La semana pasada recibí un mensaje por Facebook de mi amigo Alfredo, compañero de clase en EGB, BUP Y COU. Me pide mi teléfono porque me quiere agregar a un grupo de antiguos alumnos del colegio Miraflores, en el que hice los ocho años de la EGB. Sinceramente, cuando le pasé mi teléfono no imaginaba lo que iba a pasar. Vamos, que no tenía ni idea. En el grupo estaban alumnos de mi generación, la del 73. De primeras te hace gracia. Cuando uno va a cumplir la semana que viene 44 palos los recuerdos de cuando tenías diez, 11 ó 12 años piensas que han desaparecido. Están muertos. Pero conforme vas saludando a antiguos compañeros y compañeras, te das cuenta de que no es verdad. Esos recuerdos están, existen en tu cerebro y sólo tienes que buscarlos para que empiecen a surgir y recuerdes un montón de anécdotas, vivencias o caras que pensabas que habían caído en el abismo del olvido.

El grupo ha ido creciendo cada día. Se iban sumando más y más compañeros que son parte de tu infancia, parte de ti y en mayor o menor medida son responsables de quien soy ahora porque con ellos compartí muchas horas de clase, recreos, trabajos en grupo y juegos no solo en el colegio Miraflores sino también en el instituto Guadaljaire (que lo mismo ahora no se llama ni así). Todos estamos en muchos grupos de Whatsapp incluidos. Seguro que hasta en algún grupo parecido a este mismo. Hay veces que coges el móvil y ves que en alguno de esos grupos tienes lo mismo cincuenta mensajes que no pierdes el tiempo ni en leer. Son demasiados y no tienes tiempo para perderlo en esto. Pero este grupo para mí es diferente. Algún día he abierto la pantalla del móvil y me he encontrado más de 300 mensajes de mi grupo de antiguos alumnos. Pues ahí que me he puesto con una sonrisa en la cara a leer todos los mensajes de todos mis compañeros, recordando aquel pasado con aquellos amigos.

Ha sido bestial recordar a la señorita Loli, mi preferida; a don José Reyes dando su clase en la silla tirado hacia atrás retando sin miedo a la ley de la gravedad; a don Esteban y sus concursos de palabras; a don Zapico (ni vueltas al patio que hemos dado en educación física...). Imposible olvidar nuestros partidos de «futbito» con Peláez, que dirigía la actividad con maestría. A Peláez le tenía una enorme admiración, el entrenador más valiente que he conocido porque había que ser valiente para sacarme a mí a jugar con lo malo que era. Tengo mucho que agradecerle porque gracias a él cambié de deporte y por suerte no me va tan mal en el baloncesto después de tantos años.

Ver la cara actual de todos mis amigos ha sido genial. Ellas mucho más guapas que entonces, algo que ya era difícil de conseguir. Y ellos mucho más calvos. Ver las fotos de sus hijos, de sus parejas y saber que todos más o menos tienen su vida enfocada y han formado unas familias tan maravillosas me llena de alegría. Pero tengo que reconocer que me ha hecho especial ilusión saber de nuevo de Tomi, aquel niño con el que compartí clase, partidillos de chapas y muchas horas. Ahora el tío es músico y da clases en el Conservatorio. Y conciertos. Para el próximo, el 28 de septiembre en el Teatro Cervantes, ya tengo entradas. Ana y yo no nos lo perdemos.

Todavía quedan muchos por sumarse al grupo. Hijano, Gonzalo, Padilla, Diego, Moya... Y otros muchos de los que nos iremos acordando. Seguro que pronto los encontraremos y se sumarán al grupo. Pronto estaremos todos. Lo que tengo claro es que esto se ha podido hacer realidad porque en aquel colegio se hizo un enorme trabajo educativo con nosotros y de esto fueron responsables nuestros profesores. Ahora bien, los responsables de la alegría de recuperar en mí aquella infancia son Alfredo, que se acordó de mí para incluirme en el grupo, y María del Mar y Mari Carmen, que tuvieron la genial idea de atreverse de dar el primer paso en esta preciosa iniciativa que le ha metido un simpático meneo a la vida de alguno de nosotros. Para ellas serán mis primeros besos el día que todos nos juntemos, día que está cerca de llegar y que me tiene nervioso solo de pensarlo.