La felicidad era esto. Ver a cinco tíos dejándose la vida en la pista, tatuados el escudo en el pecho, identificados, con un compromiso en común, con roles repartidos, con rotaciones perfectas, con una afición volcada, con más de 10.000 gargantas detrás. Estalló el Carpena, rompió 16 años sin finales en Europa, recuperó el embrujo de las grandes noches... y lo demás vino solo. Porque lo difícil en esto del baloncesto es hacerlo fácil. El Unicaja jugará la final de la Eurocup. Así, de sopetón, dicho de esta forma, suena a logro mayúsculo. Y lo es, háganme caso. Lo es. Porque el Unicaja ha mutado en un equipo de verdad. Su metamorfosis ha dejado a la vista un equipo mayúsculo. De ser un conjunto sin alma, inconsistente y poco fiable se ha transformado en lo que es ahora. En todo un finalista de la Eurocup.

Por delante se ha llevado el Unicaja todas sus dudas. A fuerza de carácter y defensa. De encontrar, al fin, un estilo. De verse en el espejo y encontrarse a sí mismo. Algo en quien confiar y creer. El Unicaja de los buenos resultados ha podido, al fin, aunar también las sensaciones. No es día hoy, por supuesto, de que nadie saque pecho, de miradas por encima del hombro. Eso es para los mediocres. Y para ganar al Valencia o al Hapoel hay que tener altura de miras, hay que ser grande, hay que pensar en seguir la racha, en volver a tumbar el factor pista. Como ante el Bayern. Como frente al Lokomotiv.

El Unicaja completó la otra cara de la moneda. El martes en Krasnodar dejó al «Loko» muy tocado. Y anoche en el Carpena, en un ambiente de los añejos, de los de antes, siguió sumando. Si alguien soñó en una salida a pista de fábula, de esas de película, seguro que era muy parecida a la que protagonizó el equipo. Desatado, a galope, a lomos de Nemanja Nedovic, el Unicaja se desató desde que el balón se lanzó al cielo de Málaga en el salto inicial. Triples de Dani Díez y dos para «Nedo», y el Unicaja, que despachó al Lokomotiv con un 9-0. No decayó el equipo. Ni en su hambre ni en su empuje. El Unicaja quería más y más. La salida de Fogg le dio más dinamita todavía. Omic rebañó un par de balones. El Carpena era una caldera. 19-3 ganaba el equipo a 3:21. Lo dicho, la salida a pista soñada.

De los rusos no había noticias. Errores impropios de jugadores de este nivel. Tiros liberados al hierro y canastas muy sencillas que no entraban. El Unicaja se marchó 27-11 al final del primer cuarto. Era lo justo, visto lo visto. Pero estaba claro que el resto del partido no iba a seguir siendo un paseo militar, como hasta ahora.

Ajustó la defensa el «Loko» y Bauburin encontró sus tiros. Uno, dos y hasta tres triples. El globo malagueño se desinfló un poco: 33-24. Pero había oxígeno. Al equipo le costó un mundo ver aro en el segundo cuarto. Sin Musli, en el banquillo con la pierna en reposo, el balón no circulaba por la zona. El Unicaja sólo fue capaz de anotar 10 puntos en los segundos 10 minutos. Pero le bastó para marcharse 13 arriba al descanso: 37-24. Era una diferencia que todos hubiésemos firmado antes del arranque. Al Unicaja le bastó con aguantar, con seguir remando.

Lo hizo bien, muy bien. Brooks fue un coloso. El Unicaja siguió mandando y dominando. Y lo hizo, guiado por Nedovic, a grito de «MVP, MVP». Fue precioso, conmovedor. Hubo lágrimas de alegría. Lo merecía la ocasión. Puro sentimiento. El Unicaja jugará la final.