La misma historia de siempre. La de toda la vida. La de los Unicaja-Barça en la Copa del Rey. Cambian los escenarios, las ciudades y protagonistas y jugadores. Anoche no estaba Juan Carlos Navarro, el ejecutor habitual. Fue el joven Marcus Eriksson el que apagó el fuego de la pasión malagueña, alimentada con una gran defensa y mucha actitud en el primer tiempo. Pero la Copa del Rey le duró al Unicaja esos 20 minutos. Cuando ambos equipos iban camino del vestuario en el tiempo de descanso y echabas un vistazo al marcador, el tema ya olía mal: 28-33. Porque el Unicaja había sido tremendamente superior al peor Barça que mis ojos han visto nunca. A un equipo penoso, sin argumentos, rendido. Pero sólo ganaba por cinco puntos. Había desperdiciado contragolpes de tres contra uno, tiros liberados y varias opciones para irse 10 ó 12 arriba. Pero falló. Como siempre ante el Barça en la Copa del Rey. Como siempre en los play off. Falló, como es costumbre esta temporada en Joan Plaza y los suyos.

El Barça que salió del descanso fue otro. El Unicaja mantuvo su lento ritmo anotador por cuarto, de 16-17 puntos. Y los hombres del discutidísimo Georgios Bartzokas rompieron la balanza. Lo hizo Eriksson. Con uno, dos, tres y hasta cuatro triples casi consecutivos. Mientras Wacznynski perseguía sombras, el alero culé se ponía las botas y disparaba a su equipo hacia semifinales. Y sucedió lo que tantas y tantas veces hemos visto este curso. Lo que tantas y tantas veces hemos advertido esta temporada de objetivos mínimos cumplidos pero de discursos cortos, simples y falseados. El Unicaja se cayó, se derrumbó. Cuando Nedovic dejó de aportar, el Unicaja no supo qué demonios hacer con el partido, con el balón, con sus sistemas, con su vida. No tenía otro plan. No tuvo opciones. Se marchó del Buesa Arena.

El Barça olió sangre y no le tembló el pulso. Es un equipo campeón, lo lleva en las venas, es genético, por muy mal que esté, por muy mal rollo que haya en su vestuario. Las dudas que el Unicaja había mostrado en la primera parte para morder y escaparse fueron realidades para el equipo blaugrana. Ya no le pudo ni le supo tomar el pulso al partido el Unicaja. Fue una Copa exprés de 20 minutos. Sin segunda parte, sin ese Unicaja que se esperaba: guerrillero, impetuoso, rompedor. Fue el Unicaja, tristemente, que tantas y tantas veces hemos visto este año. El reconocible. Por eso no sorprende, pero duele, claro que fastidia. Es lo que hay. No le den más vueltas. Es absurdo golpearse contra una pared. Fue una ilusión, alimentada por la creencia de lo que puede ser. De ahí eso que les dije en la previa: «Soñar con los pies en el suelo»... Este Unicaja es lo que es. No está preparado para alcanzar grandes cotas, para luchar por nada ambicioso. Más allá que por sus dichosos objetivos mínimos. Porque se le han visto las debilidades durante toda la temporada, más allá del fogonazo de brillantez contra el Madrid. Así que no se fustiguen, no se lo tomen como nada personal. Traten de reconducir el mal cuerpo que se les ha quedado para ir a ver al equipo el día 3 de marzo contra el Bayern Múnich en el Carpena. Porque el Unicaja lo va a necesitar.

Corre el serio riesgo de ventilarse la temporada en dos semanas. Sin Copa con la que ilusionar, pensar y motivar, ahora la Eurocup se queda como casi única tabla de salvación. Así que no abandonen ahora al equipo. No le dejen solo. Porque los 6.000 que vamos al Carpena es lo poco que le va quedando ya a la institución.

El Unicaja, de vuelta al partido, necesitaba funcionar como un reloj para ganar tres partidos. Básicamente, porque no ha sido capaz de ganar tres cuartos seguidos esta temporada, de ser constante durante tres puñeteros cuartos. Así que había que pedir un imposible. Y no llegó ese milagro.

Lo fundamentó el Unicaja con 20 buenos minutos. Jugó a lo que tenía que jugar. Permitió tiros exteriores al Barça y se cerró. Eso creó dudas en los culés. Eso provocó que el Unicaja controlase el partido. Pero sin suficiencia, sin jerarquía ni liderazgo.

Los cinco puntos de renta al descanso (28-33) pronto se quedaron en nada. Primero fue Eriksson el que encendió la mecha y luego Tomic se hizo el dueño de las dos zonas. El croata maniató a Musli y, con Nedovic a gran nivel, pero no a un supernivel, el Unicaja se quedó sin recursos. No estuvo mal Jamar Smith, tampoco Jeff Brooks. Se echó mucho de menos a Waczynski, vencido en su duelo con Eriksson. Y, con Alberto Díaz perdido en el banquillo en el último cuarto, Rice dio el último empujón, con buenos minutos.

Y, claro, con sólo 70 puntos no se le puede ganar al Barça ni a ningún equipo medianamente serio. No hubo nada nuevo en el Unicaja. Desconozco qué ha trabajado Plaza en estos siete meses para enseñar en partidos como éste, como ante el Barça en los cuartos de final de la Copa. Yo no le vi nada nuevo. Fue más de lo mismo. Sólo que esta vez no fue Navarro, sino el joven Eriksson. Y sin Oleson ni Doellman ni Lawal. Tampoco «mordió» el equipo, del que, francamente, se esperaba mucho más. Lafayette no jugó ni un minuto. Y la Copa, en un «pis-pas», se ha ido ya. Nos quedamos sin ilusiones. Y sin argumentos. En despachos y banquillo.