenario, en el momento menos indicado y ante el rival más propicio, borrarse de la pista, no comparecer en La Fuente de San Luis, agrietar su débil estructura, ampliar sus dudas y hacerle el pasillo de campeón del Grupo H, al Valencia Basket. Necesitábamos sentir que el Unicaja podía, que el Unicaja era capaz de luchar, igual a igual, con un rival de su pedigrí y de su caché. ¿Con medio millón de presupuesto más, quizá uno...? Pues puede que sí. Igual que el Unicaja dobla y hasta triplica a otros tantos con los que se ha medido y ha perdido.

Y lo que nos encontramos fue a un Unicaja roto, sin alma, de brazos caídos, sin fe en sí mismo y sin ideas en el banquillo y en la dirección de partido. Me niego a entregar ya la cuchara y a tirar, otra vez más, la temporada. A mitad de enero. Pero mantengo esas dudas -amplificadas por el bochorno de anoche- sobre el Unicaja y sus limitaciones. Que le dan para ganar al Buducnost, al Cedevita y al Alba Berlín. Pero que se arruga, se achica, se ridiculiza hasta la más ínfima expresión ante un equipo de su nivel, como es este Valencia.

¿Que el Valencia Basket está mejor construido que el Unicaja? Ahí está la hemeroteca. La baja de Markovic fue un disparate, no había un recambio interior de garantías para el «cuatro y medio» y había posiciones «pisadas» por fuera. La máxima responsabilidad es del que permite semejante disparate. Miro a lo más alto, a la presidencia y su consejo, sobre los que se estructura esta entidad. A una dirección deportiva de paja y a un entrenador empeñado en desmontar lo montado verano tras verano, en modificar siete u ocho piezas de su plantilla buscando no sé qué maná, y que encuentra la connivencia a su alrededor.

No hay un equipo tan malo como para que el Valencia te pinte la cara. Dos veces en una semana. En Málaga y en su pista. Para ganarte por más de 30 -al final, 86 a 62-. El equipo, tras cinco meses de trabajo, no está trabajado, válgame el juego de palabras. Que no digo yo que no haya trabajo detrás. Me consta que Plaza y su cuerpo técnico curran como los que más. Pero en una labor y dirección equivocadas, que no tiene reflejo en la pista, que se soluciona a base de triples. No hay «Plan B» ni «Plan C». Hay «Plan T: Triples». Eso... y nada más. Es una barbaridad comprobar que este equipo no juega un pimiento cuando un rival de entidad le aprieta. Da miedo ver a este Unicaja sin carácter, sin líderes, sin ideas.

Veo al entrenador superado por los acontecimientos. Sí, sé que el Unicaja está a un triunfo de este Valencia «Warriors del Turia» en la Liga Endesa. Y que estamos a una victoria, sólo una si acompañan los resultados, de los cuartos de final de la Eurocup. Y también soy consciente de que el equipo se ha clasificado para la Copa del Rey. Se van a cumplir esos «objetivos mínimos» marcados. Pero es que el Unicaja no transmite, no mete miedo, no es fiable, no va a ser capaz de competir al máximo nivel absolutamente con nadie. Y no veo a Plaza sacando conejos de la chisteras, la verdad, a estas alturas de la película, ya en su cuarta temporada en Málaga y siendo muy consciente, tanto él como en el seno de la entidad, que su etapa en Málaga tiene ya fecha de caducidad. Que no quedan más páginas que escribir de esta historia. Que, salvo que milagrosa resurrección (ojalá la hubiera), no hay más cera que la que arde.

Es complicado el momento. Porque los resultados no son malos (salvo el ridículo imperdonable de anoche), pero las sensaciones no casan con el balance numérico del equipo. Y se está generando un caldo de cultivo que, lo único que va a hacer, es dañar al equipo, destruir la frágil unión existente. Y sí, me refiero al domingo. Al Unicaja-Fuenlabrada. A los pitos que seguro habrá cuando presenten al coach y a la predisposición por silbar al equipo, por no socorrerlo desde la grada.

¿Quién soy yo para pedirte a ti, que pagas tu abono, que ayudes al Unicaja, con ánimo y aliento? Presiento lo del domingo. Son muchos años ya... Y hay un hastío importante entre lo que queda de la marea verde. Porque la otra parte se fue. O la echaron. Por una falta total de empatía a golpe de hocico malhumorado desde algún despacho de Los Guindos.

He creído firmemente en Joan Plaza y en su trabajo estos tres años y pico. No creo que haya fichado bien y sé que existe una presión brutal ahí dentro, un ambiente complicado, a veces irrespirable. Pero, llegados a este punto, y aunque él no sea el máximo responsable y sea el parapeto ideal de más de uno, se han acrecentado las dudas en si él podrá transformar este maremágnum en positividad. Sé que esto no es Disneyland. Pero sí creo que, al menos, puede llegar a ser el Tívoli. Y no, no veo soluciones desde el banquillo.